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La UNAM es la institución que marcó mi vida*

Pregunta. Después de 27 años de ser el Director Científico del Anthony Nolan Research Institute en Londres, Inglaterra, usted se ha retirado recientemente ¿no es así?

Alejandro Madrigal Fernández. Es correcto, el 30 de abril de 2020 me retiré oficialmente de mi trabajo principal como director científico del Anthony Nolan. Este retiro ocurrió en la mitad de la pandemia ocasionada por el coronavirus, que desafortunadamente ha infectado a tantas personas en todo el mundo, por cuya causa muchos han fallecido y lamentablemente seguirán falleciendo. Sin duda, esta viremia dejará huella para siempre, como lo hizo la Peste Negra que azotó Europa en el siglo XIV y otras tantas similares en toda la historia.

P. Muchas veces se le ha llamado “Un hombre del renacimiento” porque además de ser un médico científico escribe novelas, practica la pintura, toca el violín, escribe y recita poesía y ha corrido tres maratones. ¿Cuál cree usted que ha sido la clave de su éxito?
AMF. Si algo he tenido en mi vida ciertamente es tenacidad. A través de los años, en varias ocasiones, yo me sorprendía de cómo podía alcanzar mis metas o sueños, pero cuando lo analizaba en detalle me daba cuenta que nada de ello había sido fácil, porque lo que puse en cada tarea que emprendía una “tenacidad” que en ocasiones podría haberse calificado de obstinación o necedad hasta lograrlo.

P. ¿Cómo es que un médico mexicano llegó a ser profesor de Hematología y Director Científico del Instituto de Investigación Anthony Nolan en el Reino Unido?
AMF. Para ser sincero no fue un viaje fácil. Nací en México en 1953. El mundo ha cambiado mucho desde entonces (y me temo que cambiará dramáticamente con esta pandemia, pero espero que también traiga nuevas oportunidades). Vengo de una familia de clase media muy unida y de sólidos principios. Fuimos seis contando a mis padres, tenía un hermano y dos hermanas. Crecimos en la Ciudad de México y jugaba en las calles de mi vecindario con amigos, juegos de niños, canicas, montar en bicicleta y futbol, con pelotas que hacíamos con papel y plástico enrollados con ligas de goma. Debo admitir que cuando era joven no era buen estudiante, ya que prefería jugar y pasar más tiempo con mis amigos que con los libros. Pero todo cambió en 1971, cuando a mis 17 años mi padre murió a la edad de 51 de forma súbita, a consecuencia de una enfermedad cardíaca. Me convertí en cabeza de familia y desempeñé muchos trabajos diferentes para mantenernos.

P. ¿Cómo es que fue admitido en la Universidad de Harvard?
AMF. Durante ese tiempo en el ISSSTE me di cuenta de cuánto amaba la medicina. Me sentí satisfecho al tratar y salvar la vida de los pacientes, pero también vi a muchos que no sobrevivieron. Esto me hizo sentir impotente en el tratamiento de enfermedades como el cáncer y, en particular, la leucemia. Por esta razón, decidí entrar en el campo de la investigación, ya que de esta manera sentí que podía marcar una diferencia en el resultado de la vida de los pacientes. En ese hospital tuve la fortuna de conocer al Doctor Luis Terán, podría decir mi primer mentor científico, que me introduciría al mundo de la ciencia y me ayudaría a lograr mi gran objetivo de ir a la Universidad de Harvard. Él es hasta ahora un gran amigo y soy muy afortunado de que se cruzara en mi camino. Inicialmente no sabía cómo podría lograrlo; hablaba poco inglés, mi situación económica, aunque mejoró, no era suficiente para costear mis estudios en Estados Unidos, y además, sabía que la Universidad de Harvard tenía un proceso de selección muy estricto, más difícil aún para estudiantes extranjeros. Sin embargo, no me di por vencido, logré las mejores calificaciones en mis finales y aprobé los exámenes de medicina de EE UU. Con la ayuda del doctor Terán contacté a los mejores médicos de Harvard y finalmente gané un lugar en el Dana Farber Cancer Institute, Universidad de Harvard en 1983, justo después de completar mi entrenamiento. Una vez más otro sueño se hizo realidad.

P. Me imagino que al inicio no fue fácil.
AMF. No puedo expresar lo difícil que fue al principio. Estudié inglés en la escuela nocturna y trabajé incansablemente, pero estaba exactamente donde quería estar en mi vida. Tuve la suerte y el placer de interactuar con el director del Instituto del Cáncer Dana Farber, Baruj Benacerrat, a quien se le otorgó el Premio Nobel en 1980 (con Jean Dausset y George Snell) por el descubrimiento de HLA. Nos hicimos cercanos porque él había nacido en Venezuela, pero ya no dominaba el idioma, había salido temprano de su tierra natal y tenía muchos años sin practicarlo, así que le ayudé en la elaboración de sus conferencias en español. Pero mi tutor principal fue el profesor Edmund Yunis, otro pionero de HLA. El profesor Yunis es, además de un genio, un gran filósofo, poeta y un ser extraordinario, y me siento muy orgulloso por ser su discípulo y su amigo. Él me abrió, con toda su gentileza, no sólo el mundo de la ciencia, sino también las puertas de su casa y su familia. Soy muy afortunado pues además de haber tenido su guía y su ejemplo durante todos estos años, me enseñó a seguir una línea de rectitud en la ciencia. Sin su bondad y sus enseñanzas yo no hubiera llegado a ningún lado. Le escribí un poema alguna vez, en el que, en muy pocas palabras le agradecía por siempre la extraordinaria oportunidad que tuve en mi vida de cruzarme en su generoso camino.

Inicialmente conseguí, después de mucho esfuerzo, una beca de la Organización Mundial de la Salud, que apenas era suficiente para que mi esposa y yo cubriéramos nuestros gastos, pero esto poco nos importó. Al final del primer año, me ascendieron a Fellow y recibí otras becas de la Universidad y María Elena también consiguió un trabajo, pero lo más importante fue que tuve mi primera publicación describiendo antígenos tumorales embrionarios. Fue fascinante cambiar mi estetoscopio por una pipeta. Estaba aprendiendo muchas técnicas y estaba rodeado de eminentes científicos que publicaban artículos sobresalientes en las mejores revistas. Durante ese tiempo mi inglés mejoró, así como mi comprensión de la ciencia y la investigación, y mi ambición de “marcar la diferencia” creció cada vez más.

P. ¿Fue entonces que supo usted del Anthony Nolan y del profesor John Goldman verdad?
AMF. En marzo de 1992 noté un pequeño anuncio en la revista Nature que decía: “El Anthony Nolan Bone Marrow Trust está buscando un destacado médico/científico para liderar un pequeño grupo, en las áreas de investigación en complicaciones después del trasplante de médula ósea. Si está interesado, comuníquese con el profesor John Goldman en el Imperial College, Londres”.

¿Cómo iba a saber entonces, en qué medida el anuncio en esa revista científica iba a cambiar mi vida? El Anthony Nolan Bone Marrow Trust (ANBMT) ¿qué era eso? Lo había escuchado vagamente. En 1988, mientras estaba en Londres, Simon Dyson MBE, había comenzado una campaña que recibió una amplia cobertura en la prensa: reclutar cien mil donantes de medula ósea para el registro en un año. Esto hoy sigue siendo un logro notable que no ha sido igualado por ningún otro registro, hasta hace poco. No fue fácil aprender más sobre la organización benéfica, ya que Internet era nuevo y sólo unas pocas organizaciones lo usaban, y no tenía acceso. En la biblioteca de la Universidad de Stanford, sólo pude encontrar una pequeña nota describiendo el ANBMT como el primer Registro de donantes de médula ósea que se había fundado en 1974 y ciertamente no se mencionaba un centro de investigación en él.

Sin embargo, cuando busqué el nombre “Profesor John Goldman”, encontré cientos de referencias a sus publicaciones de su grupo en el Hammersmith Hospital en Londres y recuerdo haber pasado todo el fin de semana leyéndolas. Sin conocerlo, admiré su investigación y me di cuenta de que quería trabajar con él si se podía y solicité el puesto.

P. ¿Cuantos estudiantes se han educado bajo su tutela?
AMF. He tenido bajo mi tutela a muchas personas jóvenes de todo el mundo que vinieron a mi Instituto para continuar sus estudios bajo mi supervisión. Al cabo de todos estos años han sido 68 estudiantes los que han obtenido su capacitación, y de ellos 34 han obtenido su doctorado, otros 8 han obtenido lo que en el Reino Unido se llama “doctorado-médico”, otro el grado de maestría, además de 19 jóvenes estudiantes que obtuvieron su bachillerato y otros 6 su certificado de rotación experimental; 27 estudiantes han recibido premios nacionales en convocatorias competitivas. Otros 104 científicos procedentes tanto del Reino Unido como del extranjero hay realizado pasantías para su entrenamiento académico/científico. Muchos de ellos ahora lideran importantes centros de investigación y registros en sus propios países. Por ejemplo, el doctor Rafael Argüello, uno de mis primeros estudiantes mexicanos, es director científico de Ciencia Genómica en México. El doctor Rafael Duarte es director del Programa de Trasplante de la División de Leucemia Mieloblástica del Hospital Puerta de Hierro en Madrid, y la doctora Bronwen Shaw es directora electa del CIBMTR en Wisconsin.

P. El Anthony Nolan Research Institute que usted creó y dirigió por todos estos años, ha sido fuente de múltiples contribuciones importantes ¿no es así?
AMF. Durante este período de 27 años, Anthony Nolan ha producido más de mil 580 publicaciones que han recibido más de 20 mil citas. Creo que la mayoría de estas publicaciones, si no todas, no sólo han ayudado a mejorar el progreso de la ciencia. Entre ellas por ejemplo se encuentra una de nuestras primeras publicaciones en la Revista científica Nature Genetics en la que, con la contribución de unos de mis primeros estudiantes mexicanos, inventamos un método que se llamó DSCA, que permitía detectar variaciones únicas de nucleótidos de ADN. Este método lo patentamos en el ANRI y se negoció en su momento con una compañía farmacéutica para su comercialización por 1.5 millones de dólares.

P. ¿También fue usted el que creó el Banco de Células Madre de Cordón Umbilical en el Anthony Nolan?
AMF. Una de mis pasiones ha sido el desarrollo del Banco de Sangre del Cordón Umbilical y el Centro de Terapia Celular del Anthony Nolan, como fuente de Células Madre, en particular para ayudar a pacientes que no se les encuentra un donador por su singular etnia (la mayoría de los 35 millones de donantes en los registros en el mundo son de países caucásicos). Nuestro Programa de Sangre del Cordón Umbilical continúa marcando la diferencia para tantos pacientes que no son de raza caucásica, lo que en inglés se abrevia con las siglas BAME (Black, Asian and Minority Ethnic).

P. Habiendo estudiado y laborado en tantas instituciones, ¿hay alguna por la que tenga una predilección?
AMF. Ciertamente he tenido, como he descrito, la fortuna de estudiar en muy buenas universidades. Incluso, por ello, alguien me dijo un día que tenía “un excelente Pedigrí académico”. Pero como una vez contesté a una pregunta similar, para mí la UNAM es la institución que más me marcó en mi vida. Mi alma mater por siempre y para siempre. Le estoy muy agradecido a esa institución y a todos mis profesores, guías y maestros que me influenciaron para siempre. Sería imposible listar a todos, pero ejemplos como los que tuve como maestros, mentores, colaboradores o modelos académicos como el Dr. Soberón, el Dr. Kumate, el Dr. Ruiz Pérez Tamayo, el Dr. Juan Ramón de la Fuente, el Dr. José Narro Robles, el Dr. Manuel Ruiz de Chávez, fueron guías en mi formación y en mi profesionalismo. La formación que recibí en la UNAM me ha permitido navegar en todos los mares y librar todas las tormentas con confianza de que lo que aprendí en ella me impulsaría para siempre, porque no sólo fue el conocimiento, sino el hambre por saber y educarme continuamente. Cuando entré a la UNAM, como ya lo he mencionado, fue uno de los eventos más felices de mi vida. En esos días, estudiando y trabajando, pasé pocas horas en la Ciudad Universitaria, porque al término de mis clases tenía que salir volando para llegar a mi trabajo. Por eso, en una visita al Dr. Enrique Graue en Rectoría, me tome el día y caminé por todo el campus, admiré los edificios, sus murales, sus museos, y cuando llegué a mi querida Facultad de Medicina la recorrí de arriba a abajo tocando sus paredes y los barandales de sus escaleras y aún ahora, al recordar ese momento, se me “enchina la piel”. Gracias a Justo Sierra fundador de la Universidad, aún rezo la frase que nos inculcó José Vasconcelos “Por mi raza hablará mi espíritu”.

P. Finalmente ¿tiene usted algún consejo para la juventud mexicana?
AMF. Alguna vez alguien me dijo o leí que “Nadie es tan viejo para dar un consejo, ni tan joven para no recibirlo”. Pero tomando en cuenta la conversación con mi estimado amigo el Dr. Héctor Mayani, donde me pedía que contara mi historia con la intención de inspirar a estudiantes que quizá están en duda de cuál será el papel de su educación en el futuro, sólo puedo decirles que, en mi experiencia, no hay nada más importante que el estudio constante y la tenacidad. El conocimiento abre puertas inimaginables como las que descubrí.

Yo que casi ni termino la educación primaria por ser disléxico y además zurdo, lo que se confundía con incapacidad y se castigaba con cientos de páginas escritas con la mano derecha, repitiendo palabras para corregir faltas de ortografía que ni siquiera veía y aún no veo, porque sigo siendo los dos, zurdo y disléxico. Con las adversidades que ya he revelado en este documento y que ensombrecieron muchas veces mi horizonte, sólo mi amor por la medicina me guio.

¿Cómo podría haber imaginado en esos primeros años en México que tendría tanta satisfacción profesional? Cuán afortunado he sido desde que la medicina vino a buscarme. Para John Goldman el cielo era el límite, para mí lo fue el universo.

Todavía me levanto a las seis de la mañana, como lo he hecho desde hace tantos años, a estudiar libros de medicina y revistas como New England Journal of Medicine, Nature y otras más. He vivido por un sueño que aún me guía. Un maestro dijo alguna vez una frase que me marcó: “Si no eres capaz de vivir por lo que crees, terminarás creyendo lo que vives”.

*Extracto de entrevista publicada