El profesor Xirau recibió el nombre de Ramón por su abuelo y la afición por la filosofía de su padre, Joaquín Xirau Palau, quien impartió esa materia en la Facultad de Filosofía de Barcelona por tantos años que llegó a ser decano del lugar, aunque como solía confesar el investigador emérito a todo aquel que le prestara oídos, “antes que por esos temas, mi primer interés fue el cine”.
Nacido el 20 de enero de 1924 en la calle de Provenza, a pocos pasos del puerto barcelonense, y fallecido el 26 de julio en su casa de San Ángel, muy cerca de Ciudad Universitaria —donde dio clases por seis décadas—, ambos destinos describen la labor intelectual de Xirau, quien a lo largo de su vida tendió puentes de pensamiento entre España y México, como describió alguna vez Octavio Paz.
De hecho, quienes tomaron clase con él recuerdan cómo en sus exposiciones mezclaban el castellano y con el catalán, algo que también se aprecia en su obra, pues Xirau filosofaba en español y hacía poesía “en esa lengua de sonoridades maternas” que lo remitía a los paisajes portuarios de su infancia y lo hacía escribir versos como “una fulla navega en haches riu i és verda i pura mar de llum i mar” (una hoja navega en este río y es verde y pura mar luz de mar).
Al preguntarle por esa dicotomía creativa, él solía repetir: “La poesía sólo la puedo escribir en catalán; es un asunto de sonido y ritmo”.
Xirau nunca negó que la inspiración poética llegó a él mucho antes que la filosófica, pues aunque su primer libro de versos (Deu poemas) lo escribió durante su juventud, en realidad sus versos iniciales los hizo de niño, cuando pasaba largas temporadas vacacionales bajo el sol de Cadaqués y Llançà, dos poblados de la Cataluña.
También por esa época solía meterse al despacho de su padre para escuchar cómo debatía con sus alumnos sobre la fenomenología de Max Scheler y el pensamiento de Ortega y Gasset, lo que daría pie a esta confluencia de intereses que harían de su obra algo único e inusual: poemas con una fuerte carga intelectual y ensayos de una gran profundidad estética y belleza en el uso del idioma.
En 2001, Xirau publicó Entre la poesía y el conocimiento, donde propuso que mientras lo filosófico permite entender la realidad vía la razón, la deducción, los sistemas y la inducción, lo poético echa mano de la intuición; no por nada Octavio Paz volvió a referirse a él como un puente, pero en esta ocasión uno entre la poesía y la filosofía.
“Maestro de todos”
La familia de Xirau fue uno de tantas que abandonó España huyendo del franquismo. De hecho, su padre protagonizó una de las fugas más recordadas del periodo, pues escapó del país junto con el poeta Antonio Machado a bordo de una ambulancia ululante, prestada por el doctor José Puche Álvarez. Más tarde sería el turno del adolescente Ramón para salir de ahí: él lo haría en barco y llegaría primero a Marsella y luego a Nueva York, para luego desplazarse a Texas y adentrarse en México.
El poeta llegó a territorio nacional cuando tenía 13 años y se nacionalizó a los 15, aunque asumió que su tercera patria sería la UNAM cuando entró a la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL), entonces ubicada en el edificio de Mascarones, donde se encontró con una pléyade de maestros como no volvió a haber jamás: Julio Torri, Alfonso Reyes, José Gaos, Eugenio Imaz, García Maynes, Antonio Caso y Juan David García Bacca, entre otros.
Y no sólo eso, sino que tuvo por compañeros de aula a Henrique González Casanova, Manuel Durán, Roberto Ruiz, Rosario Castellanos, José Miguel García Ascot y Tomás Segovia. El escenario para que se gestara una revolución intelectual y creativa estaba puesto.
No obstante, para Ramón lo más importante de aquel sitio —como confesaría en un texto llamado Memorial de Mascarones— fue que ahí “me hice de veras mexicano. Ahí vi a una persona. Hablé con ella; le conté interminablemente historias temibles de la guerra vivida, de aquella guerra tal vez incivil. Y me escuchaba. Era Ana María Icaza, mi futura esposa. Mi padre me dijo que era pintora. Lo era”.
Xirau siempre reconoció el talento de sus profesores para poner en el camino de la filosofía a un joven que como él sólo pensaba en hacer poemas, y en retribución y para pasar esa estafeta y hacer lo mismo por las nuevas generaciones; por ello en 1964 escribió el libro Introducción a la historia de la filosofía, texto indispensable para cualquier bachiller con vocación por las humanidades.
En ocasión del nonagésimo aniversario del poeta, la FFyL le organizó un homenaje, del cual lo que más se recuerda son las palabras del director del Instituto de Investigaciones Filosóficas, Pedro Stepanenko, quien justo por esa publicación expresó sin ambages: “En algún sentido, todos somos alumnos de Ramón Xirau”.
Y quizá esta frase sea la que mejor resuma lo que fue y significó Xirau, pues uno de los temas que más le interesó fue el de la permanencia y haber sido maestro de todos hace que, pese a su deceso, su pensamiento palpite. Como él mismo declaró en una entrevista: “Todo lo que he escrito de filosofía o desde ella va unido al título de mi primer libro: Sentido de la presencia, y no hablo del presente pasajero, sino de la continuada presencia que es nuestra vida”.