No cabe duda de que México es una potencia en el Mundial, pero en el de robots, señala Jesús Cruz Navarro, quien desde hace años trabaja en el Laboratorio de Biorrobótica de la Facultad de Ingeniería (FI) de la UNAM, cantera de donde salieron los autómatas Justina y Takeshi, quienes acaban de ganar el segundo lugar en la RoboCup 2018, celebrado en Montreal. Ambos lo hicieron en la categoría Robot de Servicio: la primera en la división de plataforma abierta (OPL) y el segundo en el ramo de plataforma standard (DSPL).
“Este resultado se debe nuestro magnífico equipo multidisciplinario encabezado por el doctor Savage Carmona, donde individuos de diferentes carreras —desde estudiantes de licenciatura hasta personas con posgrado— hemos aprendido a dejar lo mejor de nosotros. Para estar listos, en los meses previos a esta justa las jornadas empezaban muy temprano y terminaban a la medianoche: de esa magnitud ha sido el esfuerzo”.
Impedido de ir a Canadá por tener que coordinar algunos proyectos en el laboratorio, el maestro en Ciencia e Ingeniería de la Computación no ha dejado de estar en contacto con sus compañeros. “Tenemos un grupo de What’sApp. Por ahí seguí todo y por esta vía supe de estos dos segundos lugares, nuestro resultado más alto en estas justas hasta ahora. Ésa es una de las ventajas de la tecnología, la de estar en otro lado sin necesidad de moverte”.
De hecho, el universitario desarrolló el software que permite a Justina reconocer objetos y éste mismo fue adaptado para Takeshi, por lo que, días antes de la competencia, comenzó a recibir mensajes del equipo sobre cómo realizar ajustes, por lo que podría decirse que él también viajó con los robots a Montreal, pero en forma de código.
Sobre la importancia de que los robots vean de forma adecuada, el universitario señala que es indispensable, “pues algunas de las pruebas consisten en solicitarle ciertos productos y él debe traerlos, seguir a personas y moverse en entornos dinámicos sin tropezar, o distinguir un rostro. El mío es uno de los algoritmos que permiten hacer esto, los otros fueron desarrollados por mis compañeros. En la robótica todo es colectivo y por eso este triunfo es de todos”.
Siete años de trabajo que dan fruto
Con frecuencia, al hacer su trabajo, los programadores reciben en la pantalla de su ordenador la alerta “Just-In-Time debugging”, para informar que, en el software, algo debe ser depurado. El nombre de Justina es un juego de palabras a partir de este mensaje de error y un recordatorio de que, a fin de hacer un robot cada vez más apto y hábil, las cosas deben irse depurando.
“Y esto ha pasado con ella, pues desde su nacimiento en 2011 (cuando compitió por primera vez en la RoboCup) hasta la fecha, ha sido objeto de un continuo perfeccionamiento. Los algoritmos y sistemas se han optimizado, y comenzamos a usar técnicas de redes neuronales profundas. Para ésta, su cita en Canadá, modificamos el torso a fin de permitirle subir y bajar sus manipuladores, trabajamos en la base omnidireccional y añadimos nuevos motores”.
En estos siete años, la robot ha dejado un legado palpable no sólo en los universitarios formados bajo la tutela del doctor Savage, sino en el mismo Takeshi, que aunque es el miembro más joven del Laboratorio de Biorrobótica —llegó el 15 de febrero pasado— lleva en sus circuitos el ADN de Justina y se nota, ya que a sus cinco meses de edad ya es un campeón con medalla de plata.
“La diferencia entre ambos es que la primera la hemos ido construyendo nosotros y el segundo es un modelo ya hecho, el HSR de Toyota, el cual nos llegó sin software. Eso explica que cada autómata compita en categorías diferentes, pues en cuanto a hardware Takeshi es idéntico a los demás competidores y no puede ser modificado, pero sí entrenado con algoritmos propios. Ello nos ha permitido meterle muchos de los programas diseñados en principio para Justina, siempre adaptándolos. Es una forma de aprovechar toda esa experiencia acumulada”, explica Jesús Cruz.
Desde su RoboCup inaugural en 2011 (el laboratorio comenzó a contender desde 2007), Justina ha obtenido resultados notables: el año pasado fue galardonada por tener el Mejor Reconocedor de Voz y este año se le concedió una presea por el Mejor Equipo, además de que, en 2015, llegó a un quinto lugar; en 2016 pasó a la segunda etapa, y en 2017 ganó un meritorio cuarto sitio.
“Y hay razones para ser optimistas: el grupo salió del Aeropuerto de la Ciudad de México rumbo a Montreal el 13 de junio y regresará a casa el 25. En dos semanas nuestros dos robots regresan a casa con dos segundos lugares. No nos fue nada mal”.
El reto de sentirse como en casa
Justina lleva ya siete años compitiendo en la categoría Robot Doméstico, la cual consiste en realizar tareas en el hogar. Para lograrlo, la gente del Laboratorio de Biorrobótica se ha dedicado a perfeccionar algoritmos que le permiten a la autómata caminar por diferentes habitaciones sin chocar con los muebles, reconocer objetos y personas, ir a una mesa y tomar una caja de cereal o escuchar órdenes, entenderlas y ejecutarlas.
“A fin de lograrlo nuestro software debe ser dinámico y adaptarse a varios entornos, pues aunque hemos replicado todos los retos propios de la RoboCup en nuestras instalaciones del Edificio del Posgrado de Ingeniería y reproducido lo que sería un cuarto, baño, sala, comedor y cocina, en la competencia la ubicación de estos espacios siempre es distinta. La clave para sortear este inconveniente está en crear programas lo suficientemente flexibles para que el robot, aún sin estar en su casa, se sienta en casa”.
Sobre por qué Justina es un personaje femenino, Jesús Cruz detalló que es porque diversos estudios en robótica señalan que un robot inspira mayor confianza si habla con voz femenina. Y parece que esa sensación de fiabilidad no sólo la perciben los usuarios, sino los integrantes del Laboratorio de Biorrobótica, ya que al preguntarle al universitario si cree que algún día conquistarán el oro en una RoboCup, respondió: “No lo dudo; Justina ha venido haciendo las cosas cada vez mejor y seguirá así, estoy muy confiado en ello”.