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“Soy infinitamente más niño ahora que cuando era niño”

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Los Ángeles, California. – Guillermo del Toro es un monstruo, pero no de aquellos de nuestras pesadillas, sino un ser extraordinario que usó la fantasía y el cine para recobrar la juventud. Es un monstruo del que es fácil enamorarse, como le sucedió a Eliza Esposito con el anfibio humanoide en La forma del agua.

Cuando el cineasta jalisciense era niño, dice que se sentía como un anciano de 70; muy aislado. Ahora, al ver fotos de su infancia mira en sus ojos una enorme tristeza.

“Era súper callado y luego me hice muy parlanchín, pero era muy callado al principio y delgadito, delgadito, delgadito. Me abrochaba hasta el último botón de la camisa y observaba todo. Era muy solitario, jugaba con los insectos, soñaba con historias rarísimas, podía estar solo con juguetes o con libros días enteros”, recuerda el ahora doctor honoris causa por la UNAM.

Para él, la desaparición de la juventud como aliento es peligrosísima, por lo que encontró la forma de rejuvenecer, y ahora es un adulto de 58 años al que por los ojos le destellan chispas; que con su nuevo niño interior disfruta de hablar largo y tendido; que mantiene el récord de cinco horas de firmas de autógrafos con sus fans; que tiene un alma que se percibe transparente, y que es una mente inquieta que siempre busca y encuentra monstruos.

“Es curioso que el cine tenga una función social, debo hablarles “Soy infinitamente más niño ahora que cuando era niño” a cientos de personas, es un acto de comunicación, y creo que el cine me permitió articular quién era yo, como le pasa a un pintor, como le pasa a un poeta, como le pasa a un a un arquitecto”.

—Dices que cuando eras un pequeño te veías como alguien de 70. ¿Rejuveneciste? —le pregunté en la sede de la UNAM en Los Ángeles.

—Sí, ahora me veo como de siete; es decir, soy infinitamente más niño ahorita que cuando era niño.

—¿Fue el cine lo que te liberó?

—La vida y el cine, que son como existencias paralelas para quien lo ama; o sea, la cantidad de veces que he recuperado el aliento por ver una película son muchísimas. Cuando la vida va profundamente mal, a veces el cine te da oxígeno, porque te resuelve un problema en una hora y media o dos.

—¿Cómo te ves a los 60?

—La vejez es tan profunda como la infancia. Para mí a los 58 me siento muy girito; entonces es un error de perspectiva que ya corregirá el tiempo.

Y es verdad, ese hombre a punto de ser un adulto mayor proyecta la vibra de un niño curioso, con sonrisa contagiosa y que gusta jugar aunque sea en momentos solemnes.

El día que realizamos esta entrevista para UNAM Global TV, El Gordo Del Toro llegó manejando un Chrysler 300 negro, que en la cajuela trae pegada una estampa con la imagen de una calavera. Venía acompañado de Kim Morgan, guionista, escritora, periodista y ahora esposa del afamado cineasta.

Este mexicano nacido en Guadalajara en 1964 condujo hasta la sede de la UNAM, porque esta vez otro tipo de academia (no la de cine) lo reconocería. A propuesta del rector Enrique Graue se presentó la candidatura de Del Toro, y por unanimidad el Consejo Universitario decidió otorgarle el grado de doctor honoris causa.

Rosa Beltrán Álvarez, coordinadora de Difusión Cultural, fue la encargada de colocar la toga y el birrete con flequillos dorados, mientras Del Toro los recibía con una sonrisa de niño que iluminaba su rostro. Después sabríamos el porqué de la risilla traviesa.

Al terminar la ceremonia, cuando las cámaras de la transmisión hacia el Palacio de Minería se apagaron, en la sala comenzó a escucharse: “¡Goya, goya, cachún cachún ra ra, cachún cachún ra ra, goooya, Universidad!”. El cineasta intentó seguir la porra y levantaba su puño con orgullo.

—¿Este fue tu primer goya?

—Sí, es el primer goya que hago en mi vida, y los he oído, pero es la primera vez que me aviento uno —contestó entre carcajadas.

Y entonces llegó la confesión de por qué la sonrisa mientras lo investían: “Nunca me había puesto capita ni gorro, y la verdad es que mi temor era que no me quedaran, pero me ajustaron bien, por eso no desayuné ahora. Dije: ‘Para que cierre la capa’”.

De muy buen humor, el cineasta bromeaba con su esposa, quien lo miraba desde una silla entre el escaso público en la sede.

—Ya no vas a poder mandarme a tirar la basura —advertía, como un estudiante a quien acaban de premiar por hacer bien la tarea.

—Soy un horroris causa —sentenció a la par que con sus palabras invocó a que todos sus monstruos llegaran a acompañarlo. Los presentes asentimos con la cabeza y reímos imaginando a nuestro personaje favorito.

En su mano traía puesto el anillo de la Universidad de Miskatonic, una institución educativa ficticia ideada por el escritor estadunidense Howard Phillips Lovecraft, cuyo lema es: “Ex Ignorantia Ad Sapientiam; Ex Luce Ad Tenebras” (“De la ignorancia a la sabiduría; de la luz a la oscuridad”).

“Me puse el anillo cuando En las montañas de la locura no salió, lo hice en la Universidad de Miskatonic, y dije: ‘me lo quito cuando haga la película o no me lo quito’”, recordó.

Del Toro por ahora no ve cuándo podrá cumplir el sueño de filmar esa película, pero le gusta llevar el anillo de la universidad imaginaria. Para él la academia formal es parte de la instrucción necesaria, pero confiesa que en su vida sus amigos lo han enriquecido mucho más.

“Puedo decir que durante un tiempo sustancial mi academia fueron Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón, Alberto Navarro, Guillermo Navarro… O, sea la gente más cercana es la que te influye más”.

El director del El laberinto del fauno solamente filmó su ópera prima en México; el resto de la filmografía que le ha valido ser un hombre al que respaldan un Premio Goya, varios Arieles, un Globo de Oro y dos Oscares por La forma del agua, tuvo que realizarse fuera del país a causa de la violencia.

Tras el secuestro de su padre, el empresario automotriz Federico del Toro, en 1998, Guillermo tuvo que migrar de México, por lo que su carrera se desarrolló en España, Canadá y Estados Unidos.

Ahora está disponible en Netflix la serie Gabinete de curiosidades, y en los cines del país está por estrenarse su versión del clásico literario Pinocho. Ese es uno de los cuentos que lo marcó en su infancia, pero para él no es una historia sobre la obediencia, sino acerca de la desobediencia.

“Justamente la imaginación es desobediencia, porque desobedece a la realidad, aquella a la que la gente le concede tantísima importancia. Por ejemplo, para mí la política o la economía o la geografía son profundas idioteces en las que hemos estado de acuerdo de manera muy tenue para poder vivir juntos. En cambio, la imaginación es indómita y desobediente, simplemente el acto de crear una filmografía en lo fantástico, viniendo de una provincia mexicana, Guadalajara, es un acto de desobediencia.”

Y en ese sentido, el mensaje del cineasta es claro: “No voy a ser quien me dicen que puedo ser, sino lo que yo creo que puedo ser”.

Pinocho, para Del Toro, es al mismo tiempo una película profundamente en contacto con la pérdida, y es un abrazo muy grande que le manda al mundo.

La cinta lo une con su madre, la actriz Guadalupe Gómez, quien falleció un día antes del estreno mundial. El tapatío invirtió una década de su vida en crear su propio Pinocho, y es que cuando Del Toro era aquel niño triste y vio el cuento le enfureció que la gente le exigiera obediencia al niño de madera, así que quería hacer una película sobre la desobediencia como virtud y decir que no debes cambiar para ser amado.

—Una parte que marca a Pinocho son las verdades y las mentiras. Profesionalmente, ¿nos podrías contar alguna verdad y una mentira que te hayan marcado como creador?

—La única verdad es ser fiel a las ideas y no a las ideologías; es decir, las ideas, aun cuando estén equivocadas, vienen de tu propia experiencia y de la tesitura de tu alma. La ideología es algo que se te da ya hecho, esto es así, lo tienes que obedecer, y eso mayormente creo que es una mentira disfrazada de verdad, pero la verdad es la idea. Hay más verdad en la desobediencia que en la obediencia; y luego la siguiente mentira es el fracaso y el éxito. Esas son dos mentiras enormes porque se clasifican de una manera vertical, ascendente o descendente, cuando en realidad la vida es como viene, no le no puedes cambiar la orden. Óigame: ¿le quita el jitomate a esta torta? ¿Me quita los dolores a esta vida? No, así viene. La obsesión con el éxito como algo que te va a sanar o a integrar no es verdad, y el fracaso como algo que te va a reventar tampoco es verdad. A veces te integra más el fracaso que el éxito.

El tiempo de la entrevista terminó y el nuevo doctor horroris causa salió de la sede de la UNAM tomado de la mano de su esposa, abrigado por el reconocimiento universitario de ser un hombre genial, pero que camina con los pies puestos en la realidad, mientras que su mente pasea por lugares extraordinarios a los que seguramente en algún momento nos llevará.