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La tristeza nos ayuda a superar las situaciones adversas

La semana antepasada se presentó el Diccionario de las emociones. El primer tema abordado fue el enojo, luego la sorpresa. Esta vez tratamos el de la tristeza, que es clasificada como una emoción primaria, junto con la ira, el temor, la felicidad, el enfado, la sorpresa y el disgusto, considerándose negativa; sin embargo, es natural y necesaria en nuestras vidas.

Se define como un estado anímico producido por un suceso desfavorable que suele manifestarse con pesimismo, insatisfacción y tendencia al llanto; es la emoción básica opuesta a la alegría. Activa el proceso psicológico que nos permite superar pérdidas, desilusiones o fracasos.

Abarca los sentimientos de soledad, apatía, autocompasión, desconsuelo, melancolía, pesimismo y desánimo, entre otros y puede estar motivada por muchas causas, pero, generalmente, aparece ligada a las pérdidas de alguna persona, objeto, relación o expectativa con la que sosteníamos un fuerte vínculo emocional.

Se puede manifestar de diferentes formas, pero su signo más evidente es el llanto.

¿Cómo se presenta?

La tristeza puede manifestarse en múltiples formas y en diferentes niveles e intensidades. A nivel físico, puede presentar llanto, retardo psicomotor, modificaciones en las facciones faciales (rostro abatido), falta de apetito, problemas de sueño, sensación de nudo en la garganta, opresión, pesadez, pesadez en los hombros, sensación de vacío e incluso dolor.

A nivel mental, puede darse una focalización de la atención en la situación problemática, dificultad para mantener la mente en blanco, problemas de concentración, pensamientos intrusivos sobre la situación. Se caracteriza por un estado interno de malestar o de abatimiento. Cuando estamos tristes sentimos decaimiento de ánimo, falta de autoconfianza y sensación de vulnerabilidad.

La persona, a nivel conductual, se puede encontrar desmotivada y con desgano para hacer las tareas cotidianas y actividades sociales; suele restringir sus actividades físicas haciendo muy poco o nada.

A nivel cognitivo, se suele producir una falta de interés y de motivación por actividades que antes eran satisfactorias y se vislumbra la realidad desde un ángulo negativo; tiende a apreciarse sólo lo malo de las situaciones.

Cuando estamos tristes o lloramos, a nivel neuronal, se incrementa el consumo de glucosa y oxígeno en el cerebro, por ello cuando lloramos incrementamos la frecuencia respiratoria; es ésta la respuesta emocional que más rápido se autolimita (10 minutos de llanto cansan mucho al cerebro). Cuando nos tranquilizamos, surge un efecto secundario, suele darnos hambre. Al llorar, el giro del cíngulo, en la corteza cerebral, interpreta con mayor velocidad los estímulos agresivos; el hipocampo los registra con mayor velocidad, la corteza prefrontal les otorga un componente proyectivo y prosocial, disminuyendo el enojo y la furia de quienes son testigos del llanto. Llorar nos hace humanos: somos la única especie capaz de interpretar el llanto de manera proyectiva y lo hemos adaptado para un aprendizaje social y psicológico.

La tristeza se puede manifestar de diferentes formas, pero su signo más evidente son el llanto y las lágrimas. La expresión facial es de preocupación y seriedad: un rostro abatido. Otros signos a nivel físico son la falta de apetito y problemas de sueño. Sin embargo, podemos sentir decaimiento y apatía de forma interna sin mostrar estos rasgos físicos.

Su función

Es una emoción que nos invita a la reflexión y nos obliga a detenernos y a prestar atención a algo que nos sucede. Cuando nos sentimos tristes nos replegamos sobre nosotros mismos, nos aislamos para iniciar el proceso de gestión de la emoción; generamos pensamientos alternativos sobre la situación traumática que nos ayudan a encajarla en nuestra vida e historia personal. Más adelante, se produce una reorganización de las conductas que emitimos para adaptarnos a la nueva realidad que nos toca vivir con nuestras pérdidas, desilusiones o fracasos. Por tanto, es una emoción útil, aunque dolorosa, puesto que es el punto de arranque del proceso de aceptación de una realidad que nos genera un daño. Asimismo, ayuda a aprender de los errores y a asimilar las pérdidas.

Puede darse en diferentes grados de intensidad. Desde un ligero malestar a un profundo dolor emocional. Su rango máximo iría desde la calma (donde no sentimos tristeza), hasta sintomatología depresiva.

Regulación

Suelen emplearse distintos tipos de estrategias, unas positivas, como resolución de problemas o el intento voluntario de cambiar una situación estresante y la aceptación no juzgante de la experiencia emocional, y otras no recomendables, como suprimir la experiencia emocional, pretender no vivir la emoción que se despierta o evitar, deliberadamente, las emociones experimentadas.

Hablar con alguien de lo que a uno más le preocupa o le duele en su interior es algo que siempre se ha reconocido como positivo. Cuando el problema desencadenante es grave, quizás lo mejor sea ponerse en manos de un amigo o alguien que nos pueda ayudar a interpretar correctamente la situación, al tiempo que sepa ayudarnos a distanciarnos y nos proporcione apoyo emocional.