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Expulsadas del mundo de la cultura, como Eva del paraíso

Narradora, poeta, dramaturga y ensayista, Rosario Castellanos Figueroa es considerada como una de las escritoras más importantes del siglo XX. Nace en la Ciudad de México el 25 de mayo de 1925, a los pocos días de nacida sus padres la llevan a vivir a Comitán, Chiapas, donde transcurre su infancia y adolescencia.

Durante este periodo, la escritora queda marcada por la forma de vida en la provincia chiapaneca y la figura de su nana, quien es la encargada de, prácticamente, toda su educación ante la indiferencia paterna hasta la edad de 16 años, cuando retorna a la Ciudad de México junto con sus padres. Estudió la carrera de Filosofía y Letras así como la maestría en Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Laboró en el Instituto de Ciencias y Artes de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, como promotora cultural; en el Instituto Nacional Indigenista donde dirigió el Teatro Guiñol del Centro Coordinador Tzeltal-Tzotzil; se desempeñó como Directora General  de Información y Prensa de la UNAM (durante el rectorado de Ignacio Chávez Sánchez, 1960-1966); impartió las cátedras de Literatura comparada, Novela contemporánea y Seminario de crítica en la Facultad de Filosofía y Letras de la Máxima Casa de Estudios (1962-1971). Fue becaria Rockefeller en el Centro Mexicano de Escritores de 1954 a 1955. Obtuvo el Premio Chiapas 1958, por Balún Canán, y en 1961 se le otorgó el Xavier Villaurrutia por Ciudad Real. En 1962, Oficio de tinieblas obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz. Mereció también los premios Carlos Trouyet de Letras 1967 y Elías Sourasky 1972.

A lo largo de su obra, Rosario Castellanos abordó su mayor inquietud: las desventajas sociales y culturales que enfrentan las mujeres y los grupos minoritarios. Fiel a su estilo, en su mayoría autobiográfico (aun en sus novelas y poesía) y su forma de pensar, irrumpió en la escena intelectual mexicana y rescató la figura de las mujeres a través de una serie de temas que nadie había explotado hasta entonces, no al menos ninguna mujer que gozara de prestigio o reconocimiento intelectual.

El feminismo representó para ella una indagación intelectual duradera, merecedora de una reflexión profunda, su originalidad radicó en abordar el tema ignorado por muchos hasta entonces: la  ausencia de una cultura femenina.

La reflexión feminista llevó a la autora a plantearse la escasa autoridad intelectual concedida a las mujeres, así como las dificultades que enfrentan para ser reconocidas como sujetos productores de cultura. La ausencia de una cultura femenina fue la pregunta que no sólo puso a debate en la mesa, sino que buscó responder en toda su obra, incluso, en su trabajo académico.

Su tesis de maestría Sobre cultura femenina, plantea como pregunta eje: ¿Existe una cultura femenina?, a la cual respondió “sé, por ellos, que la esencia de la feminidad radica fundamentalmente en aspectos negativos: la de la debilidad del cuerpo, la torpeza de la mente, en suma, la incapacidad para el trabajo. Las mujeres son mujeres porque no pueden hacer esto ni aquello y lo de más allá está envuelto en un término nebuloso y vago: el término de cultura. Aquí, precisamente, es donde me doy cuenta que mi pie gravita en el vacío”.

La angustia y sus influencias encontraron un espacio propio dentro de su escritura, esta actitud le valió el respeto de sus colegas escritores, quienes reconocieron que su  visión feminista, lejos de ser un estigma que la opacara, significaba una crítica seria acerca de los problemas de las mujeres.

En ese contexto, José Emilio Pacheco señaló: “Nadie en este país tuvo, en su momento, una conciencia tan clara de lo que significa la doble condición de ser mujer y ser mexicana, ni hizo de esta conciencia la materia prima de su obra, la línea central de su trabajo”.

Su legado va más allá de su obra literaria. En el caso de su obra periodística, publicó una serie de ensayos en la página Editorial de Excélsior de 1963 a 1974. En sus ensayos incluyó cuestiones culturales, sociales, políticas, económicas, jurídicas, el problema indígena, el papel de la mujer, la academia, entre otros, los cuales siempre ligó desde diferentes perspectivas al tema de la marginalidad de las mujeres. Una vez más, su caso fue excepcional pues la sección Editorial estaba acaparada en su gran mayoría por hombres.

La escritura fue terreno fértil donde plasmó su pensamiento comprometido con el hecho de lo que significa ser mujer, y los problemas que se enfrentan al tratar de incursionar con autoridad en la producción de un mundo social propio, que parta de la visión femenina y no que sea una añadidura de la masculina.

Murió el 7 de agosto de 1974 en Israel, donde fungía como embajadora de México en ese país. Su cuerpo reposa en la Rotonda de las Personas Ilustres.