Los fósiles son una ventana al pasado y nos permiten ver no sólo cómo era la vida hace millones de años, sino cómo lucía nuestro país en ese entonces, señala el doctor Jesús Alvarado Ortega, quien se encarga de coordinar la Colección Nacional de Paleontología (CNP) del Instituto de Geología (IGL) de la UNAM, la cual alberga millones de ejemplares, la mayoría aún no estudiados y todavía sin clasificar.
“Se trata de un acervo muy importante y, pese a ello, resulta difícil adjudicarle una fecha exacta de nacimiento, pues si bien nuestro fósil número uno es de finales del siglo XIX, muchos de los primeros formalmente descritos se perdieron y otros fueron prestados al extranjero y no regresaron jamás, en parte por el poco cuidado que se ponía a dichos objetos. Sin embargo, cuando se tomó conciencia del conocimiento aportado por estas piezas y de la pertinencia de conservarlas, este espacio evolucionó hasta ser lo que es hoy”.
A decir del académico, lo notable de este repositorio radica no sólo en la cantidad de ejemplares que tiene a resguardo —“de manera preliminar creo que son poco menos de dos millones, sin considerar los microfósiles”—, sino en que su historia está íntimamente ligada a la consolidación de la disciplina paleontológica en México.
Esta colección —considerada nacional desde 2004, a instancias del exrector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente— se ubica a 300 metros de la salida del metro Universidad, dentro de las instalaciones del IGL, en una gran sala con estanterías móviles accionadas con manivelas, las cuales se desplazan sobre rieles a fin de compactarse y optimizar el espacio. “Sin embargo —acota Alvarado Ortega— éste se encuentra a punto de ser insuficiente”.
Y es que, como apunta el biólogo, no dejan de llegar ejemplares, lo que hace de su clasificación una labor interminable y de su almacenaje algo cada vez más complicado. “Por ejemplo, en nuestra subsección más importante, la Colección de Tipos (piezas representativas de especies mexicanas) hay 30 mil ejemplares y llevamos descritos 10 mil. Como se ve, aún falta mucho”.
La CNP es una colección pública del Estado mexicano incorporada a la UNAM que, durante mucho tiempo, fue la única en el país. “Ahora hay más colecciones paleontológicas; sin embargo, la nuestra es la más grande, representativa y mejor organizada, y paradójicamente es la que opera con menos personal: sólo somos una técnico y yo. Para cumplir mejor con nuestra labor esto último debe cambiar”.
Un acervo con historia
Según explica Jesús Alvarado, la paleontología es muy peculiar pues tiene dos mamás: la geología y la biología. “Y si esto no es lo suficientemente extraño, al repasar la historia veremos que esta hija antecede a las disciplinas biológicas, es decir, nació —al menos como ciencia— mucho antes que una de sus madres”.
En un principio los paleontólogos estaban al servicio de los geólogos debido a que los fósiles eran considerados rasgos de las rocas y esto continuó hasta que naturalistas como Darwin o Lamarck vieron que éstos aportaban una dimensión temporal de la vida en la Tierra y que, además, evidenciaban el proceso evolutivo. Es aquí cuando dichos estudios adoptan una sistematización de carácter biológico y, desde entonces, estos vestigios son clasificados cual si fueran seres vivos.
“No obstante, este cambio de paradigmas tardaría en llegar a México, pues desde que el país se independizó una de sus metas fue explotar sus yacimientos mineros y de hidrocarburos y ello implica establecer tanto sus ubicaciones como sus tamaños. Los encargados de hacer esto no eran otros que geólogos y paleontólogos y, a fin de agrupar a estos expertos bajo un mismo techo, el Estado creó en 1891 el Instituto Geológico Nacional —el cual se incorporaría 38 años después a la UNAM—. Ello explica que hoy el Departamento de Paleontología hoy esté en del IGL y no en la Facultad de Ciencias”.
Y aunque desde el inicio el instituto contaba con un conjunto de fósiles, en opinión el investigador eso no era una colección, “o no una con las características científicas, metodológicas de las colecciones científicas modernas. Para conseguir algo así deberíamos esperar hasta 1979, cuando el estadounidense John Wyatt Durham formalizó la organización y funcionamiento de nuestro repositorio”.
Para Alvarado Ortega, que alguien detectara la obsolescencia del acervo y replanteara su sentido y forma de trabajar puso en evidencia que la paleontología mexicana estaba tomando un nuevo rumbo y consolidándose. “Hasta entonces quienes tenían predominancia eran los geólogos y eso cambió casi de golpe, al grado que quienes integramos hoy el Departamento de Paleontología en el IGL somos biólogos y todo indica que eso no cambiará”.
Instantáneas de la vida prehistórica
En vez de sólo caracterizar rasgos en las piedras como hacían sus antecesores, los paleontólogos de la UNAM hoy buscan entender la vida en nuestro territorio desde el Cretácico (hace 150 millones de años) hasta la fecha pues, aunque hay registros fósiles de eras anteriores, estos resultan escasos y poco informativos.
“Los paisajes mexicanos de hoy difieren en mucho de los del pasado. Los de antes correspondían a zonas tropicales o marinas, de ahí que el país haya sido tan importante a nivel evolutivo. Indagar sobre esto es crucial, aunque nada fácil debido a que México es un rompecabezas que se ha ido armando, incluso, con pedazos de otros continentes, como pasó con Oaxaquia, territorio pegado a Sudamérica que se vino con nosotros cuando el mar de Tetis se abrió hace unos 200 millones de años. Así de compleja es nuestra historia”.
Concebir que alguna vez hubo, por ejemplo, mares donde hoy hay desiertos sonaría a un despropósito si no fuera porque los fósiles señalan inequívocamente que así fue. A fin de reconstruir estos escenarios los ejemplares de la CNP funcionan como piezas de puzle que, al ser embonadas, forman una imagen cada vez más detallada. De hecho, para Alvarado éste es el verdadero sentido del acervo. “Quizá sea el biólogo en mí el que habla, pero esta es la clave para entender cómo eran los organismos en el país y como su legado evolutivo nos ayuda a explicar por qué la vida actual es como es”.
Si le pidieran a Alvarado elegir un fósil de la colección con base a lo hasta aquí descrito, se negaría por cuestiones meramente prácticas. “Más que en solitario, ellos funcionan mejor en conjunto, en especial si fueron hallados en un mismo lugar. Si interpretamos bien sus asociaciones son casi la fotografía de un momento en el tiempo”.
Muestra de esto es la Cantera de Tlayúa (ubicada a 90 km al sur de la ciudad de Puebla), cuyo hallazgo significó un hito ya que nunca se habían visto tantos fósiles y tan bien conservados en un enclave de México. Esto hizo que se estableciera muy cerca, en Tepexi de Rodríguez, el primer museo regional paleontológico del país, aunque casi la totalidad de los vestigios fosilizados fueron a parar a la CNP. Más tarde se replicaría este modelo en otros lugares.
“Quizá tenga que ver con mi especialidad (los vertebrados marinos), pero si escogiera los restos fosilíferos de un sitio no serían los de Tlayúa, sino los de un poblado oaxaqueño llamado Tlaxiaco, de donde ha salido una cantidad de información sorprendente”.
Érase una vez un pejelagarto
Tlaxiaco es un asentamiento de origen mixteco que ha interesado a los historiadores por ser cuna de personajes clave en las guerras de Independencia y Reforma, pero últimamente ha llamado la atención de los paleontólogos debido a los fósiles ahí desenterrados, los cuales nos retrotraen 150 millones de años, cuando la apertura de Pangea dejó dos grandes masas continentales divididas entre sí por el océano de Tetis: Gondwana al sur y Laurasia al norte.
“Se trata de una temporalidad peculiar debido a que los mares se unieron de golpe y crearon dos supercontinentes. Esto hizo que varios organismos que antes vivían juntos se vieran separados de forma más o menos abrupta. Hasta hace no mucho especulábamos sobre qué había pasado en este periodo geológico, mas no podíamos sacar algo en claro por falta de evidencias; eso ya cambió”.
A decir de Alvarado, la riqueza de este yacimiento fosilífero es tal que lo hallado en el espacio de dos o tres canchas de futbol permite ver, casi en primera fila, cómo se dio un proceso biogeográfico importante que involucró migraciones de fauna europea hacia América. “Todos los vertebrados de esta región tenían parientes cercanos en Europa, pero no en zonas hoy geográficamente más cercanas como Argentina o la costa de EU. La única excepción eran las tortugas”.
Pero si bien las especies terrestres se vieron afectadas por esta escisión del continente en dos grandes bloques, en los mares el fenómeno fue distinto, pues al abrirse Pangea de pronto dos masas oceánicas que no habían estado en contacto entraron en contacto casi de súbito, lo que propició el surgimiento nuevos grupos de peces.
“En este contexto aparece el pejelagarto de Tlaxico, el cual cuestiona todo lo que se decía de estos animales, pues hasta antes del descubrimiento de esta cantera en Oaxaca se aseguraba que estos peces habían surgido 100 millones de años y de repente aparece uno nadando hace 150 millones. Así, un fósil es capaz de reescribir lo hasta hoy sabido: de golpe, el proceso evolutivo de los pejelagartos se extendió en un 50 por ciento, lo cual, bien visto, es mucho tiempo”.
Para Alvarado, el caso anterior es sólo un ejemplo de las historias que puede relatar un fósil si es analizado con rigor y de la mucha información que puede aportar si es preservado de forma adecuada.
“Y sin embargo, la mayor parte de la CNP consta de materiales aún no estudiados. Enfrentamos varios retos, como el de lidiar con un espacio que comienza a ser insuficiente o el de tener muy poco personal. Ojalá esto cambie en un futuro no lejano porque, como se ve, los fósiles aquí almacenados tienen mucho qué contar”.