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Un recorrido por la comida prehispánica en el CCU Tlatelolco

Para los nahuas, lo realmente valioso no era el oro -al que llamaban teocuitlatl o excremento de los dioses-, sino lo comestible, pues para ellos todo lo bueno merecía el apelativo de cualli, es decir, “lo que da alimento al hombre y, como éste, es capaz de reproducirse y prosperar, frutecer y ser eterno y nuevo a cada primavera”, decía Salvador Novo en su libro Gastronomía mexicana.

En estos días en que predominan la fast food, cenas de microondas, los edulcorantes y las sopas instantáneas, el Centro Cultural Universitario Tlatelolco (CCUT) invita a su público a tomar un respiro ante esta cotidianidad vivida a prisas, mirar hacia atrás y a contactar con la sabiduría indígena a través del taller Comida Prehispánica, que se impartirá todos los sábados de febrero, a las 12 del día.

“Hablaremos de la dieta de los primeros hombres americanos, de ahí pasaremos a los olmecas y después analizaremos la importancia del maíz, un cereal que además de tener deidades y fiestas propias, supo insertarse en toda una cosmovisión, entre otros muchos aspectos”, explicó Jimena Jaso Guzmán, jefa de Mediación Educativa.

Analizar la importancia de la comida para nuestros antepasados no es ocioso, pues nos permite entender mejor a una cultura para la cual la redondez de una tortilla podía equivaler a la carátula del reloj y fragmentarse en cuartos para avanzar las veinticuatro horas nuestras del día de un mexícatl, apuntaba Salvador Novo en su texto de 1967.

Jaso, quien parece suscribir la tesis del poeta, señaló que es relevante transmitir estos conocimientos a fin de asegurar su supervivencia. “Para ello daremos un paseo tanto por el Museo de Tlatelolco como por la Colección Stavenhagen, donde visitaremos una reconstrucción del mercado y otra de las chinampas, así como varias imágenes de cómo era el Valle de México en ese entonces”.

Así, este proyecto es una invitación a imaginar milpas, alimentos y fogones que existieron siglos atrás, y aunque hoy se dice fácil, conjuntar toda esta información no lo fue, pues nos implicó sumergirnos en anotaciones desperdigada en textos como la Historia general de las cosas de Nueva España, de fray Bernardino de Sahagún, los apuntes de Bernal Díaz de Castillo o las crónicas de Hernán Cortés. Tomamos cosas de aquí y de allá a fin de armar este rompecabezas (y falta por hacer más), dijo y agregó:

“Y como toda caminata abre el apetito tenemos una sorpresa, al final dejaremos que los participantes se metan literalmente a la cocina y les enseñaremos a preparar una de las golosinas más típicas de México: una alegría”.

Y al final, el postre

“La gente no prepara alegrías en sus casas porque no sabe lo sencillo que es, pero aquí les mostraremos cómo a fin de que lleven a la práctica algunas de las cosas vistas a lo largo del paseo y que tomen conciencia de la importancia que tenía en el mundo prehispánico el hoy tan olvidado amaranto”, indicó Jaso.

Antes de la llegada de los españoles el huauhtli o tezcahuauhtli (como se le decía al amaranto en náhuatl) se sembraba en las mismas cantidades que el maíz, pero como solía amasarse con miel y sangre para crear figurillas (o tzoallis) de Tláloc o Huitzilopochtli, los españoles prohibieron su cultivo por considerarla una planta profana.

“Dicho estigma tuvo una carga aún notoria en nuestra forma de alimentarnos, de ahí que con esta actividad busquemos reivindicar a un vegetal tan afectado por prejuicios añejos”, acotó.

Como cierre de actividades, los participantes no sólo aprenderán a preparar palanquetas de amaranto, sino que conocerán su historia y se remontarán a mediados del siglo XVI, cuando fray Martín de Valencia inventó un dulce al mezclar esta semilla reventada con miel de abeja, cuyo sabor entusiasmó tanto a los primeros comensales (indígenas en su mayoría), que estos comenzaron a danzar y saltar, de ahí que la llamaran alegría.

El taller será impartido por una experta en gastronomía; quien desee inscribirse debe enviar un correo a vinculación.ccut@gmail.com, lo cual es importante, pues aunque es una actividad gratuita, sólo se aceptarán 40 personas por sesión. “Los invitamos a pasar un sábado con nosotros; de seguro quedarán con un buen sabor de boca”, concluyó Jimena Jaso.