Un falso positivo o un falso negativo de coronavirus pueden hacer mucho daño: “si tú le dices a alguien que no está infectado y sale a la comunidad, puede contaminarlo todo. Y al revés, si dices que es positivo puedes provocar otro tipo de reacciones”, dice Susana López, investigadora del Instituto de Biotecnología de la UNAM (IBT) en Cuernavaca. López y el doctor Carlos Arias, del laboratorio del Departamento de Genética del Desarrollo y Fisiología Molecular, lideran la capacitación de laboratorios académicos y de investigación para unirse a los esfuerzos de diagnóstico de Covid-19.
Hasta el 16 de abril, se habían realizado en México 45,148 pruebas diagnósticas a pacientes sospechosos de Covid-19. El proceso no requiere más de seis horas en condiciones ideales, sin embargo se han presentado cuellos de botella que resultan en retrasos de hasta 10 días (como ha sucedido en Tijuana) para conocer un diagnóstico. A veces este llega demasiado tarde, ya que el paciente falleció, como ha sucedido en hospitales de Monclova y la Ciudad de México.
Al inicio de la epidemia en México, los insumos para las pruebas escaseaban, además de que las muestras se concentraban en el Instituto de Diagnóstico y Referencia Epidemiológicos (InDRE) para su procesamiento, lo que extendía tiempos de espera de resultados. A partir del 28 de febrero, la Ssa autorizó un laboratorio estatal en cada entidad y seis unidades hospitalarias en la Ciudad de México (INER, Instituto Nacional de Nutrición, Centro Médico Nacional 20 de Noviembre, Hospital de Especialidades La Raza del IMSS, INP y el Hospital Infantil de México) para realizar los diagnósticos y agilizar el proceso.
Sin embargo el InDRE verificaba cada resultado. El 4 de marzo, el InDRE autorizó a los laboratorios de 29 entidades que sus diagnósticos entraran directamente a las estadísticas federales. Para mediados de abril, el InDRE ya había validado a 81 laboratorios, entre públicos, privados, académicos y de investigación.
“Cuando esto empezó no había potencial de realización de pruebas” cuenta el doctor Malaquías López Cervantes, miembro de la Comisión para Atención de la Emergencia de Coronavirus de la UNAM. La Universidad cuenta con la capacidad tecnológica y técnica para hacerlo, de modo que lanzó una campaña para realizar pruebas a su propia comunidad. Además se comprometió a reforzar a los laboratorios que ya estaban haciendo pruebas para actividades clínicas: “uno o dos institutos nacionales de salud pueden aprovechar el servicio que está dando la UNAM y descargar un poco la solicitud a los laboratorios oficiales”.
Las pruebas para diagnosticar una infección por coronavirus han sido un tema polémico. La estrategia de monitoreo de la Secretaría de Salud, el Modelo Centinela, rechaza el uso de pruebas masivas pues basa sus proyecciones en una muestra representativa de la población mexicana.
El subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, ha defendido este modelo, que consiste en realizar pruebas a personas que ya presentan síntomas o son casos graves: al 10 por ciento de casos con sintomatología leve y al 100 por ciento con sintomatología grave. Por ahora, el plan es llegar a la realización de 560 mil pruebas en todo el país.
El apego de las autoridades sanitarias mexicanas a este modelo contradice las indicaciones de la OMS, que sugiere que los países realicen tantas pruebas como les sea posible, aunque también ha validado el modelo Centinela.
Uno de los riesgos del Modelo Centinela es el subregistro y subdiagnóstico de contagios por coronavirus. Un subdiagnóstico abre la posibilidad de que una persona asintomática disemine el contagio: “el no identificarlo y no controlarlo conduce a consecuencias, como la de por ejemplo contagiar dentro de su propia familia a otras personas”, explica López Cervantes.
La Universidad fue la primera institución académica en implementar un mecanismo de diagnóstico para su comunidad. “No nos interesa en principio corregir las estadísticas oficiales, sino facilitar a la comunidad universitaria el acceso a algo que de otra manera se les está cerrando”, agrega López Cervantes.
La campaña de diagnóstico de la UNAM ofrece 20 pruebas al día, con citas telefónicas para toma de muestra de casos sospechosos. Su proceso es el mismo que el de todos los laboratorios avalados por el InDRE: se extraen mucosas faríngeas y nasales, se sumergen en una solución para transporte viral y se trasladan al IBT, donde serán procesadas. La metdodología avalada por la OMS y el InDRE para hacer el diagnóstico es la RT-PCR, cadena de reacción de la polimerasa en tiempo real.
El IBT está enfocado en procesar las muestras que llegan desde Ciudad Universitaria y del laboratorio estatal de salud pública de Morelos. Es un modelo que buscan replicar en ubicaciones que puedan aliarse con otros laboratorios estatales de salud pública.
El 24 de abril, la UNAM abrió un centro de diagnóstico para el público en general. Está ubicado en las instalaciones de la Clínica de Atención Preventiva al Viajero (CAPV), operada por la Facultad de Medicina, en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. La cita se hace por internet, con una evaluación virtual para determinar si la persona tiene síntomas compatibles y si es necesaria la prueba. Las muestras se procesan en el Laboratorio de Investigación de Enfermedades Infecciosas, de la Facultad de Medicina. El centro da seguimiento a sus pacientes por videoconferencia.
Los laboratorios académicos y de investigación no tienen la misma capacidad para procesar pruebas que un laboratorio diagnóstico. Esto se debe a que sus usos cotidianos son diferentes; un laboratorio del IBT no necesita tener en existencia decenas de termocicladores para RT-PCR. “Tenemos los aparatos, pero no en las mismas cantidades que tiene el InDRE”, explica Susana López. En su laboratorio hay cuatro personas dedicadas a este trabajo y, usando un solo termociclador, pueden procesar un máximo de 20 pruebas al día. Además, no cuentan con personal médico capacitado para la extracción de la muestra: su tarea consiste en apoyar exclusivamente en el procesamiento de las muestras tomadas en otros sitios.
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Lograr la validación de un laboratorio no es cosa fácil. Necesitan demostrar que tiene personal capacitado para hacer pruebas de biología molecular, campanas de bioseguridad nivel dos y un termociclador de RT-PCR para procesar las muestras. El IBT ha capacitado a 20 laboratorios en total, incluyendo al menos a seis laboratorios de la UNAM y 14 del sistema de centros CONACYT. Ocho ya han sido evaluados y aprobados y los demás están en proceso de validación. El estándar del InDRE requiere que cada laboratorio verifique sus procedimientos por medio de pruebas de control con insumos cuyo resultado ya conoce el instituto. “Se trabaja con controles para que sepamos que la calidad de las pruebas es la calidad que se requiere”, agrega López.
Estos laboratorios tienen capacidad para procesar entre 20 y 40 muestras al día. Incluso recibieron presupuesto de la Coordinación de Investigación Científica de la UNAM para adquirir 6 mil kits de prueba.
Los laboratorios capacitados por el IBT no pueden integrarse de manera inmediata al procesamiento de pruebas. Deben ser validados por el InDRE de la misma manera que un laboratorio privado lo haría.
Aun cuando consigan la validación del InDRE, no deja de haber obstáculos en el camino, como la falta de reactivos para el procesamiento de pruebas (un kit con estándar de la OMS y del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos, que incluye la molécula fluorescente que permite encontrar el virus), de las cuales hay una escasez a nivel mundial.
“Hay un escenario de confusión a nivel nacional. No se sabe ni siquiera cuál es el número de pruebas que se pueden llegar a hacer, cuántos reactivos se tienen disponibles, cómo se van a distribuir”, agrega López Cervantes. “Hay carencias en todas partes del país. La Universidad no está en este momento en la posibilidad de decir ‘Yo me hago cargo’, aunque tenga el potencial técnico”.
Es la primera vez que el instituto puede involucrarse de esta manera en un evento de salud pública a nivel nacional y desborda orgullo. “Muchas veces en epidemias pasadas hemos tratado de participar pero no ha sido fácil. Ahora entiendo que es porque se requieren estándares muy altos para no cometer errores”, dice la doctora Susana López. “Sentimos que podemos aportar un poco, en poca medida quizás, poder replicar este sistema y poder ayudar un poco al país en este momento”. Cerca de entrar en la Fase 3, la labor del IBT y de los laboratorios que buscan sumarse a esta parte del proceso podría significar una agilización significativa de la aplicación de pruebas diagnósticas.
Testimonios sobre las pruebas de coronavirus
Janeth se sintió tan cansada que después de desayunar tuvo que tomar una siesta de varias horas antes de empezar a trabajar a distancia. Su empleador, uno de los conglomerados comercialesmás grandes de México, estableció un monitoreo diario a sus trabajadores víateléfono móvil. Le anunciaron que dos de sus compañeros de piso habían dado positivo a Covid-19, con la posibilidad de haber esparcido el virus en sus oficinas antes de iniciar las labores remotas.
La empresa le agendó una cita al día siguiente para que Janeth se hiciera la prueba del coronavirus con un laboratorio privado. Sus síntomas todavía eran leves, apenas más fuertes que un resfriado común. Aún así, la toma de muestra le dolió en el alma.
En una sala sanitizada, cuatro enfermeras completamente protegidas contra el contagio le hicieron dos hisopados: uno nasal y uno faríngeo. Ambos procedimientos involucran hisopos largos insertados a través de una fosa nasal y de la boca, respectivamente, hasta la parte posterior de la faringe, de donde extraen la mucosa que será analizada para detectar la posible infección. Un estornudo durante este proceso podría resultar en una lesión seria. Janeth aguantó y regresó a casa para empezar a aislarse de su familia, por si acaso.
Un par de días después le dieron resultados:estaba infectada con Covid-19. Su enfermedad fue leve. La pasó aislada en casa. Janeth tuvo el privilegio de que sus prestaciones laborales incluyeran una prueba de detección. No es la misma suerte de los pacientes que dependen del sistema público de salud. La indicación gubernamental es permanecer en casa aunque presentes síntomas de coronavirus siempre y cuando no pertenezcas a una población de riesgo (adultos mayores, mujeres embarazadas) y no padezcas alguna de las comorbilidades que complican la enfermedad, como diabetes, hipertensión, obesidad, tabaquismo, etcétera.
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Nina* ha trabajado 33 años como médica internista. Hizo un viaje a Quintana Roo a principios de marzo y de vuelta en casa comenzó a sentirse mal. Fatiga, dolor de cabeza, dolor de garganta tan fuerte que únicamente podía pasar té y nada de alimentos. Su instinto le dijo que se trataba de coronavirus. Le quedaban algunos días de vacaciones, así que decidió pasar su enfermedad en casa, bajo cuidados de su familia. Un gramo de paracetamol cada seis horas y medicamentos para reducir la incomodidad de los síntomas.
El momento de regresar al hospital del ISSSTE donde trabaja –y que ahora es un hospital Covid-19– se acercaba, pero no le darían la incapacidad sin un diagnóstico. Nina, además, padece una de las comorbilidades más serias para coronavirus: es hipertensa. Solicitó una prueba en un hospital privado y se la hicieron en su séptimo día de síntomas, aunque los lineamientos de vigilancia epidemiológica recomiendan realizarla a más tardar en los primeros cinco días del padecimiento.
Se pregunta cómo hubiera sentido el proceso de extracción si no hubiera estado “enchochada”. Unos días antes no podía ni tragar saliva, “¿te imaginas cómo me hubiera dolido si me hacen los exudados el primer o segundo día?”. La prueba fue negativa. Ella cree que se trató de un falso negativo. “Quizá porque fui a hacérmela hasta que empecé a sentirme mejor y ya estaban yéndose los síntomas”.
Nina no consiguió una incapacidad en el hospital y sus superiores le indicaron que volviera al trabajo. Si se trató de un falso negativo, Nina se sumará al cuerpo médico como un posible foco de propagación.
Nina sigue cambiando días de vacaciones por tiempo alejada del hospital. A esa ansiedad se suma la negativa de sus superiores a comprender su situación de salud y la de otras compañeras que forman parte del equipo médico de su hospital y también son población de riesgo para la enfermedad por el padecimiento de diversas comorbilidades. La angustia que inició con sus primeros síntomas no desapareció con ellos.
*El nombre de la entrevistada fue cambiado para proteger su identidad