- El arcoíris es uno de los fenómenos más apreciados
EN ALGÚN LUGAR MÁS ALLÁ DEL ARCOÍRIS
La megalópolis no estaba tan alta ni tan extendida por el Valle de México. Lluvias torrenciales, trombas, lluvias, lloviznas sí que han caído, inclusive un par de nevadas en la segunda mitad del siglo veinte.
Con una infancia afortunada por la atención de mis padres, nos pasearon cada semana por cuanto parque, bosque y balneario público había.
Observar el arcoíris siempre me asombró, fascinante, hipnótico como el fuego de una fogata o las olas del mar de todos tamaños y litorales. ¿De dónde sale el arcoíris? pregunta muy humana.
Las narraciones y cánticos infantiles, melodías de amor de adultos en inglés y español, películas eran muy imaginativos para la respuesta. Desde luego, las ollas de oro en sus extremos es quizá la más extendida. No es para menos, en cierto modo el fenómeno del arcoíris cuando escampan las lluvias encierra quizá el acceso al inmenso y oscuro universo.
La primera y más sencilla descripción de la aparición del arcoíris asociado a la lluvia, de todas las que había escuchado, visto o leído fue la de mi padre uno de esos domingos que nos calló la lluvia en un parque. “Después o durante la lluvia tiene que haber sol sin nubes que lo oculten y estar a tus espaldas”.
Para la luz del sol, la lluvia es como cristales que descomponen la luz en colores. El siguiente asombro fue descubrirlo en la brizna del agua de las fuentes de los parques o en el agua de las mangueras conque regaban los jardines.
Sin llegar a la obsesión, hoy cazo al arcoíris observándolo hasta en el piso mientras me formo en la fila del banco. Cualquier filo de vidrio con la luz del sol en el ángulo adecuado refleja el arcoíris en cualquier superficie. Conclusión, si lo buscas y lo observas lo encuentras en todos lados.
En los tiempos de Newton no era distinto, pero él atrapó el fenómeno en su mente, lo aisló y reprodujo en un cuarto oscuro con un pequeño agujero en la pared donde pegaba el sol y dejaba pasar un as de luz que apuntaba a un “filo de vidrio”, un prisma.
Del otro lado de la luz que entraba al prisma salía un arcoíris, vualá, luego se sentó a hacer ecuaciones para explicar esa luz sin alucinaciones mentales.
Ahí no paró la cosa. Después, otro tipo curiosito puso el prisma al extremo de un telescopio apuntando al sol, el arcoíris aparecía infestado de rayitas negras, “bandas” las llamó su observador Fraunhofer. ¿Qué son esas malditas rayitas que rayan el arcoíris emanado del prisma?
La respuesta la hallaron otros curiositos cuando tomaron los experimentos de Newton y Fraunhofer, y reprodujeron el fenómeno de la luz con un prisma en un laboratorio.
La luz la proporcionaría la flama de un mechero. En vez de telescopio usaron un microscopio monocular e hicieron un cuartito oscuro poco más grande que el perímetro del prisma.
Además, Bunsen y Kirchoff se pusieron a quemar materiales en la flama del mechero, y el haz de luz del microscopio por el lado opuesto del prisma reflejaba sólo algunas rayitas de algunos colores del arcoíris.
La disposición de las rayitas se repetía si se quemaba el mismo material pero cambiaba con el de otro material que, a su vez, siempre se repetía, fuera cobre, aluminio, fierro, sal, cada material exponía patrones de rayitas por el destello del material causado por la flama.
Con esos fenómenos básicos alrededor del arcoíris se pudieron desarrollar instrumentos para dilucidar de qué están hechos los objetos del Universo y también qué material constituye nuestro fluido sanguíneo.
Al arcoíris le llamaron “la luz visible” en el amplio e infinito espectro electromagnético. Unos llamaron espectrógrafo al instrumento para el telescopio y saber que el objeto luminoso del cielo tiene hidrógeno, helio, carbono, etc. Otros llamaron fotocolorímetro al que sirve para saber que hay colesterol, urea, triglicéridos, calcio, fierro, lípidos en el suero sanguíneo.