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Rius, donde la crítica social y la caricatura se encontraron

Como si fuera un personaje de historieta, Eduardo del Río escogió el alias de Rius para encubrir su identidad y publicar desde el anonimato sus dibujos de trazo ligero y crítica social pesada; esa doble identidad le funcionó más o menos bien hasta que en 1959 recibió el Premio Nacional de Periodismo y su familia lo reconoció cuando la televisión proyectó la ceremonia de entrega. “¿Entonces tú eres ese monero tan ateo y rojillo?”, le preguntaron sus padres, quienes alguna vez lo inscribieron en el seminario y soñaban con verlo ordenado obispo.

Éste fue apenas uno de los capítulos que el caricaturista compartió en las dos entrevistas inéditas que integran el documental Rius para principiantes, que se actualmente transmite en TV UNAM en homenaje a este hombre recién fallecido, quien con sus libros marcó no sólo a generaciones, sino carreras, a veces para decepción propia, como admitió en un fragmento de esta emisión: “Muchos de mis lectores del 68 hoy son funcionarios públicos y trabajan en el PRI; otros pertenecen a las izquierdas y me señalan por criticar a Cuba, como si yo tuviera la culpa de que se hubieran hecho socialistas”.

Pese a todo —y a decir verdad—, Rius fue un pedagogo involuntario, pues para miles su obra ha sido la puerta de entrada a temas tan disímiles como el marxismo, el vegetarianismo, la herbolaria, el jazz o la filosofía, algo que el artista negaba aceptaba un tanto reticente, aunque si se le insistía un poco zanjaba el asunto con un lacónico: “Nada mal para alguien que sólo estudió hasta quinto de primaria”.

Quizá esta falta de academismo al tratar temas complejos hizo que sus historietas llegaran a ser verdaderos éxitos de ventas, al grado de obligar a sacar tirajes de 250 mil ejemplares a la semana de Los Supermachos para abastecer a los voceadores (algo inédito en los años 60); no obstante, hoy el autor es más recordado por sus libros de bolsillo, donde abordaba asuntos políticos y coyunturales, pero no con sesudos análisis, sino con caricaturas y globos de diálogo.

Su popularidad por esta forma tan poco ortodoxa de criticar aquello que le duele al mundo llegó a lugares tan remotos que Ernesto Che Guevara se declaró admirador de la obra del mexicano, lo mismo que el músico británico Joe Strummer, líder del grupo de punk The Clash, quien confesó que su primer acercamiento a Marx fue a través de Rius “y de hecho tuve que consultar como 10 veces El Capital para entender al historietista cuando hablaba de materialismo dialéctico”.

 

Contradictorio y honesto

Se dice que la suerte —o el destino para quien quiera llamarlo así— fue a tocar a la puerta de Eduardo del Río cuando éste trabajaba en la agencia funeraria Gayosso y garabateaba unos monos —“mataba el tiempo para estar ad hoc con el lugar”, bromeaba— y de improviso llegó Francisco Patiño, director de la revista Ja-Já, a la recepción de la sala de sepelios, con la urgencia de hacer una llamada telefónica.

Tras colgar el auricular, el empresario volteó a ver los dibujos del joven, le entregó su tarjeta de presentación y le propuso: “Si alguna vez quieres publicar eso que haces, aquí tienes mi número”. Corrían los años 50 y los cambios tan abruptos al elegir oficio no eran algo usual; sin embargo, a los pocos días Rius había dejado las pompas fúnebres para darle vida a su carrera de caricaturista.

“Quise criticar lo mal hecho y provocar cambios en las cúpulas del poder con mis caricaturas, pero muy pronto me decepcioné al ver que no pasaba nada, como nos demuestra el hecho de que cada vez hay más corrupción y los mandatarios son tan cínicos que incluso un presidente nos dijo con toda desfachatez que ni nos ve ni nos oye”, declaró alguna vez en entrevista.

Constatar el poco efecto de sus dibujos en la ética gubernamental hizo que Rius se replanteara el camino y optó por usar a sus monos no para hablarle a las élites, sino al ciudadano de pie, y crear obras destinadas a informar y politizar a sus lectores, a veces rayando en el contrasentido, aunque desde un muy profundo convencimiento.

Sobre aquellos días en que trabajó con él en la ya mítica Editorial Posada, el periodista y divulgador de la ciencia Mauricio-José Schwarz recordó que con frecuencia el artista pedía de contrabando tortas rebosantes de carne, algo que contradecía aquello que pregonaba con vehemencia desde sus libros vegetarianos.

Al ser cuestionado sobre sus “incoherencias”, más que negarlas el caricaturista siempre se mostró abierto a rectificar, como hizo con Cuba, lo cual se aprecia en las viñetas apologéticas del joven Del Río una vez que son contrastadas con las del hombre maduro que, décadas después, había atestiguado los vicios del régimen castrista.

“No podemos quedarnos con la misma opinión y hay cosas que creía antes que ya no suscribo; por ejemplo, en su momento hice muchos cartones en favor de las guerrillas y la violencia como una vía para cambiar la sociedad. Hoy ya no los haría”.

A manera de despedida y para ahondar en las contradicciones del dibujante, Schwarz escribió en sus redes: “Rius supo reconocer cuando se equivocaba y asumir una posición firme, aunque lo miraran mal los archimandritas del pensamiento oficial. Si no pudo abandonar muchos de sus sesgos pseudocientíficos, por desgracia, al menos fue ideológicamente más honesto que la mayoría”.

 

Un maestro informal

Para el literato Juan Villoro no hay duda de que “la capacidad de entender la historia de México desde un ángulo risible convirtió a Rius en un maestro informal de mi generación. Él ha demostrado que el humor es una forma de la inteligencia y de la solidaridad: no nos reímos de sus criaturas, sino con ellas”.

Y sin embargo, esas criaturas mencionadas por Villoro no son seres de creación espontánea, pues como el mismo Eduardo del Río admitía, “yo también tuve mis maestros y uno de ellos fue Abel Quezada, quien me enseñó que un mal dibujante como yo tenía una oportunidad en este oficio, y quien al dejar de trabajar en el diario Ovaciones me recomendó para ocupar el lugar que dejaba vacante”.

Además, como sus otras grandes influencias siempre citó a Saul Steinberg, quien le mostró que otro tipo de humor —uno crítico y divertido a la vez— era posible, y Walt Kelly, creador de Pogo, una zarigüella con la cual el estadounidense exploraba con formatos alejados de la historieta y muy cercanos a la estructura de un libro.

En uno de sus tantos homenajes recibidos en vida, el monero tapatío Jis (José Ignacio Solórzano) aseguraba: “El maestro Rius es el padre de todos nosotros; yo le hice caso y me hice caricaturista”. Con estas palabras el autodenominado chorero intentaba visibilizar la influencia de este hombre, quien con unos cuantos trazos supo crear un pequeño pueblo, el de San Garabato de las Tunas, donde cabían todas las realidades de México.

Eduardo del Río bien sabía que en cada presentación, evento o firma de libros al que asistiera siempre iba a aparecer algún caricaturista diciéndole “usted fue mi inspiración” y por ello ya tenía una réplica preparada y lista bajo la manga, como constató Bef (Bernardo Fernández), quien al confesarle a Rius “yo me dedico a esto por ti”, recibió por respuesta el consabido: “¿Y yo qué culpa tengo, mano?”.

Sin embargo, con estas palabras Eduardo del Río no buscaba eludir su “paternidad monera” —como la llama Jis—, sino dar su lugar a las nuevas generaciones, las cuales, sostenía, más que sus herederas en línea directa estaban ya en otra cosa. De hecho, para aclarar el asunto también tenía ensayada otra frase, la cual usualmente remataba con una risa: “¡Cómo que el papá! Yo soy el abuelo”.

 

 
Y,
De los maestros jornaleros…