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Cuerpos colonizados: cuando la danza discrimina

Los omóplatos de Karen son casi felinos. Cuando baila, parece que quisieran escapar de su piel. Toma cada paso con firmeza y complementa sus movimientos sinuosos con una habitual sonrisa pícara.

Desde que comenzó la pandemia, Karen Salas Galván adaptó su departamento para impartir clases de ballet. Dos veces a la semana debe mover los sillones y el comedor de este tercer piso, al sur de la Ciudad de México, para hacer espacio suficiente e instalar una barra fabricada por ella misma.

—Cuando doy clases intento, siempre, preguntarle a mis alumnas cómo manipular sus cuerpos —advierte—. Porque no conozco las historias que los atraviesan: lesiones, abusos que han dejado huella. Yo no sé si a alguien no le gusta que le toquen la espalda o las piernas, por su propia historia. Esto es algo que no se hace en las escuelas de danza. 

Estudió danza clásica, pero hoy intenta ser más versátil. Es capaz de alinear su cuerpo para una pieza de ballet y, más tarde, moverse al ritmo de una canción pop con tacones altos y una seguridad acrobática.

No siempre fue así. 

Durante varios años estuvo atada a las formas rígidas y, a veces, violentas de la disciplina y la formalidad de las academias artísticas. Cuenta que audicionó dos veces en la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea (ENDCC). La segunda vez que fue rechazada, Karen y sus papás se reunieron con un representante de la institución. Hoy no quiere mencionar su nombre y puesto, pero sí la extrañeza que le produjeron sus palabras. 

El profesor estuvo presente en su examen de admisión y confesó no haberle prestado atención: consideró que, con un torso ancho como el suyo, Karen no podía dedicarse al ballet. Le sugirió probar con la natación o cualquier otro deporte. 

“No tienes cuerpo para bailar”, le dijo.

PARÁMETROS DE UNA ESTÉTICA “MUNDIAL”, LA DISCRIMINACIÓN EN LA DANZA

El Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) cuenta con cinco escuelas profesionales de danza. En cada una de sus convocatorias, ya sea para ingresar a la licenciatura en danza clásica, contemporánea o, incluso, popular mexicana, la evaluación de la figura corporal del aspirante es un filtro indispensable. 

Aparece bajo diferentes términos y etapas como un requisito previo y latente en todo el proceso de admisión. En general, se refiere a las proporciones físicas con las que debe contar una bailarina o bailarín de acuerdo con los estándares de la disciplina que practica. Sin embargo, estos criterios pocas veces se describen con precisión y son señalados como un criterio de discriminación, antes que como una evaluación de aptitudes. 

Sólo la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea (ENDCC) ha hecho explícito –en un documento derivado de su última convocatoria– lo que quiere decir una “figura idónea para la danza”. 

Los estudiantes de danza suelen serlo desde muy temprana edad: la violencia puede estar presente desde los primeros años de vida / Foto: cortesía, archivo personal
Los estudiantes de danza suelen serlo desde muy temprana edad: la discriminación puede estar presente desde los primeros años de vida / Foto: cortesía, archivo personal de Karen Salas

La serie de características corporales que evalúa la ENDCC en las y los aspirantes queda ilustrada con la imagen de un par de jóvenes, ambos estudiantes de la institución, que se presenta como ejemplo en la convocatoria. En las mujeres: cabeza y busto pequeño; caderas angostas; cuello y brazos largos; piernas con buen tono muscular, pero sin volumen, y un montón de atributos más que, según señala la misma institución, son “los aspectos más difíciles de cubrir porque depende de la carga genética heredada y se mide con parámetros o modelos estéticos unificados mundialmente”. De los varones esperan, más o menos, lo mismo, además de contar con manos grandes y hombros amplios. 

En la ENDCC se imparten cuatro licenciaturas, pero dos se disputan la mayor demanda y número de estudiantes: Danza clásica, con línea de trabajo de bailarín, y Danza contemporánea. En 2020, ambas licenciaturas admitieron a 14 personas y rechazaron a 122. 

La figura corporal suele evaluarse junto con las aptitudes físicas: fuerza, flexibilidad, coordinación y resistencia de la persona candidata. En la práctica, sin embargo, estos criterios pueden traducirse como discriminación y violencia en las escuelas de danza mexicana.

DOCENCIA INVASIVA Y VALORACIÓN ANTROPOMÉTRICA

Aunque cada academia y licenciatura define sus criterios y etapas de selección, la dinámica es muy parecida en todas las escuelas de danza del INBAL: se reúne a las y los aspirantes, vestidos con ropa de trabajo ajustada, en un salón con duela de madera y rodeado de espejos. Un jurado observa con detenimiento sus cuerpos y solicita se coloquen en diferentes posiciones, o el propio equipo docente manipula los brazos y piernas de las, los y les jóvenes. 

Ximena —omitimos su nombre completo a petición de ella— realizó dos veces el examen de ingreso a la ENDCC y una vez a la Academia de la Danza Mexicana (ADM), en donde actualmente estudia la licenciatura en danza contemporánea. En su experiencia, el examen de aptitudes físicas es más “rudo” en la ENDCC: “Recuerdo que sentía mucha presión, por lo mismo de que estás prácticamente desnuda. Se sentía raro y algo muy invasivo. No me sentía cómoda: mi cuerpo estaba expuesto”. 

Señala que, además, en la ENDCC su cuerpo fue manipulado de forma agresiva, directamente “jaloneaban” sin consultar el límite al que ella estaba dispuesta a llegar.

Por otra parte, las y los aspirantes deben realizarse una serie de pruebas médicas y de laboratorio que demuestren un estado de salud óptimo para la actividad física que exige la práctica dancística. Las realiza el servicio médico de la institución o, en el caso de la Escuela Nacional de Danza Nellie y Gloria Campobello, la Dirección de Medicina del Deporte de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), aunque la escuela pertenece al INBAL. Entre dichas pruebas se incluye una valoración antropométrica, la cual ofrece el porcentaje de grasa y músculo de una persona. 

La valoración antropométrica, según Margarita Villagómez, directora de Servicios Educativos de la Subdirección General de Educación e Investigación Artística del INBAL, permite “observar y valorar las proporciones en talla y peso que tienen cada uno de los aspirantes y en términos de las necesidades de cada una de las técnicas que se imparten”. Constituye otra clase de evaluación de la figura, una que dice estar fundamentada en evidencia científica. 

Villagómez, en entrevista para Corriente Alterna, aseguró que estas evaluaciones constituyen un medio para garantizar una transición exitosa a la formación profesional, evitando lesiones durante el proceso de admisión y en estudiantes una vez dentro y niega que se trate de una práctica de discriminación en la danza. Para la directora de Servicios Educativos, la danza debe ser entendida como una disciplina rigurosa y exigente con el cuerpo, por ello se requiere esta clase de filtros para proteger la salud de las y los jóvenes. En ese sentido, se descartan aquellas personas que “ya estén lastimadas”, pues no se consideran aptas para desarrollar las habilidades propias de un bailarín o bailarina profesional. 

Los criterios de admisión en las academias de danza son señalados por reproducir sesgos de discriminación / Foto: Eunice Adorno
Los criterios de admisión en las academias de danza son señalados por reproducir sesgos de discriminación / Foto: Eunice Adorno

En la Escuela Nacional de Danza Folklórica (ENDF), por ejemplo, se ha llegado a solicitar una serie de radiografías para detectar anomalías en el “sistema músculoesquelético” del aspirante. También se realiza un “examen de postura estático” con apoyo de un esquema del sistema óseo, cuya intención es evaluar la simetría corporal del candidato o candidata y percatarse de posibles “alteraciones anatómicas visibles”. 

En el año 2021, según datos proporcionados por cada una de las cinco escuelas a través de la Plataforma Nacional de Transparencia, 565 personas realizaron el examen de admisión a las licenciaturas en danza que ofrece el INBAL, de las cuales fueron admitidas 196. Antes de la pandemia, en 2019, el número de aspirantes ascendía a mil 318, pero sólo consiguieron ingresar 334 estudiantes, una cuarta parte.

UNA PRÁCTICA ABIERTAMENTE COLONIAL

Detrás de los parámetros estéticos que atraviesan la enseñanza de la danza en sus distintas disciplinas hay siglos de historia. Raissa Pomposo, coordinadora de la Cátedra Extraordinaria Gloria Contreras de Danza UNAM y profesora en la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea (ENDCC), se remonta al nacimiento de la danza clásica, en el siglo XVII, cuando Luis XIV (“el Rey Sol”) pretendía posicionar a Francia como una potencia política, económica y artística. 

—Es Luis XIV quien impulsa la danza clásica con un afán político: que Francia fuera una potencia —cuenta en entrevista con Corriente Alterna—. Y lo hace enalteciendo esto que conocemos como un cuerpo ligero, largo, blanquísimo, ágil, etcétera. Finalmente es como generar una especie de ficción del cuerpo con fines políticos.

En América Latina la danza clásica se establece desde esa postura: la estética corporal construida en Francia se impone como un modelo al que todo bailarín o bailarina debe aspirar. Pomposo señala que el problema no radica en la danza clásica ni en la danza en sí misma, sino en los ejercicios pedagógicos que pretenden homogeneizar los cuerpos, negando su diversidad impredecible. 

–No hay que estigmatizar a la danza como una disciplina violenta en sí misma –advierte– pero sí es necesario señalar estas violencias y su origen. Hay una práctica colonial abierta. 

Fotogalería:

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A mediados de 2020, Pomposo fue una de las organizadoras de la serie de conversatorios “Otras pedagogías dancísticas”, donde se abordaron éste y otros temas delicados en torno a la danza y su enseñanza.

—Una de las maestras que entrevistamos fue Carmen Correa —recuerda—. Ella ha sido una de las maestras que se ha dedicado a estudiar la estructura ósea y muscular, justo, para generar una pedagogía que no implique herir al cuerpo, desde el autocuidado.

UNA LESIÓN QUE NO DEBIÓ OCURRIR 

La denuncia de diversas personas, tanto admitidas como rechazadas, es que estas exigencias no sólo procuran el bienestar y el óptimo desarrollo de las y los estudiantes, sino que constituyen sesgos meramente estéticos: lo que las academias pretenden cuidar es la hegemonía de un tipo de cuerpo sobre otros. 

Además, estas exigencias no son sólo un requisito de ingreso, pues atraviesan a las y los bailarines durante toda su formación. Paradójicamente, esta clase de presión acaba vulnerando a los estudiantes.

La discriminación en la danza tiene consecuencias incluso entre quienes entran dentro del canon. 

Durante el primer año de la licenciatura, Salvador padecía de anorexia. Comía una vez al día y en cantidades muy pequeñas, al tiempo que realizaba nueve horas diarias de ejercicio. En verano, cuando era monitor de un curso impartido por su escuela –la ENDCC–, solía divertirse con sus amigos haciendo acrobacias en las áreas verdes del Centro Nacional de las Artes. Así fue como, un día, se lastimó la rodilla. Era obvio que algo así sucedería, piensa en retrospectiva: su cuerpo no tenía la fuerza suficiente para resistir la actividad física a la que lo sometía a diario.

El doctor le ordenó tres semanas de reposo, pero, al regresar a clases, todavía sentía molestias y pidió que su incorporación al ciclo escolar fuera paulatina. Durante una clase de danza contemporánea Salvador decidió no participar en el allegro, una sección dedicada especialmente a saltos. La profesora que impartía la clase amenazó con ponerle inasistencia si se quedaba sentado. “Debí levantarme y aceptar mi falta”, reconoce Salvador… pero temía las consecuencias.

Su último salto lo aterrizó con la pierna lesionada y escuchó cómo su cuerpo se trozaba por dentro. 

—Se rompió mi ligamento anterior cruzado y tuve fractura de meniscos grado uno.

La lesión le costó tres meses de completo reposo, una baja temporal de dos años y el deterioro de su salud mental.

La discriminación en la danza tiene efectos nocivos incluso en aquellas personas que cumplen con los criterios estéticos / Foto: Eunice Adorno
La discriminación en la danza tiene efectos nocivos incluso en aquellas personas que cumplen con los criterios estéticos / Foto: Eunice Adorno

Ahora es consciente de que fue víctima de una de las prácticas más comunes en la enseñanza de la danza. Desde entonces decidió que no volvería a acatar ninguna orden que atente contra su integridad, que le parezca poco razonable o sin fundamento. Aquella decisión se convirtió en una apuesta estética: en el escenario, hoy Salvador destaca no sólo por interpretar roles protagónicos sino, también, por su cabello teñido de rojo y los tatuajes que adornan sus brazos y torso. Ser él mismo, dice, es otra forma de transgredir la rigidez absurda de la danza mexicana.

Esta no es una anécdota aislada. En febrero de 2021, estudiantes de la Academia de la Danza Mexicana (ADM) decidieron movilizarse y convocar a un paro de actividades debido a un cúmulo de denuncias por violencia de diferente tipo, en su mayoría por acoso y abuso sexual. Entre las denuncias públicas que fueron compartidas a través de la cuenta de Instagram “Mujeres Organizadas ADM”, varias refieren abusos de autoridad, chantajes emocionales, gritos, burlas y poco cuidado a las lesiones de las y los estudiantes. 

El paro virtual se sostuvo hasta mayo de ese mismo año y uno de sus logros fue la destitución de dos profesores que formaban parte activa del proceso de admisión.

CONTRA LA DISCRIMINACIÓN EN LA DANZA, CONSTRUIR OTRAS DOCENCIAS

Antes de la pandemia de covid-19, según la Encuesta Nacional Sobre Hábitos y Consumo Culturalelaborada en 2020 por CulturaUNAM, ir a presentaciones de danza era la actividad cultural con menor asistencia. Sólo 11.3% de las personas encuestadas la señaló entre sus principales actividades. 

Para quienes estudian danza, existen pocas opciones laborales que ofrezcan seguridad: la docencia o integrarse a una compañía profesional, poco más. 

Ser reclutado por una compañía de prestigio —con mejor salario y prestaciones— implica, muchas veces, someterse de nuevo a la lógica de selección y competencia que imponen determinada estética corporal. 

Por ello, artistas como la bailarina Ámbar Luna apuestan por romper con la noción de que bailar es sólo para unos pocos y para determinados espacios.

Una vez que egresó del Centro Nacional de Danza Contemporánea, de la Secretaría de Educación del estado de Querétaro, comenzó a impartir talleres de improvisación. Para ella, el proceso de aprendizaje no está peleado con la creatividad e insiste en que bailar no significa memorizar posiciones y movimientos. 

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—Las técnicas hegemónicas que se imparten en las escuelas profesionales de danza suelen exigir al bailarín que vaya siempre más lejos —afirma Ámbar—. Mucho, me parece, en este speech de “superarnos a nosotras mismas”, de ser “la más brillante”, de ser la que más se ve.

Aproximarse a otras técnicas y disciplinas dancísticas fue la vía que ella encontró para construir prácticas más amables y cuidadosas con el cuerpo. Recuerda, en particular, las “técnicas somáticas”, que se caracterizan por un tipo de movimiento más suave, que se abandona a la gravedad.

—Representó entender el cuerpo de otra manera. Me encontré en un lugar donde no necesitaba competir con nadie, ni conmigo misma. 

Como en otras escuelas y universidades, la violencia patriarcal ha comenzado a ser cuestionada.

La violencia denunciada en torno a las academias de danza ha comenzado a generar una reacción en sectores de la comunidad estudiantil, que buscan otras opciones para ejercer su disciplina de manera más libre, además de construir espacios de aprendizaje y de cuidado. 

Contra la discriminación en la danza
Combatir la discriminación en la danza y la violencia corporal implica construir otros espacios y otras estrategias de enseñanza / Foto: Eunice Adorno

Karen Salas, la bailarina de hombros felinos rechazada de la ENDCC, hoy piensa que la danza se ha convertido en una disciplina artística que te exige, contradictoriamente, dejar de ser tú misma. Ella egresó de la Escuela de Danza Clásica del Centro Cultural Ollin Yoliztli: toda una vida en el ballet, dice, le llevó a creer que su cuerpo debía ser diferente. A veces era su torso, en otras ocasiones su estatura o costillas: cuestiones que estaban fuera de su control, pero que directivos y docentes le señalaban como defectos. 

—Creemos que la manera en que las personas aprenden es violentando sus cuerpos. A mí me parece muy problemático: la carrera en danza clásica comienza a los ocho o nueve años, es una vida llena de violencia.

Karen insiste en que reconciliarse con un cuerpo que ha sido juzgado y violentado puede llevar años. Por eso, la enseñanza de la danza debería comenzar por reconocer que el cuerpo que habitamos es valioso por sí mismo y no por la manera en que luce o lo flexible que puede ser. Sólo así podrían imaginarse nuevos modelos para practicar la danza sin discriminación.

—Yo llegué a la conclusión de que mi cuerpo es la razón por la existo. No es el medio, no es el transporte de mi alma, no es la herramienta. Es la razón por la que estoy aquí y el movimiento es lo que le da vida.

Bajo esta premisa, el baile cobró un nuevo sentido para ella: no sólo se trata de celebrar la propia existencia a través de la danza sino de convertirlo en una forma de resistir y combatir la discriminación o la violencia que aún atraviesa su cuerpo. 

—Creo que el cambio está sucediendo —concluye—. Quizás no está tan presente en las grandes escuelas o compañías, pero en algún momento va a llegar, tiene que llegar.