Hoy 20 de septiembre, pero hace 32 años, amanecí buscando el cadáver de nuestro cronista estrella, Manuel Altamira, un compañero de La Jornada que no pudo con el festejo de nuestro primer aniversario –durante la noche del 18 para amanecer el 19–, y terminó su vida aplastado por seis pisos de concreto en un edificio de la colonia Juárez.
El temblor de 1985 nos marcó como generación. En lo personal, en mi carácter del reportero más joven de aquel periódico que había nacido para “darle voz a los sin voz” y al mismo tiempo estudiante en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, el terremoto me agarró en mi día de descanso en el periódico, por lo cual, saliendo de clases me tocó intentar identificar a Manuel en las diferentes morgues improvisadas en las que fueron llegando las víctimas, más de 10,000.
Recuerdo, particularmente, las entrañas del Parque del Seguro Social, aquel estadio de beis donde se improvisó, sobre tablones de madera y todo el hielo que se pudo encontrar, una gigantesca exposición de cadáveres “rescatados” de los escombros. Allí, de manera tan irreal como en una mala película de terror, varios cientos de muertos esperaban a que algún familiar o amigo los reconociera para llevárselos de ahí. Allí tampoco encontré a Manuel, nuestro primer candidato a Secretario General del Sitrajor.
Ayer, 19 de septiembre de 2017, en este espacio de libertad digital, amanecimos con un pequeño relato que pretendía poner en contexto el temblor del 85para ese 99.9 por ciento de universitarios que no lo vivieron.
Nos despertamos con las preocupaciones de siempre –qué si se vale que en la UNAM cobren 400 pesos por un chile en Nogada, que, si cuánto quiere La Jornada por un anuncio de “felicitación por su aniversario”, que con qué provocación mediática nos va a recibir hoy el buen Ciro–, y luego de los rituales normales de un aprendiz de viejito, despegamos la cobertura de Global con las fotos del “Mega Simulacro” con que, a las 11 de la mañana, la UNAM participaba en ese obligado ritual de Protección Civil.
Y al ratito, a las 13:14 para ser exactos, el deja vu fue total. Si 32 años y casi 6 horas antes aprendí a tenerle miedo a los desplazamientos de las placas tectónicas de la corteza terrestre, esta vez fue una excelente oportunidad para, en unos segundos, hacer un balance certero de mi pasado, presente y futuro:“ya valió…”.
Luego de casi 5 años de reconocer que un gran tsunami anti sistema recorre el mundo, tuve el privilegio de vivir otro 19 de septiembre en la Universidad. Esta vez, bajando las escaleras entre el tropel de empleados universitarios que, apresurados y llorosos, lograron salir ilesos de la Rectoría.
Y si en el 85 nos tocó ser testigos del pasmo del Estado y el nacimiento de la sociedad civil en la capital del país, esta vez escuché el relato de los mismos conductores de televisión de entonces, pretendiendo vendernos como gran logro el revire aéreo del presidente de la República e incluso los abucheos y el sape callejero a su secretario de Gobernación.
Pero a diferencia de entonces que lo vivimos en la obscuridad informativa total, en este 19 de septiembre me enteré en vivo, del drama de unos pequeños niños que, desde debajo de la estructura de su escuela primaria, mandaban mensajes de whatt´s a sus padres para que los pudieran sacar de ahí. Y también, como entonces, pude ver la masiva respuesta de los jóvenes universitarios que, en cuestión de minutos se congregaron frente al Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria para entrarle al relevo nocturno de los miles y miles de ciudadanos de a píe que también fueron los primeros en responder a la tragedia, demostrando que los chilangos, además de gandállas, sabemos ser tan solidarios como los mejores del mundo.
Y si el 85 fue detonante de un gran cambio, éste 19 de septiembre 2.0 también apunta a marcar a la multitud de chavas y chavos que anoche no durmieron y se ocuparon de sacar toneladas de escombros del medio centenar de construcciones colapsadas en la Ciudad y estados vecinos, con la esperanza, como aquella vez, de rescatar con vida a al menos una víctima para, así, transformar la tragedia en una poderosa declaración de esperanza que anuncie tiempos mejores.
De nuevo, un sismo y sus consecuencias se presenta como una gran oportunidad para reconocer que, naturaleza aparte, los ciudadanos y no las autoridades son los protagonistas de la vida pública. Y que, por lo tanto, depende de cada uno de ellos nosotros,, transformar, o no, la realidad.
En un mundo al borde del colapso nuclear, con más de 30 millones de paisanos satanizados y perseguidos al norte de la frontera, en un planeta al borde del colapso ecológico, este 19 de septiembre seguramente marcará a esta nueva generación.
Para quienes vivieron su primer 19 de septiembre, los que llegaron al mundo en los tiempos de las redes, la comunicación global, instantánea e interactiva, la oportunidad de vivir al menos una noche, sin conexión telefónica, sin acceso al internet y sin luz eléctrica, bien podría ser una gran oportunidad para tratar de mirar nuestra realidad desde una perspectiva distinta.Y que ahora alguien nos venga a contar que los Millenials son egoístas.
Para quienes pudimos atestiguar este segundo 19 de septiembre, el nuevo suceso podría ser también una oportunidad para reconocer que, a pesar de todo, de la política, la corrupción, las burocracias y de nosotros mismos, nuestra sociedad sí se sabe mover. Aunque sea a fuerza de sacudidas sísmicas.