Al llegar al sitio no encuentra a los jóvenes brigadistas que esperaban ver ni a gente moviendo trozos de loza, sino una zona acordonada y a una muralla de policías y soldados que, desde sus uniformes, niegan la entrada a vecinos, a los familiares de las 200 costureras atrapadas bajo el concreto, a los voluntarios que llegan con guantes de asbesto y cubrebocas y a mujeres como Elsa, que sólo quieren regalar un poco de su trabajo con los rescatistas.
“Pásenos esa cubeta y ahorita la repartimos entre los compañeros”, le dice un hombre vestido de civil, pero con un chaleco donde se lee Marina en las espaldas. Elsa desconfía de ese hombre y su mueca que quiere parecer sonrisa y en vez de hacerle caso, comienza a preguntar a quienes se agrupan detrás del retén “¿cómo hago llegar esto a quienes sí lo necesitan?”.
Alguien la escucha y le explica que a unas cuantas cuadras está el albergue Diagonal 20 de Noviembre, que da refugio a las familias afectadas de la colonia Obrera y la Doctores. “Yo la llevo”, propone un voluntario de Médicos sin Fronteras y le ayuda a cargar esa gran cubeta verde que a la cocinera le empieza a pesar. Así la abuela, el niño y el hombre caminan por la calle Lucas Alamán.
En el camino, Elsa platica que la vida le ha enseñado que para ayudar hay que levantarse temprano, como hizo hace 32 años, poco antes del sismo del 85, el cual la agarró ya en la calle mientras vendía tamales. Madrugar le permitió no sólo estar a salvo, sino recorrer su barrio para ver si toda su familia estaba bien. “Hoy desperté antes de las cuatro, me metí a la cocina y de inmediato me vine acá. Sólo así hacemos al día rendir
El centro del que le platicaron se encuentra frente al Teatro San Millán de Loyola, del Sindicato Único de Trabajadores del GDF. “Creo que alguna vez vi una obra aquí, no sé cuál, pero sí que no me gustó”.
Justo al cruzar la calle, del otro lado de la Diagonal 20 de Noviembre se ve el albergue, en lo que antes se llamaba Parque El Salado, un espacio cedido por la delegación Cuauhtémoc, el cual antes era un patio recreativo con árboles de poco follaje y menos sombra, un par de balancines, dos sube y baja y una resbaladilla que ahora sirven como postes de anclaje para montar lonas y tiendas de campaña.
Y pese a esta apariencia nómada, el sitio intenta parecerse a un hogar, como constata la señora Elsa al llegar con su cubeta de tamales y recibir por respuesta un “póngalos ahí, sobre la mesa”, es decir, en un comedor flanqueado por una decena de sillas plegables.
La encargada del albergue es la enfermera Ivonne Luvinoff, quien explica que es necesario mantener esa sensación de hospitalidad porque a diario reciben a un promedio de 30 familias “y en breve se nos unirán más, porque hay 100 edificios por desalojarse. Ya cayeron 25 y 65 están a punto del derrumbe. Los niños no dejan de hacer preguntas. No acaban de entender qué está pasando”.
Pese a que es mediodía, hay pocos damnificados en el sitio; la mayoría abandona el lugar en cuanto amanece para ir a vigilar sus departamentos y pertenencias, y regresan al caer la noche, pues en la Obrera y la Doctores los saqueos han estado a la orden del día. “No cabe duda de que un desastre saca lo mejor y lo peor de nosotros como sociedad”, dice Ivonne.
De alguna manera, el refugio de Diagonal 20 de Noviembre se ha convertido en un ejemplo de cómo lidiar con los opuestos y de dar apoyo con muy escasos recursos. “Nos hace falta medicamentos pediátricos, de adultos, para diabéticos y para un paciente con cáncer; debemos hacer maravillas con lo poco que tenemos. Al menos por ahora disponemos de insulina rápida y lenta”.
De pronto, la coordinadora deja de platicar con los recién llegados para atender a una damnificada con una crisis de hipertensión y comienza a llamar desde su celular. “¡Consigan a un médico!”. Como no hay ninguno e Ivonne debe improvisar. No muy lejos se ubica una Farmacia del Ahorro con consultorio y mandan a traer al doctor en turno, el cual llega a los pocos minutos en una motocicleta de reparto.
“También nos faltan médicos generales”, comenta la coordinadora al regresar de atender la emergencia. “Recibimos mucha ayuda, pero nuestras carencias son aún mayores. No podemos valernos sólo con aspirinas, hacen falta baumanómetros, estetoscopios y glucómetros”.
De repente Ivonne hace un alto en la charla para decir “¡hoy cumplo años!”, antes de que un grupo de personas, entre voluntarios y personas en situación de refugio la rodeen y la lleven al comedor improvisado. “Vengan, vamos a repartir sus tamales”.
Una vez cerrado ese pequeño paréntesis de festejo, la realidad se impone cuando le informan a la enfermera que probablemente esa noche llegarán más familias, pues acaban de desalojar otro inmueble. “¿Saben?, de regalo de cumpleaños me gustaría fumar un cigarro y quizá descansar un poco. Como mantenemos nuestras puertas abiertas las 24 horas y la noche esto se llena de actividad y gente, ayer me fui a dormir ya de madrugada”.
Después del almuerzo y de despedirse, la abuela, el hombre y el nieto se despiden y comienzan su camino de vuelta por la calle Lucas Alamán rumbo a la estación de metro Doctores. Tras pensarlo un poco la señora Elsa rompe el silencio para aseverar: “Creo que despertarse temprano no es la única forma; para esa mujer dormirse muy tarde es otra forma de hacer rendir el día”.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_masonry_media_grid grid_id=”vc_gid:1506389976483-0e6b28c0-b8ea-2″ include=”24850,24825,24849,24742,24844,24848,24838,24851,24839,24840,24841,24842,24847,24843,24835,24763,24485,24454,24111,24112,24852″][/vc_column][/vc_row]