Cuando Diego Gutiérrez comenzó a grabar las conversaciones que sostenía con Daniel, un amigo muy cercano, y su madre –ambos sentían próximo el fin de sus días–, su intención no era crear una película, sino iniciar un amoroso abrazo que se extendiera más allá de sus vidas.
Años más tarde, El espejo y la ventana (2021), fruto de esas conversaciones, se proyectará en la décimo segunda edición del Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM) como parte de la sección Ahora México. En entrevista, el director abordó las particularidades del proyecto y la manera en que éste se fue transformando con el tiempo.
¿Cómo inició el proyecto? Uno de los protagonistas es tu madre y el otro uno de tus amigos…
Diego Gutiérrez (DG): Todo empezó sin la idea de hacer una película, comencé a filmar sólo porque los dos me lo pidieron por separado, mi madre en la Ciudad de México y Daniel en Ámsterdam. Al enterarse o sentir la muerte cerca, ellos me lo pidieron sin la intención de hacer una película, sino sólo porque tenían esa necesidad.
Filmé conversaciones con Daniel, quien murió a los tres meses, y después con mi madre, quien murió tres años después.
Un día, Daniel se enteró que tenía un cáncer muy avanzado, y eso lo movió a hablarme por teléfono y pedirme que lo filmara. Mi madre tuvo un infarto cerebral, y desde ese día una voz interna le decía que iba a morir. Nadie le creía, entonces cierto día me dijo: ‘¿por qué no me filmas? De esa forma puedo comprobar que tengo un sexto sentido y que tengo razón’. Y bueno… eso filmé. Como al año y medio de estar filmando, más o menos, empecé a pensar en la posibilidad de hacer algo con este material.
¿Qué te llevó a esa decisión?
DG: Pensé que valía la pena compartir esto con alguien, pensé que a Daniel no le molestaría la idea, al contrario. A mi madre se lo comenté y le pareció bien, pero no sabía cómo juntar estas dos historias sin que se volvieran muy específicas sobre dos personas. Siento que lo que estaba sucediendo en estas conversaciones, o en este material, era algo más grande que nos atañe a todos.
Entonces decidí contar la historia del viaje que hice con ellos: la muerte despidiéndose de la vida, un viaje a ese lugar donde los seres humanos no podemos estar (Antártida), donde deja de haber existencia. Traté de encontrar un lugar en el planeta Tierra donde pudiera experimentar esta sensación de vacío, este salto que a muchos nos da la sensación de muerte, la sensación de no ser.
La no existencia…
DG: Sí, sobre todo a algunos de nosotros que no creemos en la vida después de la muerte.
Es un documental pertinente, obviamente no es lo que estabas buscando, pero en estos últimos dos años todos nos hemos enfrentado a esa misma pregunta: ¿qué pasará conmigo cuando ya no sea carne? Los recuerdos, las fotos y el cine nos pueden mantener vivos.
DG: Claro, también nos convertimos en películas.
El cine nos permite conservar lo que no existe…
DG: Para mí la película es una especie de fandango jarocho, una sinfonía, una canción o un poema que construí junto con Daniel y mi madre para compartirlo. Ahí queda, y esa canción se transformará en otra cosa, ahora es esta película, pero se transformará en otra cosa y se la llevará alguien.
Es como este suceso, ¿en qué se va a transformar la Antártida? Pues la Antártida también se va a seguir transformando hasta que ya no haya alguien que la cante, se tendrían que acabar los seres humanos para que se dejen de cantar esas canciones.
Es lo que venimos haciendo, cantamos las mismas tonadas a lo largo de miles de años y se van transformando en otras cosas, pero todo son inventos nuestros. La Antártida es la Antártida, así como la entendemos, porque nosotros la inventamos. Pero sin nosotros, la Antártida es algo muy distinto.
¿Cambió tu idea de la muerte después de hacer el documental?
DG: La muerte está en todas mis películas, sin ser algo que haga conscientemente, en todas mis películas se asoma siempre, siempre. Es un tema que está ahí, es una canción que siempre traigo en la cabeza. Fue mi primera película en la que la muerte es el tema principal. Y a pesar de que hablamos sobre la vida, sentíamos la presencia de la muerte a la vuelta de la esquina. Sobre todo mi madre y Daniel. Pero no, no cambió mucho. Es como si te preguntara: ¿qué aprendiste entre los 17 y los 19 años? Uno va aprendiendo cosas, sin nombrar así en específico qué aprendes.
Puedo decir que sentí cosas. Aprender se me hace un poco utilitario, me gusta más qué fui sintiendo. Fue un abrazo con ellos. Fue un gran regalo de su parte y el abrazo continuó a la hora de estar editando, al sentirnos en esta despedida, en la inmensidad del paisaje, ¿qué es la existencia? Es el mar entre nosotros y el no lugar. La Antártida es sentir en ese abrazo e ir juntos en ese abrazo. Eso es eso.
¿Qué te provoca el regresar a FICUNAM?
DG: Es parte del mismo abrazo. Accidentalmente traigo este chaleco que era de mi papá (el símbolo de los Pumas está bordado en su pecho), él siempre lo usaba muy, muy orgulloso. Antes de morir me dio ropa que ya no usaba, ‘llévate esto, llévate lo otro, el chaleco de la UNAM no, ese todavía no’. Fue hasta que murió que me lo traje, entonces obviamente está eso.
La película se estrenó en noviembre en Ámsterdam y para mí era muy importante cerrar parte de ese abrazo. La misión era mostrar la película a la gente de Daniel y darle el espacio a Daniel para hablarle a su gente y a mi madre también, darles espacio y que se cree un puente con el público. Eso me entusiasma mucho. Yo no voy a estar ahí físicamente, pero va a estar un amigo con el que crecí, no es cineasta pero va a hacer acto de presencia por mí. Le pueden preguntar lo que quieran acerca de mí, a ver qué dice.