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La ciencia en la obra de sor Juana

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Nota original de: Revista digital universitaria
Autor de la nota: David Galicia Lechuga
Fecha de publicación: 11 de marzo de 2021
https://www.revista.unam.mx/vol.16/num12/art96/

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=”1/2″][vc_column_text][/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=”1/2″][vc_column_text].[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]En su célebre libro sobre la literatura europea, Ernst Robert Curtius apunta una curiosa característica del papel que tenían los escritores en la época clásica: “Toda la Antigüedad consideró a los poetas como sabios, maestros, educadores”. Esta característica se vuelve no sólo propia de este periodo, sino que se extiende en el tiempo hasta las primeras etapas de la modernidad: “Para la Edad Media, y todavía para el siglo XVI, los autores son ante todo autoridades científicas”. En consecuencia, nos encontramos en la época de sor Juana con un ideal poético que implica que el poeta debe tener una sabiduría que abarque todas las áreas: “[…] se suele afirmar que la poesía contiene y debe contener no sólo una sabiduría secreta, sino también un conocimiento universal de las cosas” (1955). Este conocimiento, por supuesto, también se extiende al científico.

No debe ser extraño para nosotros que una de las cosas que más admiraron los contemporáneos de sor Juana sea su amplitud de conocimientos. De esta manera no sólo se señalaba la calidad del artificio de su poesía, sino que también se exaltaba su multitud de saberes. Su primer biógrafo, el padre Calleja, dice a los lectores de la Fama y obras pósthumas, que los tomos de obras de sor Juana publicados tenían “[…] llenas las dos Españas con la opinión de su admirable sabiduría” (ALATORRE, 2007). Más adelante, Calleja contrasta a aquellos ingenios que tuvieron maestros que les explicasen sus dudas con sor Juana, que no tuvo maestros.1 Calleja, así, admiraba su habilidad versificadora, su aptitud para el estudio y la variedad de sus conocimientos, que resultaban sorprendentes porque eran innatos. Por supuesto, esto lo dice el biógrafo en el muy particular estilo barroco con sintaxis complicada y metáforas conceptuosas:

No prevenía entonces que ingenios de categoría tan superior pueden en la perspicacia de su entendimiento contener las ciencias como en semilla, que da copioso fruto a cultivo ligero, para que sólo les hace falta la arbitraria propiedad de los términos, que si tal vez no sirve a la inteligencia sustancial, aprovecha siempre de explicarse al uso de los maestros. Éstos la faltaron siempre a esta prodigiosa mujer, pero nunca la hicieron falta; dentro de sola su capacidad cupieron cátedra y auditorio para emprender las mayores ciencias, y para saberlas con la cabal inteligencia que tantas veces se asoma a sus escritos (ALATORRE, 2007).

Este párrafo hace de sor Juana una mujer de cualidades superiores a los grandes escritores. Según Calleja, si bien existen personas cuya facilidad de entendimiento es innata (en el muy peculiar estilo del biógrafo: “pueden en la perspicacia de su entendimiento contener las ciencias como en semilla”), éstas suelen mejorar su aprendizaje por medio de un maestro. Sor Juana, en cambio, causa admiración porque siempre careció de ellos. Calleja lleva las cosas a la hipérbole: la maravillosa poetisa no los necesitaba (“nunca le hicieron falta”), de modo que su entendimiento era superior, pues se debía únicamente a su gran capacidad natural.

Curiosamente, aun después de que la fama de sor Juana como poeta decayó, mantuvo la de mujer de muchas noticias y ciencias.2 Benito Jerónimo Feijoo representa esta postura, que dejaba de valorar a la monja como creadora, pero que mantenía su admiración por ella debido a su sabiduría. En el discurso XVI “En defensa de las mujeres” de su Teatro crítico universal, el erudito español escribió:

La célebre monja de México, sor Juana Inés de la Cruz, es conocida de todos por sus eruditas y agudas poesías, y así es excusado su elogio. Sólo diré que lo menos que tuvo fue el talento para la poesía, aunque es lo que más se le celebra. Son muchos los poetas españoles que la hacen grandes ventajas en el numen, pero ninguno acaso la igualó en la universalidad de noticias de todas facultades (ALATORRE, 2007).

La misma sor Juana, sin afirmar expresamente su propio conocimiento, explica en la Respuesta a sor Filotea(1957)3 que siempre tuvo una pasión innata por aprender. Por supuesto, esto se lo presentaba al literariamente travestido obispo de Puebla4 , Fernández de Santa Cruz, como un plan para llegar a la más sublime de las ciencias del mundo católico del siglo XVII: la teología.5 La poetisa advertía que era imposible entender los saberes teológicos sin comprender los de las otras ciencias:

Con esto proseguí, dirigiendo siempre, como he dicho, los pasos de mi estudio a la cumbre de la sagrada teología; pareciéndome preciso, para llegar a ella, subir por los escalones de las ciencias y artes humanas; porque ¿cómo entenderá el estilo de la reina de las ciencias quien aun no sabe el de las ancilas? (Ibidem).

En la misma carta, sor Juana indica que su inclinación al saber le había generado problemas: “[…] no quiero (ni tal desatino cupiera en mí) decir que me han perseguido por saber, sino sólo porque he tenido amor a la sabiduría y a las letras, no porque haya conseguido ni uno ni otro”. Y posteriormente, señala un caso en específico en el que “[…] una prelada muy santa y muy cándida que creyó que el estudio era cosa de Inquisición […] me mandó que no estudiase” (Ibidem). Sin embargo, el ansia de saber en la poetisa era tan fuerte que

[…] aunque no estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios crió, sirviéndome ellas de letras, y de libro toda esta máquina universal. Nada veía sin refleja; nada oía sin consideración, aun en las cosas más menudas y materiales; porque como no hay criatura, por baja que sea, en que no se conozca el me fecit Deus, no hay alguna que no pasme, si se considera como se debe. Así yo, vuelvo a decir, las miraba y admiraba todas; de tal manera que de las mismas personas con quienes hablaba, y de lo que me decían, me estaban resaltando mil consideraciones (Ibidem).

1 Estrictamente, esto no es del todo cierto, ya que sor Juana tuvo como maestros al menos a quien le enseñó a leer y, por otra parte, a Martín de Olivas, quien le dio veinte lecciones de latín, según Calleja (ALATORRE, 2007).

2 La fama de sor Juana como poetisa iba ligada al estilo barroco y se la solía comparar con Góngora (véase ALATORRE, 2007). Cuando el neoclásico se impuso y condenó el barroco, sor Juana también fue poco valorada. Un pionero de esta postura fue Feijoo, pero es en el siglo XIX que la monja deja de ser valorada como poeta y se convierte en una figura más célebre por su conocimiento que por su escritura. Por su parte, Francisco Pimentel, después de condenar el estilo gongorino, se lamenta de que sor Juana lo hubiera seguido: “Verdaderamente causa dolor ver ingenios como el de sor Juana extraviados de esta manera; y es seguro que le costaba más trabajo escribir tales despropósitos que una poesía de mérito […]” (Ibidem). Otra figura del hispanismo del siglo XIX, Marcelino Menéndez y Pelayo, describió la poesía de sor Juana: “En tal atmósfera de pedantería y de aberración literaria vivió sor Juana Inés de la Cruz, y por eso tiene su aparición algo de sobrenatural y extraordinario. No porque esté libre de mal gusto, que tal prodigio fuera de todo punto increíble, sino porque su vivo ingenio, su aguda fantasía, su varia y caudalosa (aunque no muy selecta) doctrina, y sobre todo el ímpetu y ardor del sentimiento, así en lo profano como en lo místico, no sólo mostraron lo que hubiera podido ser con otra educación y tiempos mejores, sino que dieron a algunas de sus composiciones valor poético duradero y absoluto” (Ibidem).

3 Los textos de sor Juana son citados por Obras completas, editadas por Antonio Alatorre, Alfonso Méndez Plancarte y Alberto G. Salceda, según se apunta en la bibliografía (se actualiza en algunos casos el uso de mayúsculas).

4 El obispo usó el seudónimo femenino “Sor Filotea de la Cruz” para escribir una carta a sor Juana, a la que ella contesta en su Respuesta, asumiendo el mismo juego, es decir, tomando al obispo por Sor Filotea.

5 Hoy entendemos por ciencia aquellas disciplinas que aplican estrictamente el método diseñado en los siglos XVII y XVIII por Isaac Newton, Francis Bacon, Descartes, entre otros, y actualmente teorizado por filósofos como Popper y Kuhn; sin embargo, en el siglo XVII el significado era algo más amplio, designaba un saber, por ello la inclusión de la teología dentro de las ciencias. Baste con ver la definición del Diccionario de autoridades (1729): ‘Conocimiento cierto de alguna cosa por sus causas y principios; por lo cual se llaman así las facultades como la teología, filosofía, jurisprudencia, medicina, y otras’. Por supuesto, para el mundo controlado por la monarquía española no podía haber un conocimiento más cierto de alguna cosa que la teología.

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