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Llamar guerra a una revolución

Turín, Italia

El siguiente texto es un relato basado en mis experiencias como mexicana viviendo en la ciudad de Turín (Piamonte, Italia). Está compuesto por hechos y juicios adheridos a mis creencias y realidad inmediata, no pretendo ser una fuente de información y mucho menos de consulta en cuanto a temas de la reciente crisis sanitaria.

30 de abril
Me festejé el día del niño haciéndome molito con pollo. A pesar de haber nacido antes de que finalizara la Guerra Fría, trato de alegrarme cada día festivo.

Después de la merecida cena, y casi tres horas de trabajo en la cocina, nos avisaron que el abuelo de Toño no se encontraba bien. Viviendo la familia en Sicilia, al otro extremo del país, hicimos una video llamada de inmediato para saludarlo. Estaba claramente mal, lo vimos en su semblante. Le dije hola, sin atreverme a preguntarle cómo estaba, pero le sonreí. A pesar de ser independiente, tenía condiciones que menguaban día a día su condición desde hace tiempo. No se trataba del virus.

No tuve oportunidad de hablar mucho con el abuelo, era un hombre que nació el año en que terminó la Segunda Guerra. Se comunicaba en un dialecto siciliano difícil de entender para alguien que sigue aprendiendo italiano. Regalaba caramelitos a quien encontrara… todavía tenemos en la alacena esos dulces de la última y la penúltima vez que lo vimos. A pesar de que no nos gustaban, no podíamos dejar de meterlos en la maleta para traerlos a casa.

Platicamos muy poco, se veía cansado, pero me atreví a encontrarlo en la pantalla porque escuché su voz preguntando por mí, estaba lúcido y sabía que mañana se descansaba. Sabía qué estaba pasando, todos lo sabíamos. Menos de una hora después nos llamaron, nos había dejado.

No podíamos hacer nada. En los siguientes días llamamos, escribimos, pero estando lejos, no podíamos ni pensar en acompañarlos. Vivimos el luto a la distancia, preparamos una foto para poner en la lápida, la enviamos por e-mail.

1 de mayo

¡Por fin comí nopales!
Después de casi dos años, podé unos nopales tiernos de las macetas que tengo en casa. Este fue un regalo del abuelo, nos los dio durante un viaje a Sicilia y nos dijo cómo cultivarlos. Quien diría que un año después, disfrutando de su regalo, le estaríamos guardando luto.

Estos días he estado pintando mucho, miro las fotografías que he tomado con mi teléfono y si me dicen algo, las pinto. Estudio, observo y traduzco las formas y colores, que al dibujar es tan necesario.

Mientras lo hago, me concentro tanto que se me olvida el resto. Veo las fotos de cosas que llamaron mi atención y cuya belleza olvidé volver a ver: una patita de gato, un taco con frijoles, la calle mojada, un rostro amado.

2 de mayo

Desde hace unas semanas el gobierno ha comunicado la intención de sacar una app que nos permita saber si hemos estado en contacto con personas contagiadas.

Nos han dicho que no aparecen nuestros nombres ni información sensible. Sin embargo, no hemos sido pocos los escépticos que nos preguntamos qué tan buena idea sea, si la idea de seguridad no sea solo eso, y que a cambio estemos exponiéndonos a otro tipo de problemas.

Hoy Toño tuvo lo que denominé una “fiebre panadera”. Me desperté casi a la 1 de la tarde para encontrar la cocina llena de galletas, pizzas y hasta una focaccia.

Siento todavía tristeza por la reciente pérdida de la familia, y me perturba la idea de la muerte. La frustración me hace idear cálculos tenebrosos. Cuento los años del abuelo, menos los años de nuestros padres, menos la edad que tenemos ahora. Dejo de lado las cuentas, después de notar la mirada angustiada de Toño, no hay razón para pensar en eso ahora.

Me pasé la mayor parte de la tarde dibujando, y vimos una película de dibujos animados, “quiero aligerarme el ánimo” dije al compañero aliviado, ante una fan de películas de terror y suspenso.

3 de mayo

A pocos días de empezar la cuarentena, hace casi dos meses, la TV italiana, y los políticos dentro de ella, comenzaron el discurso de estar en guerra con un “enemigo invisible”.

La idea me dio escalofríos, porque recordé un reportaje que leí hace unos años en el New York Times; Susan Gubar decía que se usa el lenguaje marcial para motivar a los enfermos, cuando en realidad, aquellos de las “armas quirúrgicas, químicas y radiológicas son los doctores, no los pacientes…Cuanto peor el prospecto, más fuerte resuenan los tambores”.

Acaso, como esos soldados rasos, ¿sólo nos queda ver pasar las máquinas de guerra, vemos pasivos los despliegues de fuerza en forma de leyes y decretos que se han creado al improviso, mientras recibimos los peores golpes?

Cuando hablan de guerra, a muchos nos vienen imágenes de los senderos de gloria, donde yacen rostros de soldados ignotos sobre el lodo. Los que hablan desde el curul, se inflan el pecho y los cachetes diciendo que el pueblo italiano (o cualquier estado que use la utilísima metáfora) está luchando una guerra. Olvidan, que hace menos de 100 años una verdadera guerra asoló el mundo, y que fue una guerra porque los estados que la convocaron decidieron que así fuera. Estamos en una situación totalmente diferente.

Que no malgasten nuestras energías en vendernos este pan duro que no alcanzamos a remojar en la boca. Espacio falta, para relatar las historias de los caídos ante esta crisis, el virus fue una escoba que barrió el frágil estado de bienestar donde se encontraba la buena gente de Italia.

Recuerdo la videollamada de hace unos días con amigas en México; una se encuentra en Guadalajara, atendiendo remotamente las clases y tareas de más de 400 alumnos de secundaria; la otra, estaba por dejar la casa que alquilaba en el sur de la ciudad porque el pago de mayo no era seguro.

Hace meses, platicaba con Toño de cómo la gente en Italia paga tantos impuestos por empezar un negocio, tanto por cualquier posesión que se encuentre en gloria de poder adquirir y tanto por una burocracia formada, en tantos casos, por personas que se relajan una vez adquirido el “puesto fijo”; algo que aqueja a los países donde los servidores públicos se acomodan la silla y aflojan el cinturón una vez llegados a la meta.

4 de mayo

El día de hoy comenzó la fase 2, y aunque generó gran expectativa por la “libertad recuperada” siguen existiendo dudas sobre lo que está o no permitido hacer. Algunas industrias y negocios pueden abrir, como el sector textil, de la construcción y automotriz. Otros, como restaurantes y cafeterías tienen servicio a domicilio. Los peluqueros y cosmetólogos esperan, no sin protesta, que las actividades para ellos puedan retomarse a mediados del mes. Una cosmetóloga en Cuneo llegó a poner el obituario de su negocio en la puerta, un poco para bromear y mucho para quejarse por la ineficiencia de los apoyos que se prometieron para que los pequeños y medianos negocios no tuvieran que cerrar.

Prendí la TV en la tarde para seguir las noticias y hacerme una idea de cómo había avanzado la jornada. Se queda en mi memoria la entrevista que le hicieron a una policía. La reportera le preguntaba detalles sobre los días precedentes y lo permitido en esta nueva etapa. Para terminar, le preguntó por las excusas más increíbles que la gente usaba para circular en las calles, y si habían tenido que multar a alguien, aunque no quisieran hacerlo.

La policía, sin dejar de esbozar una sonrisa, recordó el caso de una persona que deambulaba por la ciudad, después de que le comunicaran que había perdido una oportunidad de trabajo debido a la crisis. Fue una pena tener que multarlo, dijo, provocando el silencio.

Desde que empezó la cuarentena, no faltaron las denuncias de ciudadanos ante multas consideradas injustas. Desde trabajadores de la salud que esperaban el transporte de regreso a casa, personas que entregaban comida en hospitales, hasta un repartidor que fue multado con 4 mil euros por realizar una entrega.

Las fuerzas del orden han recibido en estos días ese poder, −probablemente extraño hasta para ellos− que ahora se justifica con argumentos de salud pública. En su ceguera ante la crisis y la desesperación de la gente, llamada por el hambre y la solidaridad; me recuerdan el texto de Arendt sobre Eichmann en Jerusalén. No es maldad, ni crueldad, no es falta de sentido común, es burocracia.

5 de mayo

Hace un mes aproximadamente, quemaron torres de 5G en Birmingham y Merseyside (Reino Unido) porque un grupo de personas sospechaba que este tipo de tecnología fuera la causa de la COVID-19 o que, −de alguna manera− debilitara el sistema inmune humano. No hice mucho caso hasta que hoy me llegó un video por WhatsApp que me dejó sin palabras. Me lo envió un familiar que vive en el Estado de México y trabaja como chofer, ya a finales de marzo él me había preguntado si todo esto se trataba de un complot. El video era de un anónimo que se paseaba en un estado al norte de México (según el video). Decía entre balbuceos, cosas que buscaban crear pánico y que no voy a repetir, por miedo a que mi computadora, ofendida, se descomponga.

Estas dudas me acongojan, porque nos enseña el miedo que los sectores más vulnerables de la sociedad sienten en estos momentos, para ellos, pareciera que alguien o algo deseara que fueran exterminados. Pero, ¿no se los demostramos acaso, con las condiciones laborales de explotación y abandono en que se encuentran?

Quienes no pueden trabajar desde casa están al límite, al menos en Italia, ante las demandas de quienes no han recibido los apoyos prometidos, el gobierno suele responder “estamos trabajando en eso”.

8 de mayo

Los primeros días de la fase 2 han sido de varios colores. He decidido seguir en casa, por la posibilidad de que se generen aglomeraciones en parques y zonas comerciales de la ciudad. Amigos que viven en el centro de Turín confirman que las personas han interpretado la fase 2 como una vuelta a la normalidad. Por otro lado, el flujo de bicicletas en Turín ha aumentado casi en un 500%, como respuesta al distanciamiento obligatorio en los medios de transporte. Ya existían iniciativas para que la ciudad fuera más amable con los ciclistas, esto podría acelerar significativamente el proceso.

En Milán, una de las zonas más afectadas, se registraron multitudes en espacios públicos, sin atender a las medidas de seguridad planteadas por las autoridades. El alcalde, Beppe Sala, calificó de “vergonzosas” las imágenes de las personas que paseaban despreocupadas. Admitió que era deprimente tener que repetir las mismas medidas de seguridad, para lograr que el millón 400 mil habitantes de la zona pudieran regresar en su totalidad, a trabajar.

Mientras termino de escribir esto escucho los pájaros, los murmullos de la gente que pasa frente a la casa y algunos automóviles que después de meses, vuelven a caminar por la ciudad. Es un quasi silencio, dentro de una expectativa que siento desde hace tiempo.

Las guerras, las hacen los estados entre ellos, esto es una situación mucho más grande y, por lo tanto, menos humana.

Esto es una revolución, re-volvere “dar la vuelta de un lado a otro” es aceptar, que nuestra realidad ha sido volteada, es ver al mundo y decir, ahora… ¿a dónde queremos dar la vuelta?