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Consecuencias de la falta de juego en la niñez

Desde hace décadas se ha observado que muchos niños han dejado de jugar en libertad, y aunque ahora lo hacen, es con la supervisión de sus padres o de otros adultos.

Si a los niños se les quita la oportunidad de jugar libremente, es decir, jugar sin la supervisión de sus padres o de otros adultos, no van a aprender a ser independientes, lo que los podría llevar a desarrollar ansiedad y depresión, a tener miedo al futuro y, en general, a todo lo que estamos viendo hoy en los niños.

En México, durante la pandemia, muchos niños y adolescentes se quedaron en sus casas sin contacto con sus amigos más que a distancia, a través de los celulares o de las computadoras.

Pero este deterioro de la salud mental no es reciente; se ha visto desde hace décadas. De acuerdo con un equipo de investigadores, en parte se debe a que no les hemos dado a los niños la independencia que necesitan.

“Las consecuencias de la falta del juego en los niños, y en los ahora adultos, vienen de muy lejos, porque esto no sucedió de repente. Por supuesto, creció con la pandemia, pero es un proceso que lleva décadas sucediendo”, explica Rocío Rivera, académica de la Facultad de Psicología.

En la década de 1970 se empezó a observar que la falta de actividad física durante el juego iba a tener consecuencias en la salud mental de los niños. Los especialistas notaron que se empezaba a abandonar al juego o a restarle importancia como una actividad con beneficios a largo plazo, y advirtieron que si se le privaba al niño de esos beneficios, las consecuencias se iban a ver en el futuro.

La teoría más conocida sobre el papel del juego en el desarrollo cognitivo y social de los niños fue divulgada en 1960, décadas después de que la propusiera el psicólogo y educador ruso Lev Vygotsky.

La función del juego en el niño y sus beneficios en la adultez

Para comprender las consecuencias de privar del juego a los niños se debe entender que la función del juego es aprender.

“Mediante el juego se aprenden los roles sociales, las vocaciones; por ejemplo, al jugar a que soy bombero y tú eres doctor. También se aprende la tolerancia a la frustración, como en los deportes o en los juegos de mesa, donde además aprendemos a respetar las reglas, el trabajo en equipo, la negociación. Se estimula la imaginación, el intelecto y la creación, y el cuidado de la red de apoyo, cómo cuidar a sus amistades a lo largo de la vida”, explica la académica. “Si jugando aprendemos aspectos de la vida, tal vez en el futuro no sea tan complicada y tan difícil si la asocio a algo divertido desde la infancia”.

Con el juego va surgiendo también la personalidad de cada niño. Si durante el juego un compañerito se cae y se lastima, uno se da cuenta de si el niño ayuda al otro o si no le importa. Esas actitudes tienen que ver con algunos factores, como la educación en casa o la cultura a la que pertenece, por ejemplo.

Jugar en familia

La familia influye en el juego de los niños, y eso es algo a lo que debemos poner atención, porque algunos estudios han encontrado que en los últimos quince años el juego en familia se ha reducido a menos de la mitad.

Rocío Rivera indica que está documentado que en niños pequeños ha habido un absurdo incremento en la carga del trabajo escolar, como tareas, lecturas y demás actividades, lo que evita que el juego esté presente en su vida diaria.

“El mensaje social señala que lo importante, lo que debe prevalecer, es el conocimiento académico; si hay tiempo para el juego, qué padre, pero si el tiempo de juego se puede dedicar a las tareas, mejor”.

“Es comprensible que ese mensaje llegue a la familia porque lo socialmente aceptable desde la academia, y desde el sistema que sostiene a la academia, es que si tu hijo no tiene buenas calificaciones, probablemente no seas un buen papá”, apuntó la especialista universitaria.

Así pues, es comprensible que los padres confíen en el mensaje de quienes están a cargo de la educación dentro del sistema cultural, económico y político de cualquier país.

Consecuencias de la falta de juego

“Si tuviera que resumir las consecuencias de la falta de juego, las dividiría en la parte social, la parte de salud mental y emocional y la parte fisiológica”, dice Rocío Rivera.

“En la parte social, la consecuencia inmediata es el aislamiento, bajo la fantasía de que estamos más conectados mediante la tecnología. El aislamiento deriva en una falta de socialización, una falta de red de apoyo, falta de amigos, falta de aprendizaje de reglas, aprendizaje del trabajo en equipo, lo que lleva a depresión y ansiedad. Otras consecuencias serían retrasos en lo cognitivo y en el lenguaje”.

Por otro lado, el juego promueve el locus de control interno o la percepción de la persona de que lo que ocurre se debe a sus actos y que ella controla su vida. “En pocas palabras, el locus de control interno nos habla de que confío en mí porque sé que tengo las herramientas para controlar las situaciones que se me presentan en la vida y no que las situaciones de la vida me controlen. Si no tengo locus de control interno, entonces, la vida me supera”.

Si no tengo el control, alguien lo va a tener, y voy a culpar de lo que me ocurra a cualquiera antes de asumir la responsabilidad de mi propia vida, advierte la profesora Rivera.

Además, si uno percibe que todo el tiempo está a punto de ocurrir algo o nos está pasando algo malo y no podemos hacer nada al respecto, la consecuencia inmediata es la ansiedad, prima hermana o hermana menor de la depresión.

Entre las consecuencias fisiológicas de la falta de juego y el consiguiente aislamiento, Rocío Rivera apunta la obesidad mórbida y los problemas de postura, de cuello y de vista, entre otros. Además, recuerda que en los niños, específicamente, el juego promueve la producción de dopamina, hormona directamente implicada en la producción de otra hormona, la del crecimiento.

Otros obstáculos que encuentra el juego

“Aunque jugar hace que nos desarrollemos a todo nuestro potencial en todo sentido, los niños no están jugando, y los adultos tampoco. ¿Qué está pasando? ¿Por qué no tenemos tiempo para acompañarlos en el juego?”, se pregunta la académica universitaria.

En lo económico, los padres tienen que trabajar mucho para sostener una familia y el juego queda en último lugar; además, no se cuenta con la infraestructura ni social ni arquitectónica: no hay parques, no hay áreas verdes.

Es raro ver una casa o un condominio con un área verde lo suficientemente grande para que jueguen los niños. Otra razón por la que los niños ya no pueden salir es la inseguridad.

“Eso sería un resumen muy breve, porque el tema es muy amplio”, finalizó la académica de la Facultad de Psicología.

Ideas destacadas

  1. La falta de juego libre afecta el desarrollo de independencia en los niños, aumentando la ansiedad y la depresión.
  2. La pandemia exacerbó un problema existente en la salud mental de niños y adolescentes debido a la falta de juego.
  3. La teoría de Lev Vygotsky sobre el juego como un pilar del desarrollo cognitivo y social.
  4. El juego en familia ha disminuido, y el enfoque excesivo en lo académico limita el juego en la vida de los niños.
  5. Las consecuencias de la falta de juego incluyen aislamiento social, problemas de salud mental, emocionales y fisiológicos.
  6. El juego desarrolla el locus de control interno, esencial para la autopercepción y manejo de la vida.
  7. Los retos económicos, sociales y de infraestructura limitan las oportunidades de juego para los niños.