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La utilidad de la ciencia básica

El 20 de julio de 1989, justo 20 años después de que Neil Armstrong pisara la Luna, se establecía exitosamente la primera conexión a internet de México. El enlace se hizo entre el Instituto de Astronomía de la UNAM y el Centro Nacional para Investigación Atmosférica de Boulder, y el comunicado enviado por esta vía desde CU hasta Colorado, Estados Unidos, fue un lacónico: “Este primer mensaje es un pequeño paso para nosotros y un gran paso para la Universidad”.

La responsable de traer la red de redes al país fue la doctora Gloria Koenigsberger, entonces adscrita al IA y hoy investigadora en el Instituto de Ciencias Físicas, quien señaló que aunque hoy todos se conectan a ella, no faltó quien en aquella época la cuestionara con una frase que la gente suele soltar al verse ante un avance de investigación básica: “eso no sirve, no es útil para la sociedad”.

“Incluso al interior de la misma UNAM hubo quienes nos criticaron bajo el argumento de ¿para qué un docente de la Facultad de Veterinaria querría comunicarse con uno de Contaduría? Y desde esa perspectiva quizá tenían razón, pues un especialista en animales no va a consultar a un administrador privado sobre qué medicina comprar, pero el asunto es que los detractores de antaño eran ciegos a las múltiples aplicaciones que esto tendría a futuro”, indicó.

Desafortunadamente, esto que debería ser un hecho aislado se repite, como pasó con las antenas de radiofrecuencia usadas en astronomía, que fueron recibidas con indiferencia por las personas hasta que vieron que servían para captar señales de televisión, o con los dispositivos de carga acoplada (o CCD) empleados en los años 80 para escudriñar el cielo y hoy indispensables para tomarse una selfie con el teléfono celular, agregó la universitaria.

“Hoy muchos sostienen que la ciencia básica no sirve y cuestionan sus aportes a la sociedad, sin embargo, sobran los ejemplos de desarrollos tecnológicos surgidos a partir de esta actividad, por lo que deberíamos reflexionar más al respecto”, sugirió.

La inmediatez y sus espejismos

Para Koenigsberger, uno de los males de la actualidad es “el anhelo de lo inmediato”, es decir, la inclinación a creer que los resultados se dan por generación espontánea, sin considerar que son producto del esfuerzo y el avance progresivo a lo largo de los años.

“Eso se aprecia tanto en el ámbito laboral, donde sobran quienes desean trabajar una hora y recibir el pago de un año, o en el personal, donde muchos creen que por tomarse un café y mandarse mensajes ya están inmersos en un noviazgo, sin atisbar que ello implica que ambos deben conocerse, ceder, negociar y entenderse”, dijo.

Lo mismo pasa con la ciencia, pues para ella el tiempo es crucial y lo que se hace en investigación básica hoy usualmente no registra un impacto social inmediato, aunque es muy factible que lo tenga décadas después, subrayó la también integrante del SNI.

No obstante, la gente sigue obcecada por el deseo de la inmediatez sin darse cuenta de que el celular que carga en el bolsillo es resultado de una tecnología que comenzó a gestarse hace 25 años, a partir de lo que hacían entonces los científicos, expuso.

Sobre atarse a una visión tan constreñida, Koenigsberger señaló que con frecuencia representa una traba para muchos desarrollos, como pasó con el mismo internet, que se vio estancado debido a que las empresas no le veían utilidad por considerar que era una herramienta de uso meramente académico y ello las cegaba ante el potencial de tener un entramado de computadoras interconectadas.

“La moraleja que se puede extraer de éste y otros tantos casos es que si vas a preguntar para qué sirve algo, antes debes ir a los libros y reflexionar qué impacto tuvo la creación de la escritura o la invención del teléfono. Cada vez que nos aqueje esa duda y estemos tentados a decir que la ciencia básica no repercute a nivel social lo mejor es ir a una biblioteca —o hacer una búsqueda en internet— y ponerse a leer”.