El periódico impreso ha documentado durante años la muerte de su propia plataforma. La nostalgia no paga nóminas. Los débiles desaparecen. Las audiencias reclaman productos multimedia e interacción, no monólogos.
La constante en las “grandes cabeceras” era que un grupo de expertos decidía la agenda. Desde la sala de redacción se elegían los temas que el lector debía conocer. Eso era lo que se discutía en la agenda pública.
Los tiempos no sólo cambiaron sino que se invirtieron los papeles. El lector escoge sus temas, armado de sus redes sociales intercambia ligas informativas, fotos, videos, memes. No recibe órdenes.
Los ciudadanos confían más en su muro de Facebook que en los medios tradicionales. Son sus cercanos los que comparten información. Le importan los contenidos, no el medio. Si el producto es atractivo será reproducido miles de veces y compartido en las diferentes redes sociales.
Los medios que sólo viven de su publicidad están condenados a recortar su plantilla laboral y a renunciar a sus planes de expansión, y al final del día, después de cortarse brazos y piernas, morirán de inanición.
Primero se renunció a las corresponsalías extranjeras, los enviados especiales. El lector preso del mensaje único de las agencias de noticias.
La Jornada de San Luis, filial de una gran cabecera “La Jornada” anunció, a través de su director Julio Hernández López: “Hoy se ha publicado la última edición de La Jornada San Luis en papel, para dar el salto pleno a lo digital. La historia sigue…”.
Y en efecto, la historia sigue para ellos y el resto de los medios. La versión impresa, como algunos nostálgicos (Mario Vargas Llosa http://elpais.com/elpais/2017/04/15/opinion/1492274008_481505.html) creen, no es superior en calidad a la versión online.
Grandes corporativos de medios como New York Times, El País, The Guardian, nos han mostrado que el periodismo es generación de contenidos, investigación, servicio a la sociedad. La plataforma no importa.