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Orgasmos lésbicos: las no-mujeres materializando lo inefable

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Nota original de la Coordinación para la Igualdad de Género UNAM
https://coordinaciongenero.unam.mx/2021/08/orgasmos-lesbicos/[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Quisiera empezar un soliloquio sobre los orgasmos femeninos como un gran cuadro a pintarse donde existen muchas vulvas juntas. Muchas vulvas tocándose. Y no es que esto vaya a ser sobre orgías de mujeres: esto será sobre el placer del sexo sáfico.

Que decida “pintar” sobre esto es una decisión política porque, en la mayoría de lo que se comparte sobre orgasmo femenino, como en notas interesantes con títulos como “¿Cuál es la función del orgasmo femenino?” escrita por un hombre; o “Lo que las lesbianas te pueden enseñar sobre el orgasmo femenino” escrita por otro hombre, prioritariamente se habla sobre los diferentes tipos de orgasmos que tenemos: el vaginal; el clitoriano; el anal; los producidos por otras partes del cuerpo que a unas pueden erotizar con ciertos contactos; los que se producen sin tener sexo, y los producidos por el ejercicio, estudiándolos como misterios científicos, explicándonos a nosotras y al mundo este incomprensible fenómeno porque claro: esto de que las mujeres estamos hechas para disfrutar debe ser un mito.

Por ello, aquí partiremos de La Verdad de que: nuestras vulvas y cuerpos son erógenos; nos encanta el placer sexual y sí: las sáficas tenemos formas únicas del disfrute y gozo sexual que nada tiene que ver con la construcción androcentrista de nuestras relaciones.

A continuación, reflexiones sobre el orgasmo femenino por una lesbiana.

Es un hecho: en general, dentro de diversas narrativas y perspectivas, se menosprecia y no se da el lugar que merece a todo lo que tiene que ver con el disfrute de los cuerpos de las mujeres.
Pienso constantemente en las mujeres que nunca han llegado a tener un orgasmo porque sus parejas no las consideran como propensas a ello, o porque tampoco entienden ni conocen sobre el goce femenino. Aquí hay una responsabilidad colectiva de la que todxs formamos parte: se nos enseña y aprendemos sobre nuestra vida sexual desde la heterocisnorma, desde lo patriarcal y lo androcéntrico.

¿Es el sexo el camino al orgasmo de las mujeres? Para las sáficas, por supuesto que lo es, pero no como un camino único. No es algo precargado ni mucho menos algo que hagamos natural. Hay un camino trazado que es menester delinear para este cuadro, uno donde nos reconocemos, nos vivimos bajo paradigmas, nos (de)construimos y terminamos no siendo mujeres.

El camino por paradas (a)cronológicas

La noción de mi cuerpo

Como todas las personas con vulva a quienes nos educan como mujeres, es difícil mirar tu cuerpo como uno al que se le puede proporcionar placer sexual en solitario. Para algunas de nosotras (esto puede ser generacional y cultural) puede ni siquiera ser un tabú o mito: es algo que no existe. Y no existe porque no tenemos un pene.

La tradición oral de la masturbación delega toda esta cultura a cuerpos fálicos. Quienes no lo tienen son delegadxs a ser “musxs” de esa marturbación. Así, la noción de nuestros cuerpos es la de aquél decorativo, aquél que debe construirse a partir del deseo del otro y que encontrará un placer propio cuando sea deseado. Esto, es un pilar angular de cómo quienes se relacionan sexualmente en safismos terminan (de)construyendo un acto enseñado y entendido desde la heteronorma fálica.

La exploración

Hay algún punto en el que los safismos entendemos que sí, nos gusta nuestra amiga, o la que es destacada en una disciplina, o una actriz o música; que nos avergonzamos si les miramos largo y si nos devuelven la mirada. Quizá es cuando nos damos cuenta que sabemos que sentimos palpitante el sexo, que se nos va la sangre caliente a la cabeza, al corazón, entre los muslos.

¿Qué es ese imán que nos lleva a tocarnos el sexo y descubrir la humedad? Comenzamos a explorar nuestro cuerpo, a sentirlo. Y tiene que ser distinto quizá lo que hacemos porque en nuestro imaginario no está una persona de quien deseamos sentir el falo dentro: nosotrxs deseamos otra cosa.

Encontramos el clítoris y se nos va la vida. Quizá, y solo quizá, es la primera huella. Es esa reminiscencia que nos asaltará cada que alguien nos estimule mentalmente, sensorialmente.

El voyeurismo

El cine/el deseo de verse

Podríamos decir que no importa el orden de los factores teoría-práctica porque, en realidad, hay poca consciencia sobre el momento en que colocamos en nuestro imaginario un acto asexual como el sexo con fines reproductivos, y el momento en que nos reconocemos como personajes que efectivamente podrían ser protagonistas de tal acto. El hecho es que en nuestro presente perfecto, ese imaginario poblado por imágenes puede formarse no solo de descubrir la vida sexual de familiares en casa, sino también podría ser de mirarla en las pantallas.

Respecto al imaginario lésbico, podemos lanzar imaginarios porque hoy en día miramos pornografía lésbica androcéntrica soft en múltiples espacios. Para quienes deseamos a otras mujeres siendo mujeres nos es prácticamente imposible llegar a nuestra primer relación sexual sin (re)conocer el acto en imágenes creadas por ellos y para ellos.

Así, nos imaginamos a nosotrxs mismxs como deseables si nuestros cuerpos cumplen con las características de quienes se representan en esas imágenes; si no cumplimos con alguna o tenemos ninguna, de todas formas nos queda una remembranza y aprendizaje del cómo debemos representarnos, de cómo debemos movernos e, incluso, de cómo deben de verse quienes en un encuentro sexual estén implicadas.

Hay una contradicción interesante: conforme aprendemos que esta forma androcéntrica y heteronormada nos resta libertad, nos alinea a deseos que no son nuestros y nos cosifica, también es cierto que iniciar nuestra sexualidad desde esos paradigmas nos lleva a un goce y placer de imaginarnos con otras sáficas: nuestra “cámara” se vuelve nuestra mente, extrapolando para mirarnos a nosotras mismas mientras estamos con otras mujeres.  De hecho, en la construcción de ese imaginario, creamos una huella que nos remite a esos orgamos que no necesitan llegar al sexo, porque se comienzan a sentir desde el delirio de nuestros cuerpos con los de otrxs.

El sexo

Así, sin desearlo, quizá terminamos teniendo los primeros encuentros sexuales de nuestra vida con cánones y paradigmas androcéntricos con los que, sáficas o no, no disfrutamos mucho. Y quizá las sáficas del mundo podemos presumir de ser criaturas hedonistas que conciben el sexo como justo un acto de placer y gozo intenso, desmedido, infinito, uno donde no existe el factor de reproducción de la especie, donde solo se está por deseo, por disfrute.

De esa huella que dejamos al descubrir que nosotrxs también nos podemos masturbar y podemos tener orgasmos estimulando nuestro clítoris, viene una nueva huella: esa que sólo puede crearse cuando no eres tú quien lo toca, sino es otra quien lo hace. Esta nueva huella como hito de vida nos lleva a una odisea de la exploración de todas las formas en que podríamos llegar, y llegar, y volver a llegar.

Epílogo

En esta odisea en busca del orgasmo, las sáficas no tenemos un camino de heroínas sin obstáculos (todos colocados por nuestra sociedad patriarcal, heterocisnormada y androcéntrica). Sin embargo, muy a pesar de ellos, nuestra mejor venganza no sólo es ser sexualmente libres: las que “no somos mujeres” (citando a la excelsa Monique) no solo eyaculamos, sino que nos corremos una, y otra, y otra, y otra vez. Sin palitos.

Saludos especiales a Sigmund Freud y a su séquito freudiano, ya que este gran médico (que recordemos que murió en 1939, a años de distancia en que siquiera consideraran ciudadanas a las mujeres, ¿era demasiado pedirles que también las consideraran seres con deseo, pulsión y goce sexual, al cual no le es obligado el detonarse con un pene?) popularizó la idea de que las mujeres maduras experimentan orgasmos vaginales, mientras que las mujeres inmaduras disfrutan de la estimulación del clítoris. El señor no era misógino, por supuesto que no.

Para deconstruir nuestro imaginario sobre este tema: “Las hijas del fuego”, de Albertina Carri, una película sui generis que consigue sensorial y visualmente el gozo femenino; es ese cuadro con muchas vulvas juntas. Muchas vulvas tocándose.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]