Reconociendo que la inmensa mayoría de quienes hoy estudian en la universidad no habían nacido, o eran casi bebés cuando ocurrió el terrible suceso, vale la pena recordar algunos hechos básicos que podrían ayudarte a entender por qué, los que sí lo vivimos, consideramos las 7 horas con 19 minutos de esa fecha, como un verdadero parteaguas en nuestras vidas.
Por supuesto, sabes bien que se trató de un temblor de gran magnitud, 8.1 grados en la escala de Richter, y que en la Ciudad de México se cayeron una cantidad importante de edificios y “muchísima” gente murió.
El hecho es que, aunque la cifra oficial de muertos fue de 3,192, otras estimaciones serias señalan que entre 10 mil y 20 mil personas perdieron la vida durante el sismo y su réplica principal que sucedió al anochecer del día siguiente.
Probablemente has visto imágenes de un conductor de Televisa (Jacobo Zabludovsky) que salió a las calles a hacer la crónica radiofónica sobre la destrucción de las oficinas centrales de la televisora para la que tanto tiempo trabajó.
En ese época la telefonía celular no existía, y para colmo de males, durante el temblor se derrumbó la principal terminal de Teléfonos de México -que en ese entonces era una empresa del gobierno— por lo que la conexión, que todavía era de marcación de disco, entre México con el resto del planeta fue casi nula.
Además, el temblor ocurrió cuando el país estaba concluyendo su preparación para ser sede del evento deportivo más visto en el mundo: la Copa Mundial de Futbol México 86, que por cierto, también organizaba Televisa. Por ello, es entendible que durante las primeras horas y días que siguieron al temblor, mucha gente de otras ciudades y países hayan creído que la capital del país había desaparecido del mapa.
A lo mejor te han contado que ese día nació la sociedad civil en la capital: mientras el gobierno se quedó paralizado, una inmensa cantidad de personas se volcaron a las calles para escarbar entre los escombros y rescatar a quienes todavía respiraban. Ese día y unos pocos más, la gente común, con una solidaridad muy real, tomó el control y creó enormes cadenas humanas para llevar ayuda a los damnificados.
Fue una experiencia crucial para quienes, como estudiantes, vivimos el temblor del 85. Fue en ese despertar cuando conocimos el rostro de una ciudadanía activa, participativa y crítica. Mientras las autoridades se escondían y luego comenzaron a traficar con la ayuda que llegaba del exterior, los ciudadanos de a pie rescatamos aquella ciudad.
Poco más de un año después –motivado por otros temas—, la UNAM se fue a una huelga que contó con una amplia empatía ciudadana. También es cierto que a dos años de distancia, desde un departamento localizado detrás del Estadio Olímpico de CU, nació la primera candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas a la presidencia de México. Con esa misma ola encabezó el movimiento electoral de 1988 que sacudió al país y cimbró la legitimidad del viejo sistema. También con esa misma generación al frente, en 1997, la izquierda partidista le arrebató al PRI el control político de la capital del país.
Hablo de una época en la que el internet prácticamente no existía, en el que Facebook, YouTube o Google eran apenas sueños, en el que el PRI venía de declararse, con casi el 100 por ciento de los votos, como ganador de casi todas las elecciones. Sí, México era otro país.
Para quienes no vivieron el temblor, o eran demasiado pequeños para recordar el fenómeno social que le siguió, la fecha del 19 de septiembre de 1985, puede ser apenas una oportunidad para practicar los protocolos básicos de seguridad en los simulacros obligados desde entonces.
Para quienes vivimos esa mañana fatídica, aprendimos a tenerle miedo a estos movimientos de las placas tectónicas y a sus violentas consecuencias. Para quienes nos convertimos en ciudadanos en esas fechas, el sismo del 85 fue el parteaguas que nos marcó como generación.