Analizar el genoma de los habitantes originarios de América no sólo ayuda a entender mejor por qué enfermedades como la diabetes parecen afectar más a los mexicanos que a los europeos, sino a arrojar luz sobre cómo los primeros humanos llegaron a este continente, cómo se colonizó el país, qué grupos se interrelacionaron e incluso si la palabra nahua responde a una identidad cultural o a una genética. “Así de amplias son las respuestas que se derivan de este trabajo”, expuso el doctor Alejandro Garcíarrubio, del Instituto de Biotecnología del campus Morelos de la UNAM.
Fueron más de cinco años los invertidos por el universitario y 30 especialistas a fin de secuenciar e interpretar la información obtenida de 15 individuos (12 indígenas y tres mestizos). Los resultados de esta indagatoria —encabezada por el Instituto Nacional de Medicina Genómica (INMEGEN)— fueron publicados recientemente en la revista Nature Communications.
“Era importante ahondar en esto porque los proyectos para analizar genomas humanos se habían enfocado en europeos, africanos y asiáticos, y dejaron de lado a los nativo-americanos, por lo que se ignoraba cuál era su aportación a la diversidad genética del mundo y al mestizaje en América Latina tras la llegada de los conquistadores”.
Para llevar a cabo esta labor, los investigadores seleccionaron a 12 miembros de seis grupos étnicos que representan al norte, centro y sur de México, es decir, tarahumaras y tepehuanos en el primer apartado; nahuas, totonacas y zapotecos en el segundo, y a los mayas en el último. Los mestizos elegidos fueron padre, madre e hijo, y sirvieron como individuos de control.
“La tarea no fue sencilla; debíamos constatar, con 95 por ciento de certeza, que el 99 por ciento del genoma de las personas a analizar era indígena. Es tan difícil hallar sujetos con tales características que, aunque consideramos decenas de candidatos por etnia con el objetivo de quedarnos con los dos mejores, al final tuvimos que aceptar a un par de sujetos fuera del rango por tener 98 por ciento de información amerindia y dos por ciento de herencia europea”.
Así, después de esta criba, se tomaron muestras de sangre a fin de extraer el ADN de 12 indígenas, no sin antes explicarles en qué consistía el trabajo y obtener de ellos un consentimiento informado. “Esta parte también tuvo sus trabas: debíamos llegar con folletería y hacer esto entendible a gente que, con frecuencia, no habla español y tiene una escolaridad muy baja”.
El material genético se mandó a secuenciar a una compañía en Estados Unidos y ya con los datos en mano, en México analizamos computacionalmente cuáles genes habían sido modificados, cuáles eran de interés, cuáles revelaban los niveles de parecido entre los distintos grupos étnicos, cuáles los diferencian de los asiáticos y los europeos, y cómo se relacionaban estos individuos respecto al ADN antiguo de los primeros pobladores del continente.
“Es asombroso lo que se puede colegir de estos datos, pues nos permiten ver, de primera mano, cómo se fue poblando América”.
Tras los pasos de nuestros ancestros
La población del América es la más reciente en cuanto a ocupación continental y se sabe que se dio cuando grupos provenientes de Asia atravesaron —más de una vez— el estrecho de Bering. “Uno de los resultados más importantes del estudio es confirmar que los indígenas de México presentan una uniformidad genética, lo cual corrobora que todos son producto de una sola migración y, además, de una conformada por muy pocos individuos”, indicó Garcíarrubio.
A decir del investigador, estos datos permiten entender mejor cómo se conformaron los pueblos originarios, cuáles se mezclaron y cuáles se mantuvieron aislados. “Es cierto que hay un origen común, pero también diferencias entre etnias y esto nos da pistas del porqué”.
Entre las conclusiones más notables, destacó la relacionada con los pueblos del norte, los cuales, por haber mantenido comunidades pequeñas y un carácter nómada son muy distintos a los del resto del país. “Ello también explica el hallazgo funcional más importante de este trabajo: la identificación de genes relacionados con el desarrollo muscular y la capacidad física de los tarahumaras o, como se dicen ellos, rarámuris (palabra endómina que significa ‘de pies ligeros’)”.
Uno de los argumentos que se daban para justificar esta aptitud sobresaliente para la carrera era la de una adaptación biomecánica derivada de la los usos y costumbres de una cultura gestada en las cumbres de la Sierra Madre Oriental, aunque la secuenciación del genoma apunta a una respuesta mucho más compleja.
“Fue una sorpresa encontrar en los tarahumaras un enriquecimiento justo en los genes asociados con el desarrollo muscular y la resistencia, lo cual apunta a una constitución genética favorecedora en ese sentido. Éste es un hallazgo muy interesante porque hay pocos ejemplos similares en la literatura mundial y es equiparable a la adaptación a la altura entre los incas y tibetanos”.
Respecto a los pueblos de la parte central de México —cuna de grandes culturas como la olmeca y la teotihuacana—, Garcíarrubio observó que éstos se mantuvieron separados y comenzaron a mezclarse de forma muy reciente (en el último milenio).
“Por su parte los mayas presentaron una gran heterocigosis, concepto que nos habla de qué tan grande es la comunidad de la cual se obtiene un individuo y, en este caso, los datos señalan un gran éxito poblacional. Se calcula que en la Época Clásica llegaron a ser cinco millones y ello explica el gigantesco pool genético hallado, todo lo contrario a lo observado con los indígenas del norte”.
Lo nahua, ¿una etiqueta cultural o genética?
Para Alejandro Garcíarrubio, una de las dudas no esclarecidas por falta de estudios era si los nahuas eran un grupo étnico (cultural) con identidad genética. “Fácilmente los identificamos por su lenguaje, arquitectura, códices o religión, ¿pero son un grupo genético?”.
Dice la leyenda que ellos salieron del norte del país y, después de una larga migración, se establecieron en el Valle de México. “La pregunta es, ¿constituían un colectivo, venían de lejos o eran de algún pueblo cercano?, pues perfectamente podían haber pertenecido a cualquier otra comunidad del altiplano”, planteó.
A fin de precisar términos, el académico señaló que por grupo genético se entiende: una población que, después de las migraciones hacia México, se mantuvo aislada por miles de años, lapso suficiente como para diferenciarse de otras poblaciones.
“Tras analizar su genoma es indudable que los nahuas cumplen con estas características y que la suya es una etiqueta genética. Este hecho se nos escapaba porque los trabajos anteriores tenían menor resolución, pues es un hecho que la historia genética del centro de México ha sido dinámica y ha dado pie a una verdadera mezcolanza”.
A decir del académico, era preciso aclarar este punto porque están bien documentado casos como los de los nahuas de Morelos y Guerrero que lo son por cultura, pero no por genes. Aunque hablan náhuatl, lo hacen porque fueron dominados y todo ello es producto de una imposición bélica que data de siglos atrás.
Además, de esta secuenciación también se obtuvieron datos médicos que verifican muchas cosas ya sabidas y en las que ahondará el INMEGEN y otros grupos en los años por venir, añadió.
“Y eso es lo que se esperaría de un estudio con estas características; lo sorprendente es la cantidad de información que nos arrojó acerca de cómo se pobló el continente, cómo nos conformamos, sobre nuestra historia y también sobre nosotros. Cabe destacar que este proyecto es orgullosamente mexicano pues no contó con la usual colaboración de universidades extranjeras. La experiencia que nos deja es la base para una investigación similar y ya en curso, pero mucho más ambiciosa: ahora comprenderá 96 genomas indígenas”.