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Cambio climático, roya y política afectan al café de Chiapas

En agosto de 2012 se detectaron brotes inusuales de roya en los cafetos chiapanecos, pues esta enfermedad que solía tener por límite los 800 metros sobre el nivel del mar (msnm), de pronto se hizo presente en terrenos localizados hasta a mil 700 metros de altitud, fenómeno que los científicos han atribuido al cambio climático. Ya para el 14 de julio de 2013 el diario La Jornada publicaba en su sección Estados una nota con el cabezal “Cosechas de café en Chiapas podrían caer 60 por ciento”, mientras que los productores de la región exigían la declaratoria de emergencia fitosanitaria.

A cinco años de distancia, y como resultado de esta epidemia, la vida de quienes se dedican a la siembra de café orgánico de altura se ha alterado a tal grado que la doctora Celia Ruiz de Oña Plaza, del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur (CIMSUR) de la UNAM, se ha dedicado a visitar tres comunidades con cafetales el volcán Tacaná —chimenea de cuatro mil 92 metros de alto que divide a México de Guatemala— a fin de llevar un registro de qué ha pasado con los habitantes de la zona.

“Estudié Periodismo y Ciencias en Ecología y Desarrollo Sustentable; de ahí el carácter interdisciplinario de mi investigación y que, en vez de sólo sacar cifras, datos y estadísticas, optara por recoger las narrativas de los involucrados, es decir, por recorrer los cafetales al lado de los campesinos mientras ellos me platican sus preocupaciones. El objetivo es entablar una conversación profunda para entender qué les significa el impacto de la roya y el cambio climático, su relación con otros actores y cómo intentan hacer que su forma de vida persevere en un contexto que ya no es el mismo”.

En el segundo párrafo de Las variedades del café arábica, documento editado por la organización World Coffee Research y de distribución gratuita entre quienes se dedican al rubro, se lee: “Debido a que el promedio de vida productiva de un cafeto es de 20 a 30 años, la decisión que los productores tomen sobre la variedad a cultivar afectará a las siguientes generaciones. Una mala decisión puede llevar a una pérdida acumulativa inmensa”. Y aunque desde su primera página el texto subraya la importancia de una elección adecuada, la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa) parece no haber atendido esta advertencia de manual al instrumentar su Programa Integral de Atención al Café (PIAC) y las consecuencias ya comienzan a ser perceptibles, tanto a nivel económico como ecológico.

Una de las líneas estratégicas de este plan —aplicado a partir de la cosecha 2015-2016— es el mejoramiento integral de cafetales y, en el caso del volcán Tacaná, se ha propuesto la sustitución de las plantas tradicionalmente usadas por los lugareños, la Borbón y la Típica, por híbridos más resistentes a la roya y al cambio climático. 

“Sin embargo, esto que suena bien en el papel contrasta con la realidad. En una de mis últimas visitas a uno de los invernaderos que dan servicio al PIAC uno podía ver sacos de semilla Sarchimor abandonados y sin abrir, o apenas usados. Al preguntar por la razón, el responsable del sitio nos dijo que las simientes distribuidas por la Sagarpa no sirven para la zona, no prenden y que, por más intentos de sembrarlas, éstas nada más no crecen, lo cual ha generado conflictos entre los caficultores que reciben estas plantas”.

De esta manera, a través de testimonios e inspecciones en el lugar de los hechos, la profesora Ruiz de Oña ha observado de cerca una serie de factores que impactan en el día a día de las comunidades chiapanecas y que, por ir más allá de lo ecológico y por no convenirles, quedan fuera del discurso oficial, como el clientelismo.

“Adquirir estas variedades híbridas no es fácil, no es cosa de ir a tu almácigo y ya. Debes comprarlas a un laboratorio o a un invernadero certificado —y no son baratas—, o recibirla de un programa gubernamental, que es lo más común, pero muchas veces la entrega está condicionada a la lógica de ‘votas por mí y te doy tu planta’. Situaciones como la referida revelan problemas en la producción no sólo de índole ambiental; esto también tiene sesgos políticos”.

Problema multifactorial

La roya del cafeto es una enfermedad provocada por el hongo Hemileia vastatrix, el cual no se presentaba por encima de los 800 metros de altura sobre el nivel del mar hasta 2008, cuando se registró un brote muy agresivo en Perú y Colombia que acabó con plantaciones por encima de dicha altitud. Poco a poco esta epidemia se abrió camino por Centroamérica hasta llegar, en 2012, a Chiapas.

“Una de las regiones más dañadas fue la de Tacaná, con sembradíos de café de altura ubicados entre los mil 100 y los mil 700 msnm y donde jamás se había registrado algo parecido. La gente de Tacaná refiere que todo se dio tan rápido que hasta parece que una noche se fueron a dormir y todo estaba normal, y al despertar por la mañana las plantas ya no tenían hojas. El Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica) llegó a manejar cifras desde 60 hasta 80 por ciento de pérdidas, según la zona, y la noticia comenzó muy pronto a acaparar titulares”.

De inmediato se explicó que el calentamiento global era responsable de este cambio en la conducta de la roya y no se profundizó más, pero en opinión de Ruiz de Oña las autoridades se han agarrado de este argumento simplista para justificar un problema más amplio que se aprecia en la región: una desestructuración productiva y afectaciones ecológicas derivadas de estrategias fallidas, ambas ligadas a elementos no sólo ambientales, sino de índole político. 

“Esto no es una cuestión puramente ambiental, pero es conveniente presentarla así porque nos evita hablar de otro tipo de problemas que tienen que ver con democracia, corrupción o clientelismo”.

Tradicionalmente, el café que crece en el volcán Tacaná es orgánico, de alta calidad en taza y se cultiva bajo sombra, es decir, a resguardo del Sol directo gracias a la umbra proporcionada por el follaje de árboles vecinos, por lo que este sistema agroforestal ayuda a preservar la flora, fauna, el suelo y agua del lugar; sin embargo, con la sustitución impulsada por la Sagarpa esto comienza a cambiar.

“El problema es la falta de información sobre las variedades distribuidas a través del PIAC. Se dice, de forma genérica, que se trata de Sarchimor, Catimore, Marsellesa o Costa Rica 95, pero el caficultor ignora qué le están dando y no sabe qué cuidados prodigar. Por desconocimiento y bajo el supuesto de que dichas plantas precisan más Sol, algunos campesinos han empezado a deshacerse de la vegetación aledaña a fin de suprimir o abrir la sombra. Esto preocupa a los ecólogos, ya que además de afectar a la biodiversidad y dejar vulnerable al suelo ante el embate de la lluvia, el viento e incluso los sismos, se sospecha que favorece la incidencia de roya”.

En sus recorridos, la investigadora del CIMSUR ha observado reticencia entre los caficultores a sustituir sus cafetales por nuevas variedades a las que deberán apostar su subsistencia durante los próximos 20 años, en especial porque no tienen certeza de su productividad y porque han visto que incluso en una misma comunidad un ejidatario es capaz de conseguir cosechas óptimas con estos híbridos mientras que su vecino tiene la suerte contraria y debe conformarse con una colecta que van de mediocre a pésima. 

“Hay mucha incertidumbre y esto es comprensible, pues tras toda una vida de usar Borbón y Típica, ambas variedades muy longevas y que podían ser replicadas sexualmente en cualquier patio o almácigo, ahora la gente debe trabajar con plantas que viven menos y que, en su mayoría, son clones reproducidos por vía vegetativa o que se propagan mediante semillas distribuidas por el gobierno. El escenario ha cambiado rápido y no todos han sabido adaptarse”.

Otro aspecto que preocupa a la académica es que compañías internacionales como la Nestlé han aprovechado este desconcierto para hacerse presentes y convencer a los campesinos de sembrar ya no variedades de arábica (las más cotizadas), sino de robusta, una planta de mala calidad y peor precio, aunque muy usada en el mercado de café soluble, de rápido crecimiento en México.

“Sólo hay dos especies de café en el mundo: la arábica y la robusta, y cada una tiene un sinfín de variedades. La primera es la preferida por los consumidores y deja más ganancias, mientras que la segunda es muy productiva y resistente a la roya, pero su sabor es amargo y su calidad en taza, baja. Por ello, lo mejor sería impulsar políticas que ayuden a los caficultores a acceder a mercados orgánicos y justos para que, en vez de ser explotados por las grandes empresas aquí, puedan llevar su producto al extranjero, en especial a Europa”.

Sobre si hay esperanzas de ser atractivos para estos compradores, la doctora Ruiz de Oña señala que sí. “De hecho, puedo citar el caso de dos caficultores que, con híbridos de arábica lograron una calidad en taza de 88 puntos en el llamado Sistema Q (el máximo es 100), justo lo que buscan los mercados de comercio justo y orgánico. Hasta ahora los resultados han sido muy diferenciados entre un productor y otro, en parte porque no estamos seguros de qué tipo de planta reciben. Si logramos establecer qué se ha hecho bien y sabemos replicarlo, quizá hallemos una vía para salir adelante”.

Replantear políticas

Se calcula que para el año 2050, el 79 por ciento de las tierras hoy aptas para sembrar café de alta calidad y en sombra dejarán de serlo, o al menos ya no serán óptimas. A fin de evitar este escenario la profesora propone replantear las políticas de cambio climático vigentes y hacer que, en vez de sólo combatir la roya mediante variedades híbridas, se enfoquen también a proteger los entornos naturales y a preservar su agua, suelo, sombra y biodiversidad.

“Es evidente que el ambiente se está modificando y debemos pensar en estrategias para que los paisajes sean resilientes, es decir, capaces de recuperarse tras recibir un impacto fuerte por parte del calentamiento global. Además, debemos considerar que este fenómeno tiene una dimensión política, pues el grado de afectación por las plagas o la variabilidad en el clima será menor si la gente está organizada y aprende a negociar con el gobierno o las empresas”.

Una muestra de que esto es posible —argumenta la académica— la tenemos en Colombia, que pese a haber sido golpeada brutalmente por la roya hace una década, hoy es el principal productor de café arábico del mundo, en parte porque tiene una sociedad cooperativa, Juan Valdéz, con gestión independiente y laboratorios propios, la cual está detrás de todos los granos cultivados en ese país. 

Para Celia Ruiz de Oña esto es justo lo que no se ha sabido hacer aquí. “Lo que he visto al realizar este trabajo es que los caficultores chiapanecos no tienen información y eso los confunde, además de que desconfían de las organizaciones tradicionales y sus lazos organizativos son débiles. Quizá sea momento de cambiar eso”.

Según datos de la Sagarpa, México es el undécimo productor de café en el orbe y del total generado en territorio nacional, las dos quintas partes provienen de Chiapas; el segundo lugar lo ocupa Veracruz, con una aportación del 24 por ciento.

Sobre qué hacer con este potencial, la académica aboga por el diseño de políticas que favorezcan e impulsen la renovación de cafetales con base en plantas híbridas, pero sin descartar la renovación de las variedades tradicionales.

“Además, es preciso permitir que el pequeño cafetalero maneje sus propias semillas y experimentar con ellas a fin de lograr adaptaciones locales a la roya. De usarse híbridos debemos conocer bien sus características, es decir, asegurarnos de que sean resistentes al hongo Hemileia vastatrix, adecuadas a la zona, con alta calidad en taza, que preserven el ecosistema y, sobre todo, que no supongan una trampa económica para el cafeticultor. Se dice fácil, pero de lograrlo, mejoraría muy rápido el sistema productivo del café”.