Ríos de tinta y cargamentos de palabras han intentado desbrozar una de las cimas literarias de nuestra lengua: Pedro Páramo. El escritor jalisciense Juan Rulfo necesitó sólo de dos libros (la novela ya mencionada y El llano en llamas) para marcar un hito en la historia de la literatura mexicana, no sólo desde el punto de vista de la estructura del texto, su conformación, sino desde la insoslayable cualidad rulfiana de la reinvención del lenguaje.
Al respecto, el escritor Juan Villoro destacó que alrededor de la trama central de Pedro Páramo orbitan dos temas importantes en la historia del México del siglo XX. A saber: la Revolución Mexicana y la Guerra Cristera. Tópicos que representan, a decir de Villoro, “la historia de los hombres”, hechos verificables en la realidad y que no responden al singular tiempo narrativo “circular” de la novela, a los escenarios donde discurren los personajes, a la trama fantasmagórica presentada magistralmente por Rulfo.
Para el autor de El testigo, a Juan Rulfo se le ha elogiado desde diversos ángulos, por ejemplo, desde el punto de vista antropológico; o se le ensalza por su habilidad de plasmar el habla campirana en sus diálogos, de etiquetarlo como una especie de “taquígrafo del habla”, en detrimento de un Rulfo demiurgo de construcciones narrativas sólidas, de ser un “prodigio de la invención literaria”.
En un diálogo que sostuvo Villoro con el premio Nobel de Literatura Kenzaburō Ōe, el escritor japonés le confesó que vino a México a radicar por dos años, decidido a aprender español y además, porque en nuestro país vivió el mejor escritor del mundo. Esta simple anécdota ilustra la importancia de Rulfo en el panorama literario internacional.