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Las superocheras, un relato de cómo las latinoamericanas se abrieron camino en los medios audiovisuales

Con la aparición de la Súper-8 —lanzada por la Eastman Kodak en abril de 1965— estalló esa burbuja en la que sólo los cineastas tenían los medios para grabar una película y, de pronto, la gente se vio con la posibilidad de adquirir un artefacto portátil a un precio no tan barato, pero sí accesible, y registrar en video lo que su imaginación les sugería. “El primer filme latinoamericano data de 1967, preámbulo de los movimientos feministas. Hasta entonces el cine era un medio muy masculinizado y ello explica el que muchas artistas aprovecharan esta nueva tecnología para crear algo nuevo, explica Regina Tattersfield, investigadora del Museo Universitario del Chopo.

“Como historiadora del arte me gusta trabajar con cosas que se pueden leer a contrapelo y, al empezar a indagar en este capítulo, vi que tal lectura era posible, pues el cruce entre una cámara tan accesible y los albores del feminismo nos remite a una época donde las mujeres comenzaron a posicionarse política y socialmente, y en la que se empezaron a transformar sus figuras y paradigmas. Lo que ellas lograron al ponerse detrás de la lente, más que de feminismo, nos habla de un deseo por generar espacios para lo femenino”.

Este hallazgo es el germen de la muestra Las superocheras. El quehacer de artistas latinoamericanas en formato Súper-8, que actualmente se exhibe en el Museo Universitario del Chopo, donde a través de 26 filmaciones se recoge la mirada de 20 creadoras que, sin agendas pactadas y con muchas ganas de experimentar, le dieron cabida al teatro, el documental, la instalación, el performance, lo conceptual y el autorretrato en sus carretes de ocho milímetros.

“Así como hoy con los celulares, esta cámara se convirtió en una extensión del cuerpo: la podías tener en la mano, atarla en lo alto de un árbol o aventarla y atraparla”, agrega Regina Tattersfield, quien como ejemplo claro de esta versatilidad en cuanto a la manipulación y lo narrativo seleccionó la pieza Caída libre, de la chilena Rosario Cobo, quien en 2013 arrojó al vacío una Canon desde el carrillón de la Torre Insignia, en una reinterpretación del mito de Cuauhtémoc.

Justo con esta pieza abre Las superocheras, exposición que, más que seguir un orden cronológico, consta de una serie de núcleos temáticos donde las grabaciones reflejan aspectos diferentes del quehacer artístico, pero que juntas relatan historias de esas que gustan tanto a Tattersfield, pues todas se pueden leer a contrapelo.

“Al hacer esta curaduría mi intención fue que el visitante tuviera la impresión de que, a medida que se adentra en un archivo visual de la Súper-8, le salen al paso cinco décadas de quehacer artístico. Cuando trabajo estos temas yo, al menos, siempre me pierdo y, para evitarle eso al público decidí agrupar el material por sus aspectos en común, paradigmas y horizontes. Así fue como, de manera natural, surgieron los ejes articuladores que dan rumbo a la muestra”.

En busca del tiempo perdido

Uno de los libros más exhaustivos en cuanto a la irrupción de este formato en México es El cine súper-8 en México. 1970-1989, de Álvaro Vázquez Mantecón; sin embargo, al consultarlo, Regina Tattersfield notó que prácticamente no había mujeres en él, si acaso se mencionaba a la mexicana Silvia Gruner, por lo que decidió hacer una investigación propia a fin de llenar estas lagunas, lo que la llevó a hurgar, literalmente, en los armarios de decenas de creadoras.

“Alguien me prestó una moviola, un aparato que, para eliminar el riego de incendio, te permite ver las cintas sin necesidad de proyectarlas. Con este artefacto en mano me presenté en casa de las artistas y juntas comenzamos a revisar los carretes, pues con frecuencia ni ellas mismas sabían lo que tenían. Esta parte y la de ir peinando bibliotecas y archivos tomó su tiempo, pero fue así como, poco a poco, se fue conformando Las superocheras”.

El primer núcleo de la exposición lleva por nombre Autogeografías y narra cómo la mujer latinoamericana se conecta con sus raíces prehispánicas y cuenta historias a partir de ello, lo que además de servir como pretexto para repasar las nacionalidades de las autoras: México, Cuba, Brasil, Chile y Argentina, permite observar los cambios en la región a lo largo de las últimas cinco décadas.

“Al empezar esta investigación me di cuenta de que, en nuestro país, las mujeres comenzaron a usar la Súper-8 para experimentar en la década de los 80; por su parte las argentinas ya habían hecho esto en los 70 y las brasileñas en los 60, así que este trabajo no sólo relata parte de la historia de estas creadoras, sino que es un retrato de cómo la Súper-8 se fue abriendo paso en América Latina”.

La segunda estación del recorrido es Cámara-espejo y es el registro de cómo ellas utilizaron estos aparatos para retratarse a sí mismas o a sus colegas y familiares, dando pie a ficciones, imágenes poéticas y a narrativas coloquiales, provocando así la única reacción posible de alguien al colocarse de frente a un espejo: la reflexión.

La tercera sección, Subir el volumen, es un paseo por la historia, pues aprovecha el hecho de que, en un principio, la Súper-8 no grababa sonido, pero luego se le anexó un micrófono, para aludir así al hecho de que las mujeres, tras un largo silencio en demasiadas esferas sociales, comenzaron a empoderarse a nivel discursivo, a ganar lugares políticos, a ser escuchadas y a elevar cada vez más su voz.

La siguiente parada es Situar lo cotidiano, colección de instantáneas donde Vivian Ostrovsky da testimonio del culto al cuerpo de los brasileños en la playa de Copacabana, la mexicana Ximena Cuevas filma a una mujer en lucha con un electrodoméstico, y la tapatía Dalia Huerta comparte la relación erótico-afectiva de una pareja.

El último núcleo, Apropiación documental, habla de cómo el arte contemporáneo se hermana con el surrealismo o el dadaísmo al usar documentos reales como vehículo de expresión. En este apartado destaca la pieza Una familia ikoods (1988) de Teófila Palafox, artista de origen huave a quien el Instituto Nacional Indigenista (hoy Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas) le encargó fotografiar a la gente de San Mateo del Mar, comunidad costera a la que ella llegó cargando con su cámara Súper-8.

“Teófila Palafox es una cineasta ikoods que no sólo tuvo acceso a una herramienta nueva, sino que se apropió de ella y la canibalizó, logrando una narrativa muy particular y, desde su realidad inmediata, plasmó un pensamiento muy distinto al de alguien de la ciudad”.

Para Regina Tattersfield era importante que el inicio y término de la muestra se tocaran de algún modo y, en una alegoría del eterno retorno, eligió el filme Caída libre, de Rosario Cobo, para marcar el fin del recorrido, por lo que el espectador podrá ver de nuevo como una cámara es arrojada desde el edificio más alto de Tlatelolco para dar tumbos y terminar por estrellarse en el suelo.

“Por su versatilidad, la Súper-8 se convirtió en una herramienta que sirvió para que las artistas encontraran nuevas formas de expresarse y ese ímpetu continúa hasta nuestros días, pues pese a que el revelado de estos carretes es cada vez más caro, aún hay quienes se niegan a que esta cámara muera. Las superocheras es una muestra en la que se exhiben no sólo diversas propuestas estéticas, sino en la que se reflexiona sobre este formato y su gran impacto”.