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El duro camino para entrar a la UNAM

Después de 9 años del nacimiento de la última hija de mi padre y de mi madre, llegué a la hermosa Ciudad de México un 6 de noviembre de 1990.

En la clínica 32 del IMSS donde nací ya estaban esperando mis familiares tener noticias de la nueva integrante de la familia. La enfermera que atendió el parto de mi mamá les informó que ya podían pasar a verme. Mis tías –ni tarde, ni perezosas- corrieron a conocerme; me miraron y con sorpresa preguntaron: “¿seguros que ella es Vania?” –“Sí, es ella”. La nena que estaban mirando en realidad era la hija de otra persona pero por un error, nos habían intercambiado las etiquetas de registro. ¿Por qué lo notaron? La bebé que les habían mostrado tenía el cabello muy crespo y pelirrojo. Simplemente no era yo.

A veces me pregunto qué habría sido de mí si nadie se hubiera dado cuenta del error en mis datos, si me hubieran entregado a otra familia y si se hubieran llevado a la nena pelirroja. Cada que lo pienso, se me revuelve el estómago.

“Vania” fue el nombre que le propuso un tío a mi madre para que así me llamara. Le gustó y accedió, pero nadie le preguntó a mi padre. De berrinche, cuando me llevaron al Registro Civil, mi papá decidió –unilateralmente- que llevaría un segundo nombre. En ese momento, ya no había tiempo para objeciones y reclamos, y la secretaria decretó: “Señores, su hija queda registrada”. Me gusta recordar esa anécdota pues creo que me ayuda a entender por qué es que dejo todo al último momento; mi padre y mi madre me lo heredaron.

Por haber nacido en el mes de noviembre, entré con un año de atraso al jardín de niños. Mi escuela estaba a unos cuantos metros de la casa y recuerdo que me la pasaba cantando y jugando. Al momento de ingresar a la primaria, me topé con mi primer examen de ingreso y con mi primer resultado reprobatorio ¡a los 6 años de edad! Según la directora de esa primaria al sur de la delegación Xochimilco (la cual hoy ya no existe), no tenía los conocimientos básicos para cursar el primer año por lo que le propuso a mi madre que cursara de nuevo el preescolar y que al siguiente año me pasaría a segundo grado. Así fue y lo que creo es que, de alguna manera, esas deficiencias en mi formación las arrastré un largo tiempo pues siempre me sentía por debajo del desempeño de mis compañerxs.

Para cuando pasé al cuarto año de primaria, mi madre decidió cambiarme a una escuela más cercana a la casa (Tlalpan). Fue así que inicié mis estudios en el Colegio Enrique Rébsamen (hoy derrumbado por el terremoto del 19 de septiembre del 2017). En este colegio estuve durante 6 años los cuales recuerdo con mucho cariño pues mis maestrxs eran extraordinarias personas, pero también pasé mucho estrés pues la directora me tenía becada y eso me obligaba a mantener un promedio alto.

En tercero de secundaria me di cuenta lo mal que la estaba pasando mi mamá (trabajadora del colegio) pues mi colegiatura ya era casi imposible de seguir pagando, pero ella nunca me lo dijo. Decidió aguantar todas las humillaciones que la directora Mónica –hoy prófuga de la justicia y fichada por la Interpol- le hacía y al darme cuenta, decidí estudiar arduamente para lograr pasar el COMIPEMS. No me quedé en mi primera opción (una prepa de la UNAM) pero entré al Bachilleres 13 ubicado en la Noria, Xochimilco. En este lugar me di cuenta que estaba en una escuela donde la gran mayoría de los estudiantes había sido rechazado por la UNAM y el ambiente era muy pesado y cruel. Drogas en las canchas, maestros diciéndote todo el tiempo que eres un rechazado y que no llegarías a la universidad; salones viejos, descuidados y a la salida, los porros te esperaban para acosarte.

Después de haber estudiado 9 años en escuela privada, mi golpe de realidad en la escuela pública me hizo ver la tremenda desigualdad que existe en una misma metrópoli. Si esto estaba pasando en la capital del país, ¿cómo sería en los estados?

Mi madre se sentía muy frustrada por mi necedad de querer estudiar en mi quinta opción e hizo todo para convencerme de que me saliera del Colegio de Bachilleres y lo intentara al año siguiente. Para esa ocasión, tuve que tomar un curso de preparación muy demandado y tremendamente caro pero con la garantía de quedarte en tu primera opción. No falté ni un día y hacía todos los ensayos de exámenes de opción múltiple.

Escuela Nacional Preparatoria 1 “Gabino Barreda” en Xochimilco, ésa fue la prepa que había elegido como primera opción y en la que cursé mis 3 años de educación media superior. Llegó el momento de elegir carrera; estaba indecisa entre Pedagogía, Comunicación o Trabajo Social. Finalmente me decidí por la primera y logré obtener un lugar en la Facultad de Filosofía y Letras.

2012, año electoral. Los y las estudiantes coincidimos en que no queríamos que llegara de nuevo el PRI al poder. Algo había que hacer, pero no sabíamos ni cómo ni qué. Nos empezamos a organizar y de ese movimiento estudiantil –que no logró su objetivo-, nacieron muchos proyectos políticos-pedagógicos los cuales me hicieron crecer personal y profesionalmente.

En el 2013-2014 me encuentro con un México que nace abajo y a la izquierda y tomo conciencia de mi formación política como parte de mi proyecto de vida. Desde ese momento, cada paso que doy o estoy por dar, trato de engranarlo con mi vida personal, profesional y política para hacer caminar mi proyecto de vida.

Esta breve historia que les cuento, ha sido la biografía de Vania, hija de madre de tiempo completo, de padre transportista, hermana de 2 mujeres y 2 hombres, tía de hartos sobrinxs, maestrante en el CREFAL y primera generación en llegar a la educación superior.

 

*Pedagoga, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM