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Los chicos banda, cortina del gobierno y los medios para distraer de las verdaderas crisis de México en los años 80

En el México de los años 80 el dólar pasó de los 22.95 pesos a los dos mil 483 pesos con 37 centavos; el gobierno en turno consideró más importante organizar mundiales de futbol que reconstruir una capital devastada por un sismo; el narco se consolidó y asesinó a agentes de la DEA a fin de mandar mensajes al más puro estilo Corleone y, sin embargo, las planas de los diarios solían recrearse con historias sobre los chavos banda (o panchitos), aquellos jóvenes marginados y marginales tildados de criminales, drogadictos, violadores y resentidos.

“Fuimos una cortina de humo para el Estado, un distractor. Se nos pintó como los responsables del terror y la inestabilidad política y social del país cuando, a decir verdad, las culpas estaban en terrenos muy distintos”, reflexiona uno de esos (hoy no tan) chavos banda que aparecen en Sin tantos Panchos, documental de la directora Verónica de la Luz, el cual recién obtuvo los premios Coyote, del Festival de Cine de Barrio, y el Ojos de Perro contra la Impunidad, otorgado por el colectivo homónimo donde participa el periodista Témoris Grecko, quien destacó la notable investigación que posibilitó el proyecto.

“El esfuerzo fue mucho. Fueron cinco años de trabajo y 36 horas de grabación destiladas en apenas 68 minutos”, explica la directora, quien con este largometraje obtuvo el título de maestra por la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas de la UNAM.

Y aunque Sin tantos Panchos bien puede considerarse una tesis fílmica, para Verónica es más bien una película independiente creada a base de esfuerzo y autogestión, receta seguida por casi todos quienes desean hacer cine en México y no pertenecen a una de esas élites que siempre terminan acaparando apoyos económicos y reflectores. 

“Hicimos todo con recursos muy limitados y de mucho de lo retratado en pantalla no pagamos derechos, de plano no nos alcanzaba. Ante esta restricción presupuestal mejor optamos por llegar a acuerdos con los directores cuya obra aparece en el filme, lo mismo hicimos con quienes nos prestaron sus archivos fotográficos e incluso logramos que una de las hijas del cantautor José Luis DF (el llamado padre del rock macizo) nos donara toda la música ahí empleada”.

Sin embargo, para Verónica lo más difícil fue rastrear a aquellos chicos banda pues hoy, a sus casi 60 años, siguen viendo con recelo a quien llega con una cámara o un micrófono. “Ya están hartos de que los reporteros se acerquen a preguntarles lo mismo, siempre con morbo y amarillismo. Mi aproximación fue distinta, les expliqué que mi investigación era académica y que buscaba entender cómo fue en realidad su vida en los 80, sin estigmas ni prejuicios. Esto fue la clave para que bajaran la guardia, confiaran en mí y me contaran su historia”.

Abriendo puertas a las siguientes generaciones

Verónica de la Luz nació y creció en el Ecatepec (o Ecatepunk, como se le dice coloquialmente) de los años 80 y, por lo mismo, no es ajena al ambiente de los chavos banda. De niña los veía pasear cerca de su casa y de su escuela, e incluso dos de sus tíos pertenecieron a algunas de esas pandillas; de ahí su inquietud por saber qué fue del colectivo.

“En aquellos tiempos se escuchaba a cada rato en los medios: los Panchitos robaron aquí, los Panchitos violaron allá, los Panchitos armaron trifulca acullá, y este discurso era tan insistente que permeó en la gente, la cual terminó por morirse de miedo, hasta que un día, de la noche a la mañana, se les dejó de mencionar. Mi pregunta era, ¿qué pasó?, ¿desaparecieron? No podía quedarme así, debía saber más”.

A fuerza de preguntar y tocar puertas, eventualmente Verónica dio con Pablo El Podrido, exintegrante de los Mierdas Punks, de Ciudad Neza; después contactó a José Luis El Hacha, uno de los fundadores de Los Panchitos (la mítica banda de la colonia 16 de septiembre que dio nombre a todo chico banda, pues sin importar su pandilla, en el imaginario colectivo cualquiera de estos chavos era un panchito), y finalmente llegó con El Toluco, quien perteneció a Los Nenes de Jalalpa cuando la Álvaro Obregón era delegación y la Ciudad de México, el DF.

Para filmar Sin tantos Panchos, Verónica de la Luz leyó libros como Las bandas en tiempos de crisis, de Francisco Gómezjara; ¿Qué transa con las bandas?, de Jorge García-Robles, o La banda, el consejo y otros panchos, de Fabrizio León, y también repasó muchas cintas mexicanas de culto, como Nadie es inocente (1987), de Sarah Minter; Sábado de mierda (1988), de Gregorio Rocha; La neta no hay futuro (1988), de Andrea Gentile, o Fonqui (1984), de Juan Guerrero, película del CCC que inauguró lo que despectivamente se bautizaría como el cine naco.

“Hay muchísimo material de la época y con lo recolectado, y con lo que me dijeron El Nene, El Hacha y El Podrido, pude reconstruir aquellos días y ver que estos jóvenes, pese a ser retratados por la prensa como delincuentes y escoria, en realidad eran muchachos inquietos que con frecuencia eran vejados por la policía tan sólo por su forma de vestir y peinarse, por ser jóvenes y por oír a todo volumen rolas de punk y rock”.

Sobre qué fue de los chicos banda, y más allá de la obviedad de explicar que crecieron y envejecieron, Verónica encontró que muchos de ellos fueron cooptados por partidos políticos como militantes, otros trabajan de burócratas, algunos siguen en la cárcel, un puñado está en el panteón y hay quienes terminaron dando clases como académicos. 

“Aunque quizá lo más interesante es observar que, a nivel generacional, pasaron la estafeta y se convirtieron en los primeros punks de la Ciudad de México, y después se transformaron en algo más, ya que las tribus urbanas siempre están cambiando, nunca dejan de evolucionar”.

A decir de Verónica, la principal enseñanza que le deja el haber filmado Sin tantos Panchos fue el constatar que los chicos banda, más que desestabilizar a la sociedad, en realidad le abrieron brecha a quienes vendrían después, pues tanto ella como los más jóvenes se han visto beneficiados por sus reclamos de espacios y por sus exigencias de mejores viviendas, trabajos y educación.

“Con otra cosa que me quedo es con la reflexión formulada por los mismos chavos banda tras ver la cinta. Prácticamente todos dijeron que fue un error darse en la madre entre sí cuando los enemigos eran el gobierno y los medios. Todos admiten que eran muy jóvenes como para sopesar las consecuencias, pero que hoy saben que la historia hubiera sido muy distinta si, en vez de pelear por un territorio, se hubieran unido para plantarle cara a las autoridades y parar tanto abuso contra ellos”.

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