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Crisis migratoria, a fuego lento

La nueva Caravana Migrante surge en la coyuntura de las elecciones intermedias de Estados Unidos, la primera prueba electoral del proyecto de Donald Trump, y la llegada a la Presidencia de México de Andrés Manuel López Obrador y su “Cuarta Transformación de la República”. Los riesgos sociales y políticos son enormes. Las posibles ganancias también.

5 siglos en 5 párrafos

América Central es una de las regiones más marginadas del mundo. Por decisión de los imperios europeos, hace cinco siglos fue considerada como parte de la Nueva España. A inicios del siglo XIX se independizaron de México y demasiado pronto comenzaron a girar en torno a la influencia estadounidense.

He may be a son of a bitch, but he’s our son of a bitch”, la célebre cita del presidente Franklin D. Roosevelt sobre Anastasio Somoza, el dictador nicaragüense en los años 30 del siglo pasado, ilustra la visión dominante que desde Estados Unidos se tiene de casi toda la región.

“Repúblicas bananeras” —conocidas así por la enorme influencia en la economía y política local de empresas como Chiquita Brands International (United Fruit Company)—  Honduras, Nicaragua y El Salvador han vivido como pocos países del mundo la influencia de la política exterior del Big Stick, como la definiera justamente pensando en la región, el otro presidente Roosevelt (Theodore).

Escenario de algunas de las últimas batallas de la Guerra Fría, Nicaragua y El Salvador vivieron sangrientas revoluciones en los 70 y 80. Alentadas desde La Habana por el Ministerio de las Américas cubano, tanto los movimientos insurgentes enfrentaron la brutal represión de militares y derecha extrema patrocinada por Estados Unidos, aunque —como ejemplifica el caso nicaragüense— fue la corrupción el mejor recurso para detener el cambio social en la región.

Amén de la profunda transculturización de una parte del mundo en la que parece normal registrar a un bebé con el nombre de “Usnavy”, al menos para las últimas generaciones, la descomposición social provocada por el crimen organizado internacional ha sido la mayor influencia externa en la región. Nacidas en los barrios más pobres de Los Ángeles, pandillas como la Mara Salvatrucha (M-13), juegan un rol importante en la estructura social y de poder, e incluso controlan ya buena parte del territorio hondureño y salvadoreño, cuyos índices de criminalidad son de los más altos del planeta.

Migrantes o Refugiados, that´s The Question

Al menos desde hace una década al interior de Naciones Unidas se ha considerado que al éxodo forzado de cientos de miles de personas se les debe llamar, más que “migrantes”, como “refugiados”.

En los hechos, la salida de miles de personas de países como El Salvador ha sido un fenómeno casi ininterrumpido por varias décadas —casi hay más habitantes de ese país en el sur de California, Houston y Northern Virginia que en su propio lugar de origen. Primero, llegaban a Estados Unidos como damnificados de los constantes y devastadores terremotos que sufre ese país. Después, en el marco de la guerra subterránea de la Administración Reagan contra la influencia soviética-cubana en Centroamérica, la diáspora salvadoreña contó con cierto tipo de protección legal en las leyes migratorias de Estados Unidos.

A comienzos de este siglo, en el marco de “the whole enchilada” con que los gobiernos de George W. Bush y Vicente Fox intentaron ordenar el flujo migratorio entre México y Estados Unidos, el tema de la ruta de los centroamericanos se hizo más visible. La brutal corrupción de autoridades mexicanas y la violencia extrema que sufre México tuvieron en la matanza de San Fernando, Tamaulipas, en 2010 (72 personas ejecutadas), uno de los casos más notorios pero de ninguna manera el único.

A pesar de todo, las comunidades de origen salvadoreño se han ido arraigando en diversas ciudades de Estados Unidos. Su presencia en el mercado laboral y en el ámbito escolar son indiscutibles. Y como ha ocurrido con todas las otras olas migratorias a lo largo de la historia de este país, la gran mayoría ya nacieron aquí.

Aunque en los hechos, desde mediados de la década pasada, son más los mexicanos que regresan a su país que los que cruzan hacia el norte, la retórica antiinmigrante impulsada por la derecha extrema considera como “mexicans” a cualquier persona que intenta cruzar el Río Bravo sin papeles.

Mientras la satanización de los “ilegales” se ha convertido en una de las banderas favoritas de los sectores sociales con mayor resentimiento y frustración en los países ricos, el cruce de personas en el Mediterráneo, quienes huyen de la violencia en el Medio Oriente en busca de refugio en Europa, mantenía —al menos hasta hace poco— un amplio respaldo social.

Por ello, ante las numerosas evidencias de que las causas que obligan a que miles de familias abandonen sus hogares en Centroamérica son la violencia criminal, la corrupción gubernamental y la descomposición social de su entorno, son cada día más las voces que señalan que a estas personas se les debe considerar como “refugiados”, y no solamente como migrantes.

Niños enjaulados y rechazo social

Que Donald Trump ha lucrado políticamente atizando el racismo, la frustración y el odio de los sectores más primitivos de la sociedad de Estados Unidos, no debiera sorprender a nadie. Después de todo, su propia candidatura presidencial comenzó con sus insultos contra los mexicanos, su promesa de construir un enorme muro de tres mil kilómetros y sus amenazas de hacer añicos el NAFTA, que norma la relación comercial entre los tres países de América del Norte.

Luego de que la propia industria y comunidad de negocios de Estados Unidos le forzó a negociar un acuerdo aceptable tanto para México como para Canadá, y después de sus constantes fracasos para financiar la construcción de su muro fronterizo —que ni México ni el Congreso de su país han querido pagar—, el presidente Trump ha centrado su retórica en usar todo el poder de la Casa Blanca contra quienes intentan cruzar la frontera.

El anuncio, a finales de la primavera pasada, de que la Guardia Fronteriza separaría a los niños menores de edad de sus padres si eran detenidos intentando entrar a Estados Unidos sin permiso, provocó un amplísimo rechazo social, incluso de los republicanos.

Acotado por sus constantes escándalos personales, sus vínculos oscuros con el régimen de Vladimir Putin y su empatía por dictadores de diversos lugares del mundo, el señor Trump separó a cerca de mil niños inmigrantes antes de suspender sus propias órdenes.

El nuevo tratado y negocios políticos

Luego de jugar con los límites de los tiempos legales para llevar al Congreso de Estados Unidos una propuesta de renegociación del TLCAN, los equipos negociadores de Canadá finalmente aceptaron los términos del gobierno de Trump. México había hecho lo mismo semanas antes.

Así, sin muro y con un acuerdo que mantiene la mayor parte de las reglas comerciales del viejo NAFTA, el señor Trump se acercaba a las elecciones intermedias de este martes 6 de noviembre.

El anuncio, hace algunas semanas, de que saldría de Tegucigalpa una caravana de unas 5 mil personas —buena parte de ellos mujeres y niños—, para intentar llegar a la frontera entre México y Estados Unidos y pedir asilo político a las autoridades estadounidenses, se convirtió de inmediato en una nueva crisis.

Desde su plataforma de ataque favorita —su cuenta de Twitter—, el señor Trump amenazó a México con enviar al Ejército de Estados Unidos a cerrar la frontera común, si el gobierno mexicano no lograba impedir el paso de la Caravana Migrante desde su propia frontera con Guatemala.

El aún canciller mexicano, Luis Videgaray, viajó a Nueva York para buscar la participación de la ONU en el asunto.

Las imágenes de autoridades mexicanas intentando detener el paso de los hondureños en el puente fronterizo entre Tecún-Umán, Guatemala, y Ciudad Hidalgo,  Chiapas, contrastan con una política mantenida durante décadas en las que “La Bestia” (el tren de carga que corre de Tapachula hacia el norte), servía como transporte para miles y miles de personas en la búsqueda de su “Sueño Americano”.

“México se doblega ante Trump” anotó de inmediato un sector de la prensa mexicana. Mientras en Washington los grandes medios enfatizaban el giro electoral de Trump al mismo tema: “Democrats produce mobs, Republicans produce jobs”.

En tanto, a unas semanas de jurar como nuevo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador también se sumó al tema al recordar públicamente la carta que envió recientemente a su próximo colega, planteando la conveniencia de que Estados Unidos invierta unos 30 mil millones de dólares en proyectos productivos destinados a crear trabajos y condiciones para que, ni centroamericanos ni mexicanos, se vean forzados a migrar hacia su país.