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Diálogo frontal con las comunidades hispanas, labor de la UNAM San Antonio

Bajo la lógica segregacionista de la Texas de los 50, la parte sur del pueblo de San Marcos era el espacio donde la gente de México construía sus casas y criaba a sus familias y, por lo mismo, el pequeño colegio de educación elemental del lugar no tenía un nombre oficial, tan sólo era conocido como “la escuela de los mexicanos” para no confundirla con aquella en la que estudiaban los niños afroamericanos o con esa otra a la que iban los caucásicos.

“La mayoría de los pequeños que venían no hablaban inglés y, para arrebatarles su identidad, se les reprendía con manotazos si eran escuchados comunicándose en español. Por eso, cuando en 2010 vimos la posibilidad de rentar este edificio decidimos cambiarle su vocación y transformarlo en un espacio donde los latinos pudieran acercarse a su herencia. Lo bautizamos como Centro Cultural Hispano y eso lo dice todo”, señala Gloria Salazar, una de las directoras de este recinto con domicilio en la calle Lee número 211.

En lo que antes eran salones hoy se dan talleres y cursos, y en lo que era el pasillo escolar se instaló una galería que en esta ocasión alberga una muestra de 20 carteles de la 14 Bienal Internacional de Cartel de México que abordan el tema de los migrantes y sus derechos, todos ellos prestados hasta noviembre por el campus de la UNAM en San Antonio (UNAM-SA). 

Al respecto Alfredo Ávalos, quien coordina el departamento de Community and Culture de la UNAM-SA, señala que una de las labores más importantes realizadas por la entidad universitaria en Texas es entablar un diálogo frontal con las comunidades hispanas “y para eso no podemos quedarnos en la ciudad; siempre que es necesario tomamos autopista y salimos a donde se nos requiera”.

Para llegar de San Antonio a San Marcos hay que recorrer 80 kilómetros por la carretera Interestatal 35 y esta relativa cercanía ha permitido que el Centro Cultural Hispano y la UNAM tengan una comunicación constante y que, con frecuencia, escritores viajen de una sede a otra para presentar libros y leer sus textos, aunque a decir de la curadora Linda Kelsey-Jones, esta muestra de pósters ha logrado algo muy diferente. “Además de abordar un tema que nos toca de cerca, lo hace mediante un arte que nos habla sin palabras”.

Un pasaporte con perfil humano y la leyenda “We are people, no papers”, un pez con alas (porque ni el mar ni el cielo saben de fronteras) o un hombre flotando a la deriva como si fuera un mensaje encerrado en una botella con tapón de corcho son algunas de las ilustraciones expuestas en San Marcos. La finalidad, señala Linda Kelsey, es decir en voz alta una verdad ocultada y amordazada en este edificio cuando era una escuela de segregación: “que nadie es del lugar que nos han dicho, pues todos venimos de otros lados”.

La escuela de mexicanos abrió sus puertas en 1949 y, para Alfredo Ávalos, ese hecho además de simbólico tiene resonancias actuales, “en especial porque con el lema ‘Make America Great Again’ lo que hace Trump es fantasear con un retorno a ese EU de los años 50 donde la población era más blanca y menos diversa. Que una escuela de segregación hoy sea un espacio abierto a la cultura latina y a sus temas es señal de que sí podemos dar otro curso a la historia”.

La xenofobia no conoce fronteras

Además de colaboradora del Centro Cultural Hispano y escritora, Rebecca Bowman se describe como alguien que migró, pero al revés, pues de la Unión Americana se mudó al entonces DF y luego a Ciudad Victoria para hacer allá una vida de casi 20 años. “Siempre fui bien recibida, incluso más que a mi regreso a EU, de ahí que sorprenda que, aunque en México se critiquen mucho las políticas de Trump hacia quienes cruzan la frontera, se les dé tratos igual de xenófobos a los hondureños durante su paso por tierras mexicanas. Y esto es mundial, algo parecido sucede en Europa”.

Por ello, tras recorrer la colección prestada por la UNAM a San Marcos, la también profesora de la Universidad Estatal de Texas asegura que cada uno de los carteles de la galería plantea la misma pregunta, aunque desde miras distintas: ¿qué significa ser migrante?

“Básicamente implica ser humano porque ello está en nuestra esencia: todos somos migrantes. Entonces, ¿de dónde vienen esas ganas de hacer daño a alguien que es como yo? ¿De separarlo de su familia? ¿Por qué lo aceptamos? ¿Por qué compañeros míos del high school que creía conocer muy bien defienden esas políticas?”.

En la canción Né en 17 à Leidenstadt (1990) el compositor francés Jean-Jacques Goldman se planteaba qué hubiera sucedido con él de haber nacido blanco y rico en el Johannesburgo del siglo XX: ¿habría denunciado el apartheid o se hubiera aprovechado de ser uno de los privilegiados?, o de haber crecido en una Alemania devastada por la Primera Guerra Mundial, ¿habría escuchado las promesas de prosperidad y revanchismo de Adolph Hitler o hubiera sido una de las conciencias improbables que señalaron sus aberraciones?

“Hoy el escenario no es tan distinto, estamos en un momento crucial y ello nos obliga a preguntarnos, de pertenecer a otra época ¿qué habríamos hecho al saber de los campos de concentración nazis o en el Estados Unidos esclavista? De seguro llegaremos a respuestas similares y, si la mayoría asume que en ese momento hubiera reaccionado con moral y coraje, ¿por qué actuar diferente ahora?”.

Para la nacida en Los Ángeles, el problema es que hace falta reflexión y eso nos hace susceptibles de enmarañarnos en discursos emanados del poder que sólo buscan acarrarse votos y mayor influencia entre las masas, algo que nos pone en peligro a todos.

De sus días como migrante en México, Bowman recuerda haber aprendido dos cosas, a escribir literatura en español —la mayoría de su obra está en ese idioma— y una frase que, cree, resolvería gran parte de la problemática actual: Sí nos alcanza para todos, sólo falta echarle más agua a los frijoles.

“Nos comportamos como si no hubiera suficientes bienes en el mundo y sí los hay, pero muy mal distribuidos (inequidad denunciada incluso por premios Nobel como Joseph E. Stiglitz). Sin embargo, hay mucho miedo a ser generosos y, por lo mismo, acumulamos en exceso y nos negamos a compartir con un otro muy parecido a mí”.

Trátese de niños indocumentados en centros de detención de EU; centenas de sirios y magrebís rescatados del mar y a quienes Europa les niega albergue en sus costas, u hondureños de la Caravana Migrante atacados en su paso por México, para Rebecca Bowman todas éstas son caras distintas de un mismo problema.

“Eso es lo que más me sorprende de esta muestra, pues los carteles nos brindan una visión mucho más universal ya que entienden a la migración como un asunto humano capaz de afectar a cualquiera. Como ya dije con anterioridad, todos somos migrantes y, por lo mismo, a todos nos toca solucionar el problema”.