Omar Páramo
Es difícil pensar en una transformación tan radical de México como la dada en el siglo XVI, aunque a diferencia de lo que señalan la mayoría de los historiadores, las cambios más drásticos no fueron a nivel político o cultural, sino en lo ambiental y demográfico, y esto se dio tan rápido que si alguien tuviera una máquina del tiempo, viajara a la región antes de 1519 y luego regresara, pero 100 años después, difícilmente creería que se trata del mismo lugar, explica la profesora Gisela von Wobeser, del Instituto de Investigaciones Históricas.
“En ese entonces había pocos españoles y sus ciudades eran escasas y muy chicas, por lo que el resto del territorio quedó casi igual en cuanto a lo administrativo, lo económico y el ejercicio de la justicia. Sin embargo, en ese breve lapso murieron alrededor del 90 por ciento de los indígenas; millones de vacas, borregos y ovejas vagaban en planicies vírgenes destruyendo el entorno para saciar su hambre, y la agricultura extensiva de estilo europeo se apropió de inmensas extensiones, algo jamás visto, pues los mesoamericanos sembraban de forma intensiva en pequeñas parcelas”.
Fue a mediados de los años 80 cuando Miguel León-Portilla acuñó la expresión “encuentro de dos mundos” para evitar el uso de la palabra “descubrimiento” en referencia a aquel 12 de octubre de 1492, cuando Colón desembarcó en la isla de San Salvador, aunque para la doctora Von Wobeser esta frase es sumamente certera y va más allá de la efeméride “porque América había permanecido aislada del continente euroasiáticoafricano desde hacía 300 millones de años, cuando se desprendió de aquella gran masa de tierra conocida como Pangea, y eso se ve en sus enfermedades, en sus plantas y animales. Así, lo acontecido hace cinco siglos sí es el equivalente a dos mundos encontrándose, con todo lo que eso conlleva”.
En su Historia general de las cosas de la Nueva España, fray Bernardino de Sahagún escribía sobre los indígenas: “Las gentes se van acabando con gran prisa, no tanto por los malos tratamientos que se les hacen, como por las pestilencias que Dios les envía. En 1520, cuando echaron de México por guerra a los españoles, hubo una pestilencia de viruelas donde murió casi infinita gente. Después de haber ganado los españoles esta Nueva España, en 1545 hubo una pestilencia grandísima y universal, donde murió la mayor parte de la gente que en ella había. Ahora, en agosto de 1576, comenzó una pestilencia universal y grande, la cual ha ya tres meses que corre, y ha muerto mucha gente, y muere y va muriendo cada día más”.
A decir de la académica, aunque las poblaciones originarias de América son producto de migraciones provenientes de Asia, tales desplazamientos se dieron hace decenas de miles de años y luego no hubo más intercambios, por lo que los patógenos traídos por los europeos resultaron nuevos y fatales para los nativos. “Muchos fallecieron en las guerras y otros por los excesos de la esclavitud a la que fueron sometidos, pero no cabe duda de que la principal causa de mortandad fueron las enfermedades”.
Paisajes en transformación
Apenas había pasado un año y un mes desde el descubrimiento de América y los europeos estaban de vuelta en las Indias Continentales —era noviembre de 1493— con 17 naves cargadas de granos, frutas y verduras jamás vistas en la región, pues en su segundo desembarco en las Antillas Cristóbal Colón ya traía consigo viñas, garbanzos, melones, hortalizas y cañas de azúcar que de inmediato fueron plantadas en el lugar, y el ganado no tardaría en llegar.
“En las dos décadas que los españoles pasaron en esas islas antes de aventurarse a la Conquista de México todas estas especies se aclimataron a las nuevas latitudes. Por ello, cuando fueron transportadas de ahí a la incipiente Nueva España (la mayoría así lo hizo, ya que era más sencillo transportarlas desde las Antillas que desde la península ibérica), no tardaron en adaptarse y prosperar”.
A decir de la académica, la variedad de ecosistemas de nuestro país permitió que casi todas las plantas traídas crecieran, con contadas excepciones —como los cerezos y tulipanes, que necesitan de inviernos gélidos y primaveras cálidas—, y ello hizo que los españoles replicaran aquí la agricultura extensiva, basada en monocultivos que ocupan grandes extensiones y que contrasta con la siembra intensiva practicada por los antiguos mexicanos, quienes trabajaban en pequeños terruños que además de producir mucho eran capaces de sostener policultivos, como se ve en las chinampas.
Todo esto alteró el ecosistema, aunque quienes tuvieron el mayor impacto ambiental fueron los mamíferos domésticos como vacas, caballos, cerdos, asnos, mulas, cabras y borregos, que se reprodujeron a niveles inusitados y que vagaban por la región, ya que en la época se les dejaba desatendidos y en pastoreo libre. De hecho, se sabe que las primeras 50 reses de México entraron por Veracruz en 1521 y que el nombre de quien las introdujo era Gregorio de Villalobos, uno de los allegados de Cortés quien —como se señala en un texto antiguo— “truxo cantidad de becerras para que oviere ganados y fue el primero que las traxo y passó á esta Nueva España”.
Al principio —explica la académica— estos animales tenían una gran disponibilidad de pastos y espacio, lo que provocó una multiplicación desmedida y desordenada al grado que, del medio centenar de reses que había en 1521, para 1620 eran ya un millón 300 mil, es decir, la población se hizo 26 mil veces más grande en apenas 99 años, mientras que con otros animales pasó algo similar: en la misma fecha las cabezas de borrego rebasaban ya los ocho millones
“El resultado de que estos animales merodearan y se alimentaran a libre demanda fue que hubo zonas en las que se comieron todos los recursos y que muchos de ellos, ya para finales del siglo XVI, murieran de sed y hambre. Esto condujo a la erosión de las tierras, a la destrucción de gran parte de la flora original, a una aniquilación de la biodiversidad y a desequilibrios ecológicos aún visibles en nuestro entorno y que, sumados a actividades como la tala desmedida aparejada a la instalación de la Nueva España hace que muchos parajes —como en Zacatecas— hoy luzcan áridos y con poca vida”.
Mestizaje acelerado y el México de hoy
Por estas razones, y pese a lo que nos han enseñado, los cambios más notorios en la Nueva España del siglo XVI no fueron de orden político o cultural, sino ambientales y demográficos, y de alguna forma estas transformaciones explican cómo nos constituimos como nación y por qué se aceleró el proceso de mestizaje que dio pie al México que conocemos, detalla la profesora Gisela von Wobeser.
¿Cuántos indígenas había antes de la llegada de Hernán Cortés?, pregunta la doctora Von Wobeser. “No tenemos censos exactos, pero con base a las matrículas de tributo recogidas por los españoles se calcula que eran 11 millones. No obstante, y debido a las enfermedades, la curva demográfica se desplomó a tal punto que, para mediados del siglo XVII, sobrevivían apenas un millón 500 mil. Hablamos aquí de una pérdida de entre el 85 y el 90 por ciento de la población originaria en apenas un siglo. Esto es muy rápido”.
La primera gran epidemia se registró en 1520, justo cuando se daba el asedio de Hernán Cortés contra la gran Tenochtitlan, y fue debida a la viruela y, a falta de cómo nombrarla, los nahuas la llamaron hueyzahuatl; hubo otra en 1531 atribuida al záhuatl tepiton y causada por el sarampión, y una tercera debida al cococliztli, afección que provocó más decesos que las dos anteriores y cuya identidad fue un misterio hasta hace poco, cuando estudios de ADN revelaron que se trataba de salmonela
El 11 de septiembre de 1545, fray Diego de Betanzos envió una carta a sus compañeros dominicos donde se leía: “Sepan Vuestras Caridades que después que desta Nueva España se partieron, desde ocho meses a esta parte ha habido tan gran mortandad de indios, mayormente en México e en 20 leguas alderredor, que no se puede creer. En Tascala mueren ordinariamente mil indios cada día y en Chulula día ovo de 900 cuerpos, y lo ordinario es 400, y 500, y 600, y 700 cada día. En Guaxocinco es lo mismo, que ya casi está asolada. En Tepeaca comienza agora, y así ha andado en derredor de México. Es cosa increíble la gente muerta y que muere cada día”.
A partir de testimonios como éste, historiadores como Robert McCaa han descrito al siglo XVI como “una catástrofe demográfica” y, sin embargo, este fenómeno, también incidió en cómo somos hoy, argumenta la profesora Gisela von Wobeser. “Al tiempo que se daba esta importante merma entre los indígenas hubo un aumento en cuanto al número de individuos de origen europeo y africano y esto aceleró el proceso de mestizaje a tal grado que, ya para el siglo XVII, se había consolidado la población mestiza que caracteriza a nuestro país. Los cambios fueron drásticos y lo modificaron todo, pero eso pasa cuando hay un encuentro entre dos mundos”.