El confinamiento se vive con o sin ventanas. Vidrios empañados, rotos, sucios, con remiendos de plástico… o desde un ventanal con un jardín al fondo, un bosque o una avenida.
Con el aire atrapado y sin salida para los olores de la cocina, la ropa sucia, los sudores, los sueños. O con aire acondicionado y purificadores.
Se puede vivir solo o con varias personas y compartir el baño, el comedor y las palabras.
Se puede vivir con todos nuestros miedos, con insomnio, con escalas en el refrigerador varias veces al día, pegado a nuestro teléfono inteligente y a las redes sociales (¿ya hicieron un tik tok?).
O también podemos adoptar un disfraz: mostrar que somos productivos, que leímos libros con títulos extraños, que hicimos ejercicio en la sala, que meditamos y nos volvimos expertos en un tema o que aprendimos otro idioma y somos altruistas, donadores, y que reciclamos la basura.
O simplemente podemos escuchar…A Karla que no sabe si tendrá para pagar la renta a final de mes, a Tania y los momentos de encierro con la COVID-19 junto a su pareja, a Sarid “deprimida, desesperada, insegura” ante el futuro, a Luis Ángel y sus padres desempleados o a Fanni, a quien los trajes de protección de los médicos le recuerdan una película de su infancia.
Rosalba González Loyde, Maestra en Desarrollo Urbano:
“El hacinamiento provoca que lo que vivimos en la pandemia sea mucho más problemático. Hay casos y están documentados de zonas en Iztapalapa donde en una calle ha muerto muchísima gente, incluso familias completas, seguramente por las condiciones de hacinamiento. Las guías para cuidar enfermos de COVID dice que estén solos en una habitación de la casa, ventilada, y que utilicen un baño propio. Si pensamos en las condiciones de habitabilidad de la gente sobre todo en la zona oriente esas condiciones no son factibles”.
La pandemia es una sacudida, un sobresalto, la incertidumbre y la lejanía:
Fanni, estudiante de Derecho:
“La cuarentena nos ha cambiado a todos la vida, porque antes no entendíamos los trajes de sanitizar, antes sólo lo podíamos ver en películas de Monster Inc y ahorita son una realidad. Viví hace unos años en casa la influenza pero no recuerdo que tuviera ese impacto. Las clases, tantos semestres tomando clases normales y de repente es a través de una computadora, quizá con la comodidad de una pijama pero extrañando definitivamente la presencia de un profesor y la interacción con tus compañeros. El trabajo ha cambiado”.
Después de 100 días de escuchar la palabra infectado sabemos que el riesgo de contraer el coronavirus está a la vuelta de la esquina. En cada salida a la calle, en cada microbús, camión, vagón del metro y Metrobús. Cubrebocas, gel, limpieza escrupulosa, y aun así, a veces, no sabemos ni cómo llegó a nuestras casas, como bien lo sabe…Tania Guzmán
Tania Guzmán: “Yo estoy en confinamiento desde mediados del mes de marzo, tengo un poco más de dos meses en confinamiento. El confinamiento que tuvimos mi pareja, mi suegra y yo fue desde el inicio, nada más salíamos a comprar víveres al mercado y nosotros al poco tiempo del confinamiento mi novio y yo nos infectamos. No sabemos de qué forma fue porque no salíamos mucho a la calle. La experiencia que hemos tenido con el virus ha sido fuerte”.
A veces el confinamiento se vuelve la lucha básica por sobrevivir. Lo sabe el jubilado que para combatir su insomnio se bebió media botella de tequila y cayó al suelo provocándose una herida en la cabeza, lo sabe la investigadora que tiene su campus cerrado y que pregunta a sus colegas si a las doce del día es muy temprano para comenzar con su primer whisky.
Sobrevivir en un mundo diferente, el cual no tiene instructivo y el futuro es una nebulosa, como bien lo sabe…
Sarid, estudiante de Ciencias de la Comunicación, UNAM: “Cuando me preguntan cómo me siento en esta cuarentena me sorprendo a mi misma al no tener una respuesta. El confinamiento me hace sentir deprimida, desesperada e insegura ante el futuro próximo. Me gustaría pensar que todo estará mejor pero en realidad no puedo estar segura de ello. A veces me encuentro en paz y estabilidad emocional, otras el estrés y el pánico se apoderan de mi”.
La economía se derrumba, las responsabilidades se reparten en la arena pública y esa estridencia no detiene a…
Luis Ángel Vázquez Trejo, estudiante de Derecho, UNAM:
“En cuanto a la situación económica mis padres se quedaron sin trabajo y mi hermano tampoco apoya mucho económicamente. Afortunadamente yo soy el único que está trabajando, trabajo en una notaría. Parte de mi salario, que es la mayor parte la destino para víveres, para cuestiones de primera necesidad”.
Karla habla bajito, con ese tono que adquiere uno cuando las cosas van mal. Vive el desempleo y la preocupación de quien vive al día y teme que toquen a la puerta para cobrarle. Tiene una hija, Nubia, de doce años, es una bala, corre, pregunta. Le gustan Los Caballeros del Zodiaco, los ponys, las creepypastas (historias de terror, leyendas urbanas que circulan en internet), dibujar y sube, de vez en cuando, sus videos a su canal de youtube.
Karla Castro:
“Tengo una pequeña de 12 años, hay que estarla apoyando en tareas en casa, pero es bastante complicado porque no tengo empleo ni su papá. Estamos subsistiendo porque hay que pagar servicios, renta. Estamos tratando de sobrevivir. Nos han brindado algunas amistades con despensa, incluso con dinero”.