La ansiedad nos lleva a sentir temor y preocupación excesivos y, a diferencia de las infancias de otro origen, las de Latinoamérica (mexicanas incluidas) tienden a expresarla como quejas somáticas, señala Laura Hernández Guzmán, del posgrado de la Facultad de Psicología de la UNAM, tras investigar el tema por más de 30 años.
A decir de la Unicef, en menores de edad dicho estado se manifiesta como pánico, nerviosismo, cansancio e irritabilidad y, según datos de la Organización Mundial de la Salud, tan sólo en 2019 unos 58 millones de niñas, niños y adolescentes experimentaron algún episodio ansioso a lo largo del planeta.
“Muchos factores pueden desencadenarla, pero debemos poner especial atención a las prácticas parentales”, advierte la académica.
¿Qué es la ansiedad en la niñez?
La ansiedad es una respuesta fisiológica que puede confundirse con el miedo; sin embargo, una y otro no son lo mismo. “El último es la reacción esperable ante una situación real de peligro, como si —por ejemplo— en este momento entrara un tigre por la puerta. En contraste, la ansiedad es desproporcionada, como cuando alguien huye y se descompone al ver en su habitación una araña minúscula”, explica la profesora Hernández.
Al estudiar la ansiedad en la niñez, la especialista ha encontrado que lo que predomina son las fobias, en especial las específicas, es decir, el miedo a objetos, animales o situaciones. “Esto se da más entre los pequeños; en un principio trabajamos con niños de siete u ocho años”.
Sin embargo, a fin de lograr una comprensión más amplia, la académica estudió otros aspectos como la fobia social, la ansiedad de separación e incluso los desastres naturales generadores de estrés postraumático.
“Se trata de un fenómeno multifactorial donde intervienen desde predisposiciones genéticas y biológicas, hasta contextos y situaciones propias de la niñez. La tendencia es investigar todas esas variables y no quedarse en un punto de vista particular. Al principio nos enfocamos en la conducta y trabajamos cuestiones cognitivas, pero como necesitábamos ir más allá echamos mano de diferentes disciplinas”.
Uno de los factores relevantes para explicarla y proponer un tratamiento son las prácticas parentales. “Mientras casi todos los padres ayudan al niño a controlar o regular sus emociones, algunos se vuelven fuentes de afectividad negativa generadoras de malestar en el infante”.
Un problema interiorizado
Por ser difícil de detectar, Laura Hernández describe a esta psicopatología como un problema interiorizado. “Sus síntomas no saltan con facilidad a la vista y pueden permanecer ocultos por mucho tiempo”.
En sus investigaciones, la académica ha observado a bebés protagonizar berrinches extremos cuando sus padres pelean o discuten. “Un ambiente hostil en la pareja puede afectar a un infante, quien no sabe manejar estos escenarios ni encuentra en sus padres un apoyo para procesarlos”.
Los resultados de la profesora Hernández coinciden con los de investigadores estadounidenses que trabajan con poblaciones de migrantes, principalmente mexicanas: las niñas y niños de América Latina somatizan. “A diferencia de los de otro origen, los latinoamericanos al sentirse ansiosos pueden manifestar vómito, náusea o dolor de cabeza, o simplemente parecer enfermos”.
Como parte de sus investigaciones, la universitaria ha echado mano de instrumentos como las situaciones experimentales controladas a fin de evaluar la reacción de las infancias ante ciertos escenarios y medir su nivel de ansiedad cuando presentan alguna fobia específica.
“En estos casos el tratamiento es de una sola sesión. También ponderamos si se siguen presentando estas manifestaciones psicopatológicas o si hay repercusiones, como el no querer ir a la escuela, tener malas calificaciones o no juntarse con sus compañeros”.
Para la académica, una herramienta crucial para entender este fenómeno es el juego. “Se utiliza como un vehículo para intervenir y nos ayuda a medir sus respuestas mientras hacemos algunos ejercicios útiles para regular sus emociones”.
¿Cómo ayudan los padres?
Para prevenir la ansiedad en los menores es importante que los padres, madres o cuidadores primarios sepan qué hacer. “En vez discutir, pelear o gritar frente a ellos lo ideal es ayudarles a regular sus emociones”.
Por ejemplo, si el infante va dentro de un automóvil y llora si se estaciona un autobús grande al lado, lo adecuado no es arrancar rápido para evitar el camión, sino ayudarlo a interpretar la situación de manera distinta. “Eso es proveerlos de herramientas para lidiar con todas esas situaciones cotidianas”, señala.
También recomienda estar atentos a cualquier manifestación de hipervigilancia, es decir, de un estado de alerta aumentado. “Hay que estar al pendiente de si el menor señala que no se sienta bien o de si se queja de algo somático (no relacionado con una enfermedad)”.
Esas son alertas para buscar a un especialista, pues diagnosticar y tratar la ansiedad en la niñez y de forma temprana es importante para evitar que, a largo plazo, ésta se exacerbe y genere proclividad a otros problemas en la adolescencia y adultez, como la depresión. “Como investigadores debemos enfocarnos en los mecanismos subyacentes y no tanto en los síntomas, pues eso nos ayuda a entender mejor esta problemática”, concluye la profesora Hernández.