La resistencia física de los rarámuri (o tarahumaras) pasó casi inadvertida para los misioneros españoles que intentaron evangelizar la Sierra Madre Occidental y sólo hasta fines del siglo XIX esto llamó la atención del mundo, cuando el etnógrafo noruego Carl Lumholtz y el teniente estadounidense Frederick Schwatka mostraron su asombro por la habilidad de estos indígenas para correr largas distancias; desde entonces muchos han intentando entender las razones de ello, entre ellos yo, comentó Javier Rivera Morales, doctor por el Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) de la UNAM.
Actualmente, el antropólogo físico colabora con Luis Alberto Vargas Guadarrama, investigador del IIA, en un proyecto enfocado a esclarecer el porqué de dicha característica y para ello ha viajado a la zona —en especial a los poblados de Guachochi y de Norogachi— a fin de realizar observaciones que unen campos disímbolos como el genético, el biológico, el cultural, el geográfico y el social, pues intuye que en esta confluencia de saberes se oculta la respuesta.
“Acercarme al asunto desde esta perspectiva implicó integrar diferentes vertientes y romper con premisas establecidas que sólo generan puntos ciegos en nuestra visión global del asunto. En la ciencia occidental tendemos a separar y decantar ciertos elementos sin conceder que probablemente estén relacionados”, explicó.
A fin de aplicar su estrategia, el primer acercamiento de Rivera fue comparar a los tarahumaras con los mestizos de la región para eliminar sesgos. “Ambos colectivos crecieron en el mismo entorno geográfico y sus aptitudes físicas son similares; las únicas diferencias son biológicas a nivel de población, así como sociales y culturales”.
Uniendo las piezas del rompecabezas
En 1971 y tras estudiar la condición cardiovascular tarahumara, Dale Groom, académico de la Escuela de Medicina de la Universidad de Oklahoma, bautizó a esta etnia como “los modernos espartanos” y esta descripción parece haber sugerido a algunos investigadores que si los guerreros helenos atribuían su destreza bélica al ambiente adverso de Lacedemonia, con los rarámuris debería pasar lo mismo.
Abundan antropólogos como el español Ángel Acuña, quien sostiene que vivir en un entorno tan poco amable como el de la Sierra Madre Occidental explica la fortaleza de estos indígenas de Chihuahua. “Sin embargo —agregó—, algo que perdemos de vista es que si bien todos nos desarrollamos en un entorno físico, nuestra manera de hacerlo depende de ciertos elementos sociales y culturales”.
Para Rivera Morales, la mejor evidencia de esta estrechez de miras es que tras haber hecho una serie de comparativos entre los indígenas y los mestizos del lugar se observó que aunque los últimos tienen buena condición, la de los tarahumaras es mayor.
En este rubro se evaluó la capacidad aeróbica a través del VO2Máx (cantidad máxima de oxígeno que el organismo absorbe, transporta y consume en determinado tiempo). El valor arrojado por los rarámuri fue un 20 por ciento más al contrastarlo con el de sus vecinos.
“Ambos viven en la misma zona e incluso los últimos hacen más ejercicio; sin embargo, por su cultura los tarahumaras realizan más caminatas y se involucraban con sus danzas tradicionales y actividades rituales, rasgo asociable a una aptitud física mayor, pero tampoco extraordinaria pues sus rangos no se salen de lo normal”.
Los dos grupos comparten la misma tierra y clima; sin embargo, los mestizos se organizan a la usanza europea, con pueblos estructurados en torno a un centro urbano y tierras de siembra periféricas, lo que hace que todo les quede cerca, mientras que los asentamientos rarámuris son dispersos, lo que los obliga —desde niños— a desplazarse varios kilómetros por pendientes y cañadas para ir de una casa a otra, y eso marca una gran diferencia, dijo.
La carrera como eje de una cosmovisión
La carrera tarahumara recibe el nombre de rarajípari en lengua talahipoa y está actividad está tan imbricada en la esencia misma de este grupo indígena que de ella proviene la palabra rarámuri, que significa ‘corredor a pie’ (o al menos eso aseguraba Lumholtz).
La peculiaridad de esta actividad, expuso Rivera Morales, es que ésta se realiza al tiempo que los participantes patean una bola de madera, lo que demanda una habilidad extra, pues con cada golpe deben colocar la esfera justo donde desean para evitar que caiga entre las piedras o en una cañada, algo importante si consideramos que estos recorridos llegan a ser de cientos de kilómetros.
Y todo empieza en la niñez como algo lúdico, pues los tarahumaras comienzan a competir desde pequeños y así arranca un proceso de selección que envidiarían las grandes potencias deportivas del mundo. Realizar esta actividad a temprana edad incide en estas características, pues la exposición a una disciplina lo largo de la vida genera un hábito y muchas cualidades se potencian en la adolescencia, pues en esta etapa el cuerpo tiende a desarrollar condición física al presentarse los estímulos adecuados, añadió.
No obstante, aclaró el antropólogo, es preciso aclarar que los tarahumaras, más que veloces, son resistentes, pues su rapidez por sí misma no llamaría la atención, pero sí lo hace su capacidad para desplazarse, pues hay rarajípari de hasta 300 kilómetros, las cuales duran más de un día, “y en este aspecto debemos seguir indagando”.
Más allá de los genes
A decir de Rivera Morales, a últimas fechas parece haberse extendido la creencia de que la genética es la respuesta a todo y para no dejar descubierto ese frente el antropólogo seleccionó un polimorfismo a fin de ponderar si esto explicaba la resistencia física rarámuri, aunque al final éste parece no tener un gran efecto.
“Hay quienes sostienen que los genes determinan las características de las personas, pero yo me inclino más por la Teoría de Sistemas de Desarrollo, la cual considera a la genética como un recurso de información del mismo nivel que el entorno social o físico, y sostiene que estos se integran de manera compleja y logran que en ciertos momentos se desarrollen algunas características”, detalló.
Por ello, como parte de su investigación, el universitario se ha dedicado a evaluar qué tanto han cambiado los rarámuri en términos de crecimiento, condición física y características nutricionales a lo largo del siglo XX, y ha hallado que más que en el ADN, la resistencia parece responder a una serie de adaptaciones biológicas.
“Estos corredores tienen una capacidad aérobica de casi 60 mililitros de oxígeno por kilógramo cada minuto, nada espectacular, por lo que su eficiencia al correr —sospecho— tiene más que ver con la biomecánica, es decir, no tanto en su potencial para consumir O2 y generar energía, sino en una manera optimizada de desplazarse”.
Rivera Morales dice no engañarse, pues falta mucho por avanzar; sin embargo, está convencido de que la vía a seguir es derribar las barreras epistemológicas a fin de lograr una visión integradora.
“Los antropólogos físicos quieren ver todo en términos biológicos, genéticos, métricos o somáticos, mientras que los etnólogos buscan lo mismo con dinámicas sociales, contenidos y representaciones. La idea es integrar estas ramas y generar un discurso coherente que englobe todo. Es una apuesta, pero creo que es la correcta”.