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De palabras rotas

Soñé con Paco toda la noche. Cosas difusas, difíciles de recordar, pero lo veía y escuchaba de nuevo. Abrí los ojos con todo lo que me quedó pendiente por decirle atrapado en el pecho.

Me levanté de la cama, arrastré los pies a la regadera y rompí mi llanto cuando el agua caliente llenaba mi rostro. Solo ahí, como el bautizo del remedio, como si el dolor pudiera parar en el drenaje.

Llevo un año armando y desarmando lo que quedó cuando él se fue. Es cierto eso de que nadie va hacia el dolor y regresa siendo la misma persona, pero aún hoy no se quién soy. ¿No se supone que uno pasa por eso en la adolescencia? He de pasar de nuevo por la misma línea de fuego hasta descubrir qué quedó de mi y quién nació de mi llanto.

Sigues el camino de las aves heridas, te inventas verdades hechas con palabras rotas, descubres dentro de ti un cúmulo de cosas que se anclan y te hacen llevarlas a cuestas. Te duele la espalda de cargar tantos días que pierden el sentido, tantos pleitos contigo misma, tantos soles sin amanecer.

“Estoy bien,estoy bien”, el mantra hueco, la verdad de cascarón que se fragmenta para dejar salir la luz. Si tan sólo en ese instante de neblina encontrara de nuevo su voz que se escurre del recuerdo, sus ojos miel, su lengua geográfica, las promesas marchitas.

Pero no queda nada. Después de la perdida no queda nada más que el futuro vacío (esperanzador, predictivo). Es un abismo sin huella, estático, sin aire.

Después de la pérdida solo quedas tú. De pie, con dolor en las rodillas, buscando una esquina en las inmensas líneas rectas del horizonte para hacerte ovillo, para acunarte entre tus propios brazos y llorar lo no aprendido, lo que a fuerza de agua puede volver a nacer.

 

*Las opiniones expresadas en este  contenido son de exclusiva responsabilidad del autor y pueden no coincidir  con las de UNAM Global.