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Tres desplazamientos virtuales por el Jardín Desierto de Juan Landaeta

El jardín es palabra, el desierto escritura. En cada grano de arena nos sorprende un signo.

Edmond Jabès

Primer desplazamiento: Del gesto de escribir

Considero la muestra de arte como un libro abierto. Su montaje insinúa al espectador un amplio índice de paseos sensoriales y espirituales, diversos capítulos de lectura, íntimos o compartidos. Deja al mismo tiempo espacios libres, páginas en blanco para la distracción, el discurso, el diálogo interior y la interpretación del impacto que provoca la obra de arte en cada mundo. Las nuevas tecnologías permiten incluso llevar la muestra a casa, hacer tu propio montaje e itinerario de visita. En panorama o individualmente, puedes deslizarte de una imagen a la otra y utilizar el zoom. A través de videos, puedes incluso asistir al nacimiento de un dibujo, estudiar los movimientos y gestos del artista. La paradoja de este desarrollo tecnológico es que nos obliga a posponer el deleite del aura de la obra. Bajo estas condiciones, ensayo aquí tres desplazamientos o visitas virtuales por el Jardín Desierto, la serie gráfica de Juan Landaeta (1988), poeta, compositor musical y artista plástico venezolano radicado en Nueva York.

Luego de divagar por sus trazos, líneas y signos, por su frugalidad y furor, luego de alternar con el vacío y la plenitud de su ritmo sinuoso, en el que prevalece el blanco y negro, me he desplazado por palabras, comas y preposiciones pretendiendo interceptar la línea de movimiento e indagar en la esencia de su trabajo de papel y tinta, que no es ni forma ni usanza sino un gesto. ¿Pero cómo delatar un gesto primario? El placer del gesto amanuense al final de la mano del artista, de sus ojos, de su cuerpo, el gesto espontáneo que da origen al trazo que traslada / contiene / sostiene la escritura. El gesto de escribir que respeta los afectos, los humores, los instintos. Ese punto inicial en el arte no es el objeto sino el sujeto del deseo. Da origen al trazo. Maleable y ligero, continuo o interrumpido, refiere a la fuerza interior, a la dirección, a un movimiento que hace visible lo invisible, en analogía con la definición del arte según Paul Klee. El gesto escribano es un sigilo instaurado en una sustancia (carbón, tinta, óleo etc.), no tanto en el acto de extenderla, deslizarla, rayar o dibujar sino más bien en el acto de dejarla ir, reposar, acomodarse a un espacio y tiempo delimitado para fundar su esencia: susurrar[nos] la complejidad de la vida, del Ser en el mundo. Jardín Desierto de Juan Landaeta nace de ese gesto o necesidad primaria e intrínseca del Ser humano que habita en ausencias y presencias. El artista da oídos a esa “cifra indeterminada” tan atendida por Hugo von Hofmannsthal en sus escritos sobre arte y literatura o a ese “sonido interior” de las cosas, minuciosamente analizado por Kandinsky en su libro De lo espiritual en el arte (1911), un libro clave para aproximarse al misterio del arte [moderno].

Segundo desplazamiento: Del gesto meditativo

Lo espontáneo del hombre es su cultura. De acuerdo con la tradición taoísta, mientras que el artista compone expresa una visión sutil del mundo y con ello su moralidad artística. El artista emplaza la historia que trae consigo, su cultura, aquello en lo que insiste o rechaza su cuerpo –repite, tacha, deja en blanco pasajes, anhelos no expresados pero deseados–, abriéndose a la inteligencia cósmica. Lo hace sin intención, sin miedo a afrontar lo austero. El camino es arduo y simple. Un ejercicio de meditación. Se trata de un trabajo ontológico de descubridor que dura la vida entera. Exige un alto conocimiento de los medios de expresión artística así como la confrontación consigo mismo, afín de establecer una relación de confianza, liberadora. Al contrario de la idea de meta y prontitud que reina en el mundo occidental [artístico], la tradición oriental apuesta a labrar minuciosamente el camino, a través del ejercicio o trabajo sostenido, concentrado y sincronizado con la esencia. Nada hay en el mundo más espontáneo y sabio que dejar hablar al silencio. El pintor y teorético alemán Adolf Hölzel lo resume en su reflexión sobre la  dimensión espiritual y corporal del ejercicio artístico.

Mientras la pluma se desliza compone, y tú lees sus palabras y ellas te encaminan hacia otros signos. Y la pluma sigue deslizándose, no como tú quieres, sino como ella quiere. (Hölzel, pág. 97)

El tratamiento consciente y perceptivo de los medios de expresión, línea, forma y color, es decisivo para suscitar el despliegue de la fuerza elemental, según Hölzel, o, en palabras de su amigo Kandinsky, del “sonido interior” de las cosas. Mediante sus “ejercicios diarios de mil y un trazo”, realizados en el umbral entre el sueño y la vigilia, cuasi involuntariamente, Hölzel recrea formas y composiciones autónomas, medita escribiendo y simultáneamente va configurando.

Pues, así como las palabras brotan de la pluma al escribir […] asimismo sucede al dibujar con aquellos ritmos compuestos de líneas y formas diferentes. (Hölzel, Adolf Hölzel-Stiftung)

También Vincent van Gogh, contemporáneo de Hölzel, toca este aspecto meditativo del proceso creativo. En la carta núm. 507 a su hermano Theo en 1888, van Gogh subraya la excitación y franqueza que mueve la mano que “a veces es tan fuerte”, dice él, “que uno trabaja sin darse cuenta y los trazos se suceden tan rápido como las palabras en una conversación o carta.” En ambos artistas es evidente la influencia oriental [especialmente del arte japonés], tanto en el ejercicio artístico como en el gesto reflexivo.

Juan Landaeta se deja llevar al estilo de los calígrafos orientales: Pasa de la palabra al dibujo y viceversa, de modo natural. Afirma no tener una idea preconcebida. Funge de “intermediario” entre los medios de expresión –línea, color y forma–, y su esencia. Indaga, distingue, reconoce y continúa su curso por el camino del silencio y la paciencia, así lo expone el mismo artista en una entrevista con el historiador Carlos Alfredo Marín.

Fue un proceso orgánico que se remonta quizás al 2010. Todo empezó para mí como una extensión de mis textos. Yo escribía y dibujaba, escribía y dibujaba. […] Y así fueron sucediéndose las láminas, unos 500 dibujos, aproximadamente. Conforme trabajaba, experimenté la maleabilidad de los recursos. En esta primera muestra exploré la paciencia del trazo. (Entrevista, 20/10/2017)

La obra de Landaeta adquiere así el predicado de obra abierta e inacabada. Jardín Desierto sugiere caminos y desvíos, interrupciones, abismos y epifanías. De allí que provoca un trabajo de lenguaje. Exhorta a que se atraviese. Lo que es sin duda un acto más subversivo que pretender delatar el gesto de origen. Significa transitar por meandros intuitivos, desarrollar una filosofía cíclica, saltarse una o más gráficas, cambiar de plan espontáneamente, probar nuevas cifras y [des]conexiones. De modo personalísimo, advierto en Jardín Desierto una maleta colmada de exilios, regresando siempre al misterio de los signos, a lo indeterminado y complejo que significa [co]existir en el mundo.

Tercer desplazamiento: Jardín Desierto, en el contexto actual

Después de Auschwitz. Y en pleno siglo XXI, en medio de tantas guerras e injusticias, la poesía y el arte han de seguir cuestionando, indagando, delimitando, iluminando, dando voz y cuerpo a los laberintos de la existencia. Sin perder de vista sus banalidades. Sin caer en flirteo con el poder y la imitación. Los artistas están llamados a ejercer su responsabilidad civil, a atreverse a practicarla, si es posible y de acuerdo a su temperamento, muy tenazmente. A no sucumbir a la comodidad conformista o a la pereza investigativa. Resalto esto último. El vértigo y la incertidumbre que caracterizan nuestro siglo demandan de sobremanera tomar posición ante discursos y sucesos trágicos o excesivamente denigrantes e indolentes. En este contexto, el arte moderno se ha manifestado paradigmáticamente a través de la historia. Tras la Segunda Guerra Mundial, los distintos movimientos europeos no figurativos se agruparon en dos tendencias. Por un lado surge la abstracción fría o geométrica y por el otro la abstracción cálida. Bajo esta última, de carácter ambiguo, se reúnen diferentes corrientes, entre las que destacan la abstracción psíquica no-figurativa o abstracción lírica, definida por George Mathieu en 1947 como la encarnación de signos cósmicos en un estado de éxtasis, durante la realización de una obra de arte a gran velocidad. Mathieu, el “calígrafo occidental” según André Malraux, cree en “la pura manifestación del ser” como el resultado de un ejercicio rápido, improvisado, concentrado. Unos años más tarde, George Michaux experimenta dibujar bajo el efecto de la mezcalina. Otra corriente es el arte informal, concepto acuñado por crítico de arte Michel Tapié en 1951 para designar una técnica que prioriza el tratamiento gestual y abstracto del material a la forma y la composición. Prosiguió el tachismo término utilizado por Charles Etienne en 1954 para suprimir la imitación y la geometría del lenguaje pictórico y celebrar el color de la materia. Por lo demás, Tapié bautiza el llamado Otro Arte (Art Autre) en 1952, tomando como base la idea de una caligrafía transcendental. Así, Pierre Soulages experimenta mediante signos en negro la dinamización del vacío blanco del papel o lienzo. Ensaya atrapar el tiempo, disolverlo.

De vuelta al Jardín Desierto de Juan Landaeta. Si bien su muestra / libro de arte toma nota del lenguaje abstracto cálido, pasando por todas sus variaciones, aquí vibra nuestro tiempo actual con toda su intensidad. Aquí hay algo que nos absorbe y es absorbido simultáneamente por una tracción sumamente dramática. En Jardín Desierto los trazos son excéntricos y nos desplazamos en dirección vertical. Hay una clara renuncia a lo recto que es la región lírica según Kandinsky, donde no hay choques o tensiones provocadas por fuerzas externas. El trazo espontáneo e intuitivo de Landaeta pasea el ojo por un matorral o acaso una escritura primitiva, una serie de signos, cifras, danzas, sabores o sonidos originarios. O tal vez son sólo fragmentos, restos, escombros. De lo que no cabe duda es que expresa el drama del hombre moderno, un “Entonces” / “Sí” / “Only” / “Está” / “Dicho” / “Ahora”. Estos títulos de Jardín Desierto registran no sólo el paso de nuestro tiempo. Landaeta capta también su transformación mediática, la celeridad contemporánea y el diálogo monosilábico de las redes sociales, y por qué no decirlo, del diálogo político actual. Digamos que el artista utiliza la línea como elemento visible de disociación y al propio tiempo sensible, sobre el cual se arman y desarman [posibles] reconciliaciones. Su trazo va del vacío a la plenitud y viceversa. Nada es definitivo. Jardín Desierto es una lluvia persistente. De asombros. De dramas. Sea Edmond Jabès, mi fiel interlocutor, quien lo defina: “El jardín es palabra, el desierto escritura. En cada grano de arena nos sorprende un signo”.