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La biblioteca roja, memoria disidente que se niega a ser enterrada

En 1976, poco antes de exiliarse en México, Dardo y Liliana cavaron una fosa en el patio de su casa en Villa Belgrano —barrio de la ciudad de Córdoba— y depositaron ahí 16 paquetes de libros envueltos en bolsas de nylon aseguradas con varios metros de cordel azul anudado. Entre los títulos enterrados figuraban obras de Marx, Gramsci, Lenin, Trotsky o Mao Tse-Tung, todos ellos autores vetados por la dictadura argentina. Los jóvenes universitarios se prometieron regresar al hogar a la caída del régimen militar y devolver estos ejemplares a sus respectivas estanterías; no pudieron hacerlo.

Así es como inicia la historia de esta colección de papel y tinta que 40 años después sería exhumada por un grupo de antropólogos forenses convocados por Tomás Alzogaray Vanella, el hijo de esta pareja, quien desde niño escuchaba a sus padres hablar de lo que dejaron atrás y de la experiencia de vivir en tiempos donde ciertas lecturas, llevar barba o poseer alguno de estos ejemplares acarreaba señalamientos por parte del Estado, persecución y riesgo de muerte.

Las fotografías y testimonios de este desentierro realizado en enero de 2017 quedaron plasmados en el libro La biblioteca roja, que será presentado el 27 de septiembre en el Museo Universitario del Chopo y alrededor del cual se articularán una serie de actividades que tenderán puentes entre Argentina y México, dos pueblos en donde ver una fosa y montículos de tierra recién removida al lado hace pensar, inevitablemente, en vidas truncadas y desaparecidos.

“Mostrar imágenes de peritos y excavaciones reabre heridas, pero también visibiliza una realidad cotidiana”, señala la artista cordobesa Gabriela Halac, quien junto con Tomás Alzogaray y Agustín Berti es autora de esta publicación que se dará a conocer en el Foro el Dinosaurio la noche del jueves, en punto de las ocho.

Sobre el impacto emocional causado por este proyecto, la también editora explica que es inevitable. “Este fenómeno ha sido estudiado; de hecho, hay una rama de la arqueología llamada arqueología simétrica que establece paralelismos entre sujetos y objetos, y en este caso hablar de textos enterrados es hacerlo de dos jóvenes cuya vida peligraba si alguien los descubría en posesión de dichos títulos”.

A Gabriela Halac este tipo de experiencias la tocan muy de cerca, pues en 1963 su padre se vio obligado a quemar sus libros a fin de no ser perseguido; por eso cuando escuchó a Tomás Alzogaray hablar de cómo la biblioteca de sus padres terminó metro y medio bajo tierra en un lugar indeterminado de su antiguo domicilio en Villa Belgrano, se sumó al proyecto de exhumarla, pero no de la forma convencional, sino realizando todos los trámites y el papeleo exigidos por las autoridades a la hora de desenterrar un osario.

“Antes de nada consultamos a un antropólogo forense muy amigo de la familia Alzogaray y le preguntábamos si le resultaba descabellado describir a este enterramiento como una fosa común, pero no de cuerpos, sino de libros. Le pareció interesante el símil, en especial porque poseer dichas obras amenazaba la vida de las personas”.

El paso siguiente fue contactar a estudiantes que han colaborado con el Equipo Argentino de Búsqueda Forense y las fotografías tomadas hablan por sí mismas, dice Halac. “En la zona se colocaron esas retículas formadas por estacas e hilos que bien conocen los familiares de los desaparecidos. Todo esto reavivó la memoria de miles de argentinos y se volvió un acto contra el olvido”.

Una colección inclasificable

El verano de 2017 en la ciudad de Córdoba estuvo marcado por un calor intenso y lluvias torrenciales y en ese clima se realizó la exhumación de la Biblioteca Roja, la cual comenzó un 7 de enero y culminó el 11 del mismo mes, tras muchos intentos fallidos y casi cuatro toneladas de tierra paleada y acomodada en montículos.

“Al principio lo que más nos interesaba era dar con estos paquetes, y cuando lo logramos de golpe surgieron preguntas. ¿Qué hacer? ¿Sacarlos? ¿Dejarlos ahí? ¿Qué convenía a nivel ético y político? Y no sólo nos pasó a nosotros; nos apoyaron paleontólogos, geólogos, archivólogos y conservadores de papel, y ni siquiera ellos sabían cómo nombrar a esos objetos: ¿eran aún libros?, ¿eran ya fósiles u objetos naturales? No había acuerdo sobre esto ni sobre su preservación, pues los procedimientos tradicionales sólo causaban más deterioro y eliminar la humedad los fragilizaba”. 

En lo que sí hubo consenso fue en la sorpresa provocada entre los argentinos. “De inmediato ocupamos portadas de diarios y muchos nos buscaban para compartirnos sus experiencias con la dictadura. El 16 de agosto de 2017 presentamos en Córdoba el libro que ahora daremos a conocer en el Museo del Chopo y eso se transformó en una asamblea formada por gente del interior de la provincia, exmilitantes, familiares de desaparecidos y antiguos compañeros de universidad tanto de Dardo como de Liliana”.

En aquella ocasión los ejemplares exhumados se pusieron en vitrinas, donde la gente pudo observar de cerca estos rectángulos de papel ilegibles, decolorados y apergaminados tras cuatro décadas bajo el suelo, algo que no se repetirá en el Museo del Chopo pues estas piezas se dañaron tanto que no hubieran sobrevivido a los siete mil kilómetros que median entre Córdoba y la Ciudad de México.

Lo que sí habrá, adelantó la poeta, es un intento por conformar una Biblioteca Roja Mexicana, es decir, una colección con títulos que han recibido intentos de censura ya sea por el poder oficial o el crimen organizado. “Acá también hay historias e ideas que han intentado ser silenciadas y para no acallarlas lo mejor es ejercer la memoria”.

Los rostros de la censura en México

Para Gabriela Halac, México y Argentina son muy diferentes en cuanto a sus estrategias de veto. “En mi país había decretos de prohibición y se enumeraban las razones de por qué un libro era peligroso. Algo así es impensable aquí porque la idiosincrasia mexicana es diferente y las formas de aplicar la censura son otras”.

Ejemplo de ello es La casa blanca de Peña Nieto, el primer libro que le viene a la mente cuando se le pregunta por un título merecedor de integrarse a la Biblioteca Roja Mexicana, por ser un trabajo que pese a haber obtenido los premios Gabriel García Márquez de la FNP, el Nacional de Periodismo y el de la Iniciativa para el Periodismo de Investigación en las Américas, también le ganó a Carmen Aristegui el ser señalada por un juez como alguien que “se había excedido en su libertad de expresión e información” y provocó que a la comunicadora no tuviera ya cabida en la radio a nivel nacional.

“Y hay casos aún más dramáticos, como el del elevado número de periodistas asesinados —la forma más brutal de acallar una voz— o el de la censura ejercida por los editores, quienes con mano invisible evitan que ciertas cosas se den a conocer. Un caso que llama mi atención es el del tráiler con 273 cadáveres que vagaba por Jalisco. Al enterarme de inmediato se me ocurrieron mil preguntas, ¿de dónde provienen esos cuerpos?, ¿quién los puso ahí?, ¿quiénes son? Sin embargo, las notas aparecidas en periódicos eran huecas y apenas dedicaron 10 líneas a esto. Cada que leo noticias sobre México me sorprende la escasez de información que se maneja”.

Por ello, desde antes de su llegada al Museo del Chopo, los argentinos comenzaron a preguntar entre los mexicanos por aquellos títulos que deberían formar parte de esta nueva biblioteca. “No se trata de recuperar los documentos de la censura en este lado del hemisferio, sino de visibilizar ciertas problemáticas, temas y eventos presentes en libros de baja circulación, ya no publicados o difíciles de conseguir.  Este experimento de desenterrar la palabra, hacerla visible y generar inquietud no debe verse como una obra acabada, sino como una zona para crear comunidad y construir experiencias”.

Contra las verdades oficiales

El permitir que determinados libros sean quemados o enterrados, y que ciertas noticias sean acalladas implica ceder ante la imposición de una historia oficial que los Estados quieren heredarnos —o de “verdades históricas”, como sugiere el término popularizado por el exprocurador general de la República, Jesús Murillo Karam, al intentar zanjar el tema de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa—, de ahí la importancia de este tipo de ejercicios, señala Gabriela Halac.

Como un antídoto contra la desmemoria, los artistas argentinos (con apoyo de la curadora Ileana Diéguez) desarrollarán una serie de actividades desde el 27 de septiembre hasta el 4 de octubre, entre las que se incluyen dinámicas en las que confluyen la lectura y el dibujo, y encuentros con familiares de desaparecidos en los que se hablará de lo que implica buscar y no cejar en ese empeño.

“La Biblioteca Roja surgió a partir de un relato contado por nuestros padres; 40 años después buscamos visibilizar aquello que escuchamos tantas veces y ponerlo en escena. Nuestro objetivo aquí es que lo mexicanos hagan algo parecido desde su propia comunidad y con sus propias historias, lenguas, experiencias y cultura a fin de apuntalar sus memorias, perpetuarlas y hacerlas circular”.