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Y la gente salió a marchar por la ciencia


La convocatoria para quien quisiera participar en la Marcha por la Ciencia de la Ciudad de México establecía: sábado 22 de abril a las cuatro de la tarde, en el Ángel de la Independencia, y en ello no hubo engaño, pues el primer contingente comenzó a avanzar por Paseo de la Reforma, con dirección al Oriente, justo en punto de las cuatro. Era la primera vez que la sociedad civil tomaba las calles en defensa del quehacer científico y había que ser puntuales con la historia.

Aunque los biólogos digan que no hay tal cosa como la generación espontánea, las 610 de ediciones de la March for Science registradas a lo largo del planeta —incluidas las de sitios tan lejanos como Kampala (Uganda) o Suleimaniya (Irak)— se generaron así, de forma espontánea, después de que el 20 de enero un usuario de Reddit, molesto por el empecinamiento de Trump en negar el cambio climático, posteara lo que en ese momento era una ocurrencia suya: “Los científicos deberían marchar en Washington, DC”.

Este llamado fue replicado a través de redes sociales y como en aquel juego infantil del teléfono descompuesto, el mensaje original se fue trastocando poco a poco hasta transformarse en “los científicos deberían marchar alrededor del mundo”, como pasó en efecto. “Yo me enteré del evento en la CDMX por Facebook”, comentó Fabiola, quien estudia en el Politécnico Nacional para ser QFI.

Eran las cuatro y cuarto y no bien habían empezado a moverse los últimos contingentes cuando ya se estaba dando la tradicional guerra de cifras entre autoridades e inconformes. “Son de mil 500 a tres mil individuos”, decían los policías del GDF. “Somos de cuatro a cinco mil”, calculaban quienes caminaban por Reforma. Como suele pasar en estas disputas, la verdad estaba en un punto intermedio.

Al frente de los manifestantes, a manera de mascarón de proa, 10 jóvenes sostenían una gran manta azul con la leyenda Marcha por la Ciencia impresa en grandes letras blancas y con los escudos de las 16 instituciones que suscribieron públicamente el movimiento —entre ellas la UNAM, el Cinvestav y la UACM— en la parte de abajo.

“Aquí no hay protagonismos, podemos ser pumas, del Poli o la UAM; lo importante es que todos coincidimos en una causa: señalar que en el país hemos descuidado la ciencia y la tecnología, y que debemos hacer algo al respecto”, acotó Oscar, un joven que recién terminó la carrera de Ingeniería en CU y que busca titularse.

La rebelión de las batas blancas

La del sábado fue una marcha de batas blancas, pues desde el inicio muchos manifestantes se las pusieron como una muestra de orgullo —casi todas con el logo de su institución en la parte izquierda del pecho— y se negaron a quitárselas, pese al Sol de primavera que elevó el termómetro hasta los 25 grados.

“¡Sombreros, sombreros de palma!”, gritaba un vendedor que caminaba en contrasentido de la gente mientras levantaba uno de ala ancha, en un ademán parecido al de los toreros cuando se retiran la montera y saludan a la tribuna, mientras que otra persona ofrecía agua embotellada o refrescos “para evitar la insolación”.

Bastaba con abandonar por un instante la marcha para comprar una bebida o procurarse un poco de sombra para perderse entre el gentío, como constató Isaac, de la FES Aragón, quien a fuerza de mensajes de What’s App intentaba localizar a sus amigos.

La única ventaja de verse inmerso entre tanto rostro desconocido es que ello facilitaba, incluso en medio de la multitud, detectar caras conocidas, como la de la directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM, Rosaura Ruiz, la del profesor emérito Antonio Lazcano (quien no pasaba de incógnito pese a sus lentes oscuros) o la del titular del Instituto de Ciencias Nucleares, Miguel Alcubierre.

Poco después se integraría el doctor Carlos Gershenson, del IIMAS, quien llegó con su pequeña hija, la cual portaba un cartel que decía: “Que no pare la oportunidad de ser científico”. Y las pancartas merecen mencionarse porque no dejaron de acaparar miradas, fuese con frases convencionales como “sin ciencia no hay futuro” o “sin investigación no avanza la nación”, o con aquellas cargadas de sátira y sorna política como “con el sueldo de Carmen Salinas pagamos 10 becas de doctorado” o “más científicas, menos PRI…ncesas”.

Aquella tarde se borró toda rivalidad académica y los huelums y los goyas se sucedían de forma orquestada y sin empalmarse, en señal de respeto, lo que hizo que algunas personas rememoraran las marchas del 68, “pues en esos tiempos los de la UNAM salimos a dar la cara por nuestros compañeros del Poli y viceversa”, dijo el señor Rubén Gómez, quien en esta ocasión vino para acompañar a su hija, pasante de Química en la UAM Xochimilco.

Y por un momento el calendario sí dio marcha atrás, pues Reforma comenzó a llenarse de banderas al viento, consignas de esperanza y llamados a escuchar al planeta, tal y como hace cinco décadas. Sin proponérselo, una de las pancartas vino a completar este cuadro con su mensaje sacado de cantos de otra época, pero vigentes en ésta: “¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón”.

Peregrinos de Aztlán

Aunque el destino original de la marcha era el Zócalo, antes de iniciar la caminata los organizadores ya sabían que la plaza estaba cercada y ocupada por enormes carpas de toldo blanco. El argumento era que el gobierno de la ciudad celebraría ahí el Día del Niño.

Ante este imprevisto, la indicación fue avanzar por Reforma, doblar en Juárez, tomar 5 de Mayo, llegar a la Plaza de la Constitución, rodearla y no detenerse hasta ver un águila sobre un nopal devorando una serpiente. “Como peregrinos de Aztlán”, bromeó uno de los jóvenes al escuchar la indicación, aunque en realidad todos sabían que la referencia era a la escultura de Juan Olaguíbel ubicada frente a la Suprema Corte de Justicia, a un lado del cabildo.

Poco importó que la columna de caminantes se extendiera a lo largo de un kilómetro, la instrucción llegó a todos pues en la era de internet es difícil quedar incomunicado. De hecho, había quienes mientras caminaban seguían el progreso de las marchas que simultáneamente tenían lugar en Querétaro, Baja California, Sinaloa, Michoacán, Guanajuato, Yucatán, Quintana Roo, Jalisco, Puebla, Nuevo León, San Luis Potosí, Veracruz, Oaxaca, Zacatecas, Tabasco y Morelos.

Sin embargo, estar tan conectados generó el único momento tenso de la jornada, pues para las cuatro y media ya corría el rumor de que en el Hemiciclo a Juárez había un retén. Por un instante los peregrinos de Aztlán dudaron de si llegarían al destino prometido.

“¡Pero sí es un evento pacífico! Hay niños entre los contingentes y hasta los policías saben que eso es señal de que no hay peligro alguno”, señaló el señor Cristóbal, quien por su trabajo está obligado a conocer los protocolos de seguridad civil y a estar en contacto con las fuerzas del orden. Que ningún comercio cerrara sus puertas al ver pasar a esta larga columna de inconformes parecía darle la razón.

Al final los rumores quedaron en eso, en rumores, y la marcha ganó velocidad al llegar a Palacio de Bellas Artes, pues sólo bastaron cinco minutos para que ésta atravesara el tramo que va del Eje Central a la Catedral Metropolitana. Para ese momento ya se percibía un sentimiento de alivio y los organizadores llamaban desde sus celulares a los oradores, que ya esperaban en el punto de encuentro.

Como los corredores que tras atravesar la meta dan una vuelta triunfal alrededor de la pista, los manifestantes rodearon el Zócalo entre goyas y huelums que se convirtieron en un clamor indistinguible en cuanto se vieron ante el águila y la serpiente de bronce que están junto al Cabildo de la Ciudad, en la llamada Plaza de la Fundación. Aún no daban las seis y los científicos habían marchado por la ciencia, eran las 5:50 y los peregrinos de Aztlán habían llegado a su destino.