A partir del 1 de junio del presente año, cada vez que Superman ingrese a la Unión Americana, tendrá que pagar un arancel del 25%, que es el monto al que ascienden las medidas proteccionistas decretadas por el mandatario estadounidense, Donald Trump, en torno a las importaciones de acero. Asimismo, el aluminio pagará un arancel del 10% al pasar por las aduanas estadounidenses.
Los nuevos impuestos al acero y el aluminio que Estados Unidos compra al mundo, no son una sorpresa. Se sabía que la medida sería puesta en marcha tarde o temprano de cara a las dificultades que el sector siderúrgico del vecino país del norte ha venido experimentando, especialmente en lo que va del siglo. De hecho, en diciembre de 2001, 31 empresas siderúrgicas estaban en quiebra, razón por la que la Comisión de Comercio Internacional de EU recomendó al entonces Presidente George W. Bush imponer un arancel entre el 20 y el 40% a las importaciones de acero. Igual que hoy, los sindicatos y gobiernos de los estados del medio oeste de la Unión Americana, críticos electoralmente para el Partido Republicano, presionaron a favor de la medida.1 En aquel tiempo, México y Canadá -y países en desarrollo- quedaron exentos de la disposición, la cual estaba dirigida sobre todo a las exportaciones de acero de la Unión Europea, Japón, Corea del Sur, Rusia y la República Popular China (RP China). El 2 de marzo de 2002, Bush impuso un arancel del 30% a las importaciones de acero, las que ofrecieron al sector la protección más completa de su historia.2 El Presidente anunció que las restricciones se prolongarían por espacio de tres años. Empero, la medida fue abandonada a fines de 2003, tanto por razones internas como externas.
A nivel interno, los consumidores estadounidenses enfrentaron los altos costos del acero, producto de la escasez y de los aranceles referidos. Sin embargo, esos costos hicieron rentables nuevamente a las empresas estadounidenses aunque a costa del despido de unos 200 mil trabajadores que perdieron sus empleos como consecuencia de esta medida.3 En este sentido, es importante destacar que la rentabilidad recuperada por las empresas posiblemente fue más resultado de los despidos que de los aranceles en sí mismos. A nivel internacional, la respuesta de la Unión Europea, que amenazó con recurrir a todos los foros internacionales para denunciar el proteccionismo estadounidense, más el inicio de represalias comerciales contra productos estadounidenses, determinaron que la medida fuera abortada por temor a una guerra comercial y a fricciones mayores con los aliados de Washington, en momentos en que la guerra global contra el terrorismo requería de su apoyo. Es curioso: el arancel fue interpuesto con el argumento de salvaguardar la seguridad nacional estadounidense, y, posteriormente, fue eliminado argumentando igualmente las consecuencias que el desacuerdo con los aliados tendría para la seguridad nacional del vecino país del norte. ¡Qué cosas! ¿no?
Pues bien, el actual Presidente estadounidense Donald Trump una vez más ha recurrido a esta medida, sólo que con un porcentaje más bajo que el instaurado por Bush: 25%. Comenzó a aplicarla hace unos meses, exentando a México y Canadá, con quienes renegocia el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Empero, a partir del 1 de junio, el arancel aplica a la totalidad de los socios comerciales de EU, incluyendo, por supuesto, a México y Canadá. De entrada, la medida evidencia que el vecino país del norte tiene serios problemas de competitividad en el sector y que la medida decretada por Bush fue más un paliativo por razones políticas con fines electorales -en 2002 enfrentó, igual que hoy ocurre con Trump, elecciones de medio término- que una salvaguarda que haya resuelto los problemas que se buscaba resolver.
En estos momentos, Estados Unidos adquiere acero de unos 100 países. A la usanza y semejanza de Bush, Trump invoca razones de seguridad nacional porque las importaciones de acero y aluminio, afirma él, dañan a la economía estadunidense y generan desempleo. Al declarar como causa la afectación a su seguridad nacional, Estados Unidos pretende invalidar la andanada de controversias comerciales que interpondrán diversos países del mundo contra Washington en la Organización Mundial del Comercio (OMC) dado que, conforme a la normatividad vigente en esa institución, se puede suspender el trato de nación más favorecida y el acceso al mercado de cualquier país, si está en juego la seguridad de la nación. Por supuesto que la administración de Donald Trump tendrá que probar ante la OMC y sus socios esta afirmación.
Si bien la medida afecta a un centenar de naciones, su destinatario principal es la RP China, responsable de la caída en los precios internacionales del acero. Beijing, por su parte, ha anunciado sanciones comerciales contra 128 productos estadounidenses. Estados Unidos, por su parte, ha replicado con la amenaza de sanciones hasta por 50 mil millones de dólares contra productos chinos, argumentando robo de propiedad intelectual a empresas del vecino país del norte.4
Pero más allá de la confrontación entre EU y la RP China, la respuesta de otros importantes socios comerciales y aliados políticos de Estados Unidos, no se ha hecho esperar. La Unión Europea, desde marzo pasado, ya había dado a conocer un listado de productos estadounidenses a los que castigaría, entre ellos, el Whiskey Bourbon; jeans, camisetas y tabaco; maíz y otros productos agropecuarios; acero y productos industriales; cosméticos, bienes de consumo, motos y embarcaciones de recreo; jugo de naranja y arándanos.5
Canadá dio a conocer igualmente sanciones contra productos estadounidenses como yogurt, salsa de soja, mermelada de fresa, condimentos mixtos para pizza y quiché; jugo de naranja, güisqui, café, sopas y agua; productos de manicura y pedicura, lacas para el cabello, espuma de afeitar, papel higiénico y detergente para lavavajillas; naipes, rotuladores, botes inflables, cortadoras de césped y sacos de dormir; además de un arancel del 10% a las velas, exceptuando las de cumpleaños y para ocasiones festivas (Ibid.).
México no podía quedarse atrás. Los productos estadounidenses contra los que aplicará represalias comerciales incluyen productos de lámina plana de acero y tuberías; embutidos, chuletas de cerdo y salchichas; bayas, uvas, manzanas y quesos y lámparas (Ibid.).
Llama la atención que la medida anunciada el 1 de junio, se produce justo en el marco del estancamiento de la renegociación del TLCAN, donde Donald Trump buscaba, entre otros objetivos, eliminar el déficit comercial que mantiene con México, suprimir el mecanismo de solución de controversias del tratado y modificar las reglas de origen para el sector automotriz. Hoy las autoridades de los tres países norteamericanos, consideran prácticamente imposible concretar la renegociación del TLCAN 2.0 en fecha próxima, lo que coloca a Trump ante la disyuntiva de emprender medidas, de cara a los comicios legislativos de noviembre próximo, que lo hagan aparecer ante el electorado como un mandatario que cumple su palabra y que no tiene miedo de cerrar las fronteras a productos que presumiblemente generan desempleo y crisis en la economía estadounidense.
Claro que en EU no todos están de acuerdo con la medida. Legisladores como el Senador Jeff Flake y el líder de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, han criticado los aranceles al acero y el aluminio por considerar que ello desencadenará una guerra comercial y otras consecuencias no deseadas con los principales socios de EU.6
Pero, a todo esto, ¿cómo afectan a México los aranceles referidos? Si bien México exporta acero y aluminio a la Unión Americana, su balanza comercial en el sector es deficitaria, dado que importa mucho más de lo que compra de ambos productos. Esto tiene que ver con el valor agregado de los productos comerciados. Así, mientras EU le compra a México alambrón (tornillos y clavos), además de insumos para la industria metal-mecánica, maquinaria, equipo eléctrico y electrónico, México adquiere aceros especiales que se emplean en el sector automotriz y que son de niveles técnicos sofisticados, por razones de seguridad en el armado de vehículos. En este sentido, el mercado de México y EU en acero y aluminio equivale a unos 9 mil millones de dólares, de los que 2 800 millones son el monto de las exportaciones de esos productos que desarrollan los mexicanos.7 Aun cuando hay divergencias en torno al nivel de afectación para México, se habla de unos 50 mil empleos en juego.8
La Cámara Nacional de la Industria del Hierro y del Acero (CANACERO), considera que las represalias aplicadas por México contra EU, son insuficientes y pide sanciones proporcionales al daño que causarán a la economía nacional además de que señala que deben dirigirse a los mismos productos. La CANACERO argumenta que la aplicación de medidas espejo sería adecuada considerando que el 76% de las exportaciones de acero que realiza Estados Unidos al mundo se destinan a México y Canadá.9
Si bien es entendible la postura de la CANACERO, es importante analizar la dependencia que tiene México de acero de alta calidad de importación para el sector automotriz. Es verdad que, con la red de tratados de libre comercio, México puede buscar la adquisición de acero de esa calidad en los mercados de otros socios, si bien no será sencillo, máxime por los estándares de seguridad industrial requeridos. La apuesta por el mercado interno es, por supuesto, razonable, pero ello requiere mejorar la capacidad productiva y las cadenas de valor en casa, cosa que tomará tiempo.
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