Hablar de un solo México es imposible, pues cada grupo étnico y social, cada región y época conforma un caleidoscopio de lo que hoy llamamos nuestra identidad. Con esta premisa se organizó el Foro Movilidad e Integración Cultural, en el marco de la Cátedra Internacional Inés Amor en Gestión Cultural.
En la primera videocharla del foro, denominada La construcción histórica de lo “mexicano”, se escucharon los puntos de vista de los historiadores Alejandro Rosas y Ana Sofía Rodríguez y de la antropóloga Sandra Rozental sobre cómo nuestro país, desde su fundación, ha buscado una identidad propia.
¿Qué se entiende por lo mexicano?, fue el punto de arranque que abordaron los tres participantes. Ana Sofía Rodríguez consideró que el tema puede enfocarse desde diversos ángulos: geográfico, social, lingüístico, estético y de género, incluso. En lo particular, la dimensión acerca de la construcción de lo mexicano que más le interesa discutir, dijo, es aquella que echa mano de narrativas históricas para el debate de ideas de pertenencia y valores, entre otras posibilidades, pues ve a la historia como “parte de las estrategias que han permitido a éste y a todos los países agrupar, ordenar y gobernar”.
“En México nos hemos acostumbrado a decir que hay una historia oficial, monolítica y poderosa, casi irrebatible. Se trata de una historia que mezcla lugares, personajes y eventos para darle rostro a lo mexicano y que ha cambiado un millón de veces según las necesidades políticas del momento (…) No perdamos de vista que hay una infinidad de cosas que median entre el mensaje que recibimos de qué es y significa ser mexicano y el sentido que nosotros le damos. Me parece muy difícil sostener que exista hoy una narrativa sobre el pasado nacional que todos hayamos aprendido por igual y que signifiquemos de la misma manera”, sostuvo la investigadora y editora.
Por su parte, Sandra Rozental expuso que nuestro país ha utilizado la figura del patrimonio indígena como una de las claves para construir la idea de identidad y aplanar las diferencias, “para volvernos a todos de alguna forma herederos de un pasado prehispánico que se imagina como algo homogéneo”.
En ese mismo sentido, Alejandro Rosas destacó que llevamos un poco más de cuatro mil años de historia indígena, frente a 300 de Virreinato y 200 como nación independiente, tiempo en que se da la construcción de la narrativa de lo que es la identidad mexicana y de lo que la funda.
“La identidad mexicana -afirmó Rosas- se está desmoronando en este momento porque ya ni siquiera conservamos las figuras y los símbolos de esa identidad que tuvimos a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. La idea del nacionalismo revolucionario, del petróleo, de personajes como Juárez, Madero o Hidalgo, se han desmoronado en un México hoy polarizado”.
Y agregó: “Esta narrativa se construyó después de la Revolución como un discurso homogéneo, donde tenían que caber esos momentos luminosos de la historia mexicana y que ahora se manejan como ‘las transformaciones’. Discurso que también ensalza el pasado indígena del que nos enorgullecemos, pero que rechazamos en su presente”.
Concluyó que “es increíble que sigamos haciendo del pasado nuestro campo de batalla en el presente, cuando debería ser solo un referente”, en alusión a la polémica generada por algunas declaraciones del Presidente en sus conferencias mañaneras.
Conclusiones y perspectivas
Durante la última mesa del foro, denominada Conclusiones y perspectivas, la poeta Sandra Lorenzano refirió que es menester que la cultura trabaje en torno a la memoria histórica con el objetivo de replantear y repensar las narrativas sobre las que se erigen las identidades sociales.
Explicó que en el caso de México a inicios del siglo XX, con la consolidación del estado-nación moderno, se pretendió conformar una identidad generalizante, excluyendo los procesos identitarios locales y culturales de una sociedad tan variada como la nacional.
Añadió que este factor también se presenta en los demás países de Centro y Sudamérica. Sus identidades se han construido sobre pilares que se oponen al otro superponiendo antes que nada lo homogéneo. “Las voces disidentes han sido histórica y permanentemente acalladas, silenciadas, borradas y desaparecidas. Eso desde el origen de nuestros países como lo que somos”, dijo.
Sin embargo, la narradora nacida en Argentina dijo que las identidades se construyen siempre mediante narrativas, por lo cual es factible que puedan ser cuestionadas y replanteadas desde la cultura, afirmando que “es hora de que revelemos todo eso que ha sido borrado y oculto”.
Por su parte, Jacobo Dayán, coordinador académico de la Cátedra Nelson Mandela de Derechos Humanos en las Artes, comentó que, a diferencia de otras naciones latinoamericanas, México es un país que históricamente apuesta al olvido.
Explicó que esto se debe a que el Estado se rige mediante una política de perdón y olvido, que se refleja en la incompetencia para ejercer justicia en casos muy específicos como son la matanza de estudiantes en Tlatelolco en 1968, los diversos casos de desaparecidos por el Ejército mexicano y los asesinatos durante la llamada “Guerra contra el narco”, por mencionar algunos.
Por dichas razones, el también profesor urgió a que la cultura debe desmontar los discursos soberanistas y de olvido relatados por el estado-nación a fin de contrarrestar la injusticia social. “La cultura es la que tendría que visibilizar mediante procesos de memoria y procesos de discusión como una contracorriente a este olvido, y traer a discusión la diversidad, nuestro pasado y nuestra actualidad”, puntualizó.
Movilidad e integración cultural