Explora unam global tv
Explora unam global tv
explorar
Explora por categoría
regresar

Horror en el Palacio Negro

“Me golpearon en los oídos, desnudaron, maniataron, me acostaron boca arriba y golpearon, me dieron toques en los testículos y me preguntaron cosas que yo no sabía, yo no sabía nada de nada. Después de varias torturas, me ingresaron en una celda, la crujía H, donde en el muro, recuerdo, había una leyenda: ‘En esta cárcel ingrata, donde reina la tristeza, no se castiga el delito, se castiga la pobreza’; estuve preso hasta 1971”.

Este es el relato de Salvador Zarco, mecánico electricista de locomotoras jubilado, militante del movimiento sindical ferrocarrilero en 1968 y director del Museo de los Ferrocarrileros de la Ciudad de México, al recordar cómo fue detenido el 3 de octubre de 1968.

A 50 años de la matanza de Tlatelolco y del 2 de octubre, esta fecha no se olvida, no para cientos de personas, que como Salvador Zarco, los recuerdos de esos tres años en prisión en el Palacio Negro siguen vivos, claros, duelen.

Con lágrimas en las mejillas, Zarco (como lo conocen sus amigos) rememora que el movimiento estudiantil estaba en picada, las escuelas ya habían sido tomadas por el Ejército, pero en días anteriores se había anunciado que los sindicatos de electricidad y ferrocarrileros se unirían al movimiento, “lo que aterrorizó al gobierno porque una vez que iniciara era difícil pararlo, por eso tomaron una decisión sangrienta”.

El 2 de octubre de 1968, varios grupos de élite reprimieron violentamente a un nutrido grupo de estudiantes, profesores, intelectuales, obreros y profesionistas, quienes se habían congregado en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, para exigir respeto a la autonomía universitaria, libertad a los presos políticos, fin de la represión estatal y mejores condiciones laborales.

“Ese día, nosotros marcharíamos para reclamar la liberación de Demetrio Vallejo Martínez, quien estuvo preso 11 años, cuatro meses  y un día; pero el movimiento también demandaba libertades democráticas, era el símbolo de la falta de democracia de este país”.

Refiere que al mitin del 2 de octubre fue al único que no pudo asistir, pero su esposa acompañada de un par de amigas sí. “Ella me contó que había policías federales y generales del Estado Mayor disparando. La gente estaba desconcertada y con pánico no entendía qué estaba pasando, pero no eran de salva, la gente empezó a correr”.

Salvador Zarco trabajaba como corrector del periódico El Día, esa noche revisó las notas con asombro, no le cabía en la cabeza que algo así hubiera pasado. Se quedaba a dormir sobre el escritorio porque “pagar taxi a casa era gastar más de la mitad del salario”, por ello, salía a la mañana siguiente.

Lo primero que hizo fue recorrer las casas de unos amigos para saber cómo estaban, “llegué a la primera casa y no encontré a nadie, a la segunda tampoco, en la tercera encontré a la policía y me detuvieron”.

El ferrocarrilero de 73 años narra que le cubrieron la cabeza y lo llevaron a unas oficinas de Plaza de la República, donde lo interrogaron, torturaron y golpearon. Lo primero que le dijeron fue: “Lo que uno menos tiene que hacer es poner palitos en la pared, debemos saber cuándo entramos pero nunca pensar en cuándo vamos a salir”.

La estancia en Lecumberri fue difícil porque “el gobierno era vil, no querían que nos vinculáramos con los otros presos, la comida no era comida y no nos daban trabajo”, sin embargo, se dio cuenta que muchos de los encarcelados no eran hampones ni lacras, sino gente del pueblo que estaba ahí injustamente.

A pesar de que los mantenían aislados e inactivos, Salvador siempre buscó la manera de hacer algo porque “el ocio mata”. Conoció a varios amigos de los que conserva fotos en la fría y sombría crujía H.

Quiere escribir sobre lo que vivió, “no todos han mencionado a mucha gente que participó en la huelga de hambre como los dirigentes campesinos y del asalto que sufrimos. Siempre se habla de los presos idealmente, pero nadie habla de la cruda realidad”.

Finalmente, acota que el 2 de octubre representa un antes y un después de esa fecha en la historia de México, un capítulo que cimbró a la nación que no volvió ni volverá a ser la misma.