El hijo extraviado en un sueño de drogas y alcohol, la abuela maltratadora que prefiere a sus familiares hombres y lacera la vida de las mujeres que la rodean, el cojo que vive del recuerdo de su hombría, la bruja-hechicera-homosexual seductor de adolescentes drogadictos. Personajes que nunca despertarán de su pesadilla, sonámbulos perdidos en un laberinto del que no hay escapatoria. Eso es “Temporada de huracanes”.
Fernanda Melchor retrata en su novela “Temporada de huracanes” a un México amargo, a un país que sólo está presente en los discursos y no en las acciones, en las condenas de los actores políticos, en las páginas de nota roja. Cifras que se acumulan sin sentido, seres humanos que se pierden en las estadísticas de los organismos oficiales. No son sólo personajes extraídos de la imaginación de Melchor, no es un mal sueño, un mal viaje, una vigilia indeseable, son mexicanos que tienen que batallar todos los días para seguir respirando.
Su lucha, la piedra que llevan consigo todos los días y arrojan desde la misma montaña, consiste en agredir y agredirse. Hay una autodestrucción infinita en la prostituta que termina reclutando a más mujeres para continuar viviendo del negocio, en el “Luismi” con sus dosis de drogas que lo dejan hecho un bulto, en el vividor que asesina al esposo de su amante antes de que lo maten a él, en la adolescente destruida-lacerada-socavada por su padrastro abusador, en la madre que sufre recaídas alcohólicas e incapaz de sobrellevar la soledad se pone sus zapatos de tacón y se maquilla para buscar quien la dañe.
Los sonámbulos de “Temporada de Huracanes” gimen, lloran, se arrastran: “Mamáááááááá, gritaba el hombre, perdóname, mamá, perdóname, mamita, y aullaba igual que los perros pisados por los camiones mientras se arrastraban, aún vivos, hacia la cuneta: mamáááááááá, mamiiitaaaaaaaa”
Intentan huir, sin éxito (por supuesto), de su destino griego, de sus perseguidores narcos, de sus violadores, de sus feminicidas:
“…y ella había tenido que apartarse de la carretera para esconderse en unos carrizales porque los tipos que iban sobre la batea la llamaban chasqueando los labios como si fuera una perra”.
Fernanda Melchor nos abruma, el ritmo de Temporada de huracanes coloca al lector como un espectador de un cielo en llamas y una lluvia pertinaz. No hay compasión para los sonámbulos que protagonizan esta gran novela. La prosa de Melchor atrapará al lector y le obligará a mirar esa realidad que intentamos (también sin éxito) evitar.