En 2004, Kelly Clarkson sacó a la luz la canción Because of You. En esta pieza que escribió cuanto tenía 16 años, la cantante estadounidense exponía su lado más íntimo y dejaba ver todos los aspectos negativos que dejó el divorcio de sus padres cuando ella tenía seis años.
“No voy a cometer los mismos errores que tú cometiste / no me permitiré causarle a mi corazón tanta miseria / no destruiré de la forma que tú lo hiciste”. El inicio de la canción demostraba un profundo dolor emocional, pero también conciencia de no lastimar o herir a lo que más se ama a pesar de todo lo que se sufrió.
Si bien Clarkson construyó una gran canción a partir de un trauma de la infancia, lo cierto es que no todos somos capaces de dejar eso en el pasado, y cargamos todo lo que vivimos como una loseta muy pesada que poco a poco nos va afectando en la forma en que nos relacionamos con el mundo, en especial cuando queremos relacionarnos con alguien sentimentalmente.
En 2021, investigadores en psicología y psiquiatría neerlandeses publicaron el artículo A tangled start: The link between childhood maltreatment, psychopathology, and relationships in adulthood. Tras analizar a alrededor de dos mil adultos en un lapso de 12 años, el estudio comprobó que los adultos con traumas infantiles tienden a tener relaciones amorosas de mala calidad, además de depresión, angustia, baja autoestima y ansiedad severa.
La doctora María Santos Becerril Pérez, de la Facultad de Psicología de la UNAM, indicó que precisamente estos traumas de la infancia dan pie a tener algunos de los problemas antes mencionados por los investigadores neerlandeses, debido a que lo que aprendemos de nuestros padres en nuestra niñez es lo que llevamos a nuestras relaciones en la vida adulta.
“Son patrones que incluso ya están ahí desde antes que nosotros nacemos, y vamos creciendo con ellos. Por ejemplo, si yo crecí en un hogar permisivo donde todo se vale, todo se permite, eso lo traslado a mi relación; si, por el contrario, me desarrollo en un ambiente restrictivo con límites, entonces idealizo que la relación de pareja es así: exigiendo, no negociando”.
La niñez, aunque muchos tienden a hacerla menos, es una etapa en la que los menores están en constante exploración y aprendizaje. En esta época nos damos cuenta de aquello que nos rodea, y la forma en cómo nos relacionamos con nuestros padres es sumamente importante a la hora de establecer relaciones sentimentales a lo largo de nuestra vida.
Por tanto, si en esta etapa tenemos daños emocionales, se corre el riesgo de perjudicar nuestro desarrollo emocional y cognitivo. Un divorcio, la falta de muestras de afecto (a veces decir un simple “te quiero” puede ser una gran diferencia), condicionar el amor (si no te comes tus verduras, no te voy a querer) y la falta de protección, contención o apoyo son factores que pueden hacer a un menor vulnerable y posteriormente un adulto inseguro.
“En muchas sesiones con adolescentes, ellos se quejan de esto [que los padres no les digan que los quieren]. Cuando hacemos su comida favorita o les festejamos su cumpleaños, o hacemos equis cosa que les gusta, los padres damos por entendido que los queremos; pero las palabras son necesarias también”.
“Entonces aceptamos esta falta de hablar con cariño y la trasladamos a nuestra vida de pareja, en donde muchas veces eso nos perjudica porque damos por entendido que, si damos alguna cosa, ya demostramos cariño, y no funciona así. Por básico que sea, es necesario decir “te quiero” o “confío en ti.”
La profesora Becerril Pérez agregó que los padres deben estar más abiertos a demostrar el amor entre ambos, porque esto también sirve para que los niños aprendan y sepan escoger el amor que merecen. “Parece que es un pecado tomarle la mano a la esposa, abrazarla, besarla o decirle ‘te quiero’ enfrente de los niños, y no debe ser así. Los menores deben ver todos estos procesos para que puedan crear posteriormente vínculos afectivos sanos”.
Lo que provocan los traumas de la niñez
Las consecuencias de no resolver los traumas de la niñez son varias, y pueden afectar posteriormente nuestras relaciones sociales, al grado de evitar la cercanía o no confiar en los demás, reprimir o exagerar nuestras emociones, sentir ansiedad por abandono, dar en exceso, ser codependientes, entre otros efectos.
Estas son algunas señales de que el trauma de infancia está afectando a tus relaciones:
- Dificultad de sentirse querido: al tener una infancia difícil, donde las muestras de afecto fueron mínimas, es probable que, cuando alguien nos dé demasiado amor, pensemos que esto no es correcto o incluso ocultemos lo que nosotros sentimos por miedo a no ser dignos de que alguien nos quiera.
- Celos: aparecen estas distorsiones cognitivas con base en lo vivido. Por ejemplo, si mi papá engañó a mi mamá, eso lo aplico con mi pareja. Si mi pareja se va de viaje, me hago ideas del tipo: no me ha llamado en todo el día; me va a engañar. Incluso a veces se agarran a los hijos como aliados, y no es correcto.
- Tendencia a ignorar las “banderas rojas”: aceptar que el amor que me da mi pareja es lo que me merezco y lo normal, aunque no sea positivo. Por ejemplo, si la pareja quiere ser controlador y me dice que le preste mi celular para revisarlo, yo lo acepto porque es algo cotidiano con lo que he vivido, aunque no está bien.
- Finales abruptos: tener poca responsabilidad afectiva; que existan estas rupturas de pareja por nimiedades como una discusión, o solamente romper por hacerlo.
- Poner a prueba la relación: si todo va bien, buscamos una forma de meterle el pie a lo que estamos viviendo, para decir “yo sabía que no iba a funcionar; me iba a ir mal”.
Todos estos factores influyen de una gran manera para que nuestra relación no prospere e incluso, de acuerdo con la docente de psicología, hacen que nuestro funcionamiento se vuelva errático. Debido a que “afectas tu bienestar emocional, no puedes dormir, ni trabajar; estás mal y empiezas a estar de malas, con miedos, inseguridades… y hasta te desquitas con quien menos tiene que ver, a veces con los hijos”.
Cómo trabajar lo que nos sucedió
Otros versos de la canción de Clarkson dicen así:
“He aprendido por las malas / a nunca dejar que llegue tan lejos [el maltrato, la violencia)]”.
“Aprendí a jugar del lado seguro para no salir herida”.
“Encuentro difícil confiar no solo en mí, sino en todos a mi alrededor”.
Si bien hay una parte de reflexión, también detectamos que aún queda dolor por lo que vivió. Y es que las secuelas de los traumas infantiles no se curan de un día a otro o siendo positivo. Debido a que es un proceso en el cual hay que interactuar con nuestro niño interior, debemos detectar los detonantes y los patrones que nos afectan para poder gestionarlos y cambiarlos.
Para concluir, la profesora de la Facultad de Psicología señaló los puntos centrales en las terapias para tratar nuestros traumas infantiles:
- Lo primordial es trabajar con uno mismo. Reconocer, asimilar y darle otro enfoque a lo que vivimos.
- Reconocer que puedo ser capaz de afrontar estas adversidades. Independientemente de lo que haya experimentado con mis papás, tener presente que tengo la capacidad de autorrealizarme, observarme y generar mejores formas de vida para mí.
- Asumir la realidad y no negarla.
- Entender a papá y mamá. No debemos juzgar, sino empatizar. Saber que, con sus limitantes, adversidades, historias, contextos, me dieron lo mejor que pudieron, pero que de ahora en adelante poder cambiar está en mí. Y si son entes tóxicos, puedo optar por poner distancia y crecer.
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