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10 mil soldados tomaron la UNAM en el 68

(Parte dos de tres)

“Venían los tanques oruga por Avenida Universidad con pelotones corriendo a los lados —como se hacen militarmente esos desplazamientos— daban vuelta y entraban en la UNAM. Para ello, dispusieron 10 mil soldados, era una fuerza verdaderamente brutal para una escuela que estaba en huelga y no había gran actividad. A todos nos sorprendió”, narra sobre su experiencia en el movimiento estudiantil del 68, Sergio Zermeño y García-Granados, investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.

El académico universitario recuerda su juventud, justo cuando se encontraba en su cuarto año de la carrera de Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS).

Era el 18 de septiembre, en esa época había unos topes de cemento en las entradas de la Universidad, relata que las orugas golpeaban con ellos y caían haciendo un estruendo en todo aquello, y el sonido de los pelotones golpeando con las botas era verdaderamente “alucinante y acojonante”.

Todos se quedaron paralizados, hasta que el profesor Moreno, encargado de la imprenta en la FCPyS les dijo: “No nos conviene que la UNAM sea acusada de estar en contra de la Olimpiada, destruyamos todo”.

“Se trataba de unos volantes que habíamos hecho erróneamente que ponían en cuestión la algarabía de la Olimpiada que se venía en un mes, el 12 de octubre.” Agrega que en ellos se cuestionaba tanta felicidad y propaganda positiva para dicho evento, que se desarrollaba a mitad de un conflicto muy doloroso con una represión muy fuerte.

Zermeño cuenta que agarraron todo aquello y lo metieron en el horno y luego algunos pudieron salir por la puerta del frente de la imprenta, que en aquel entonces se encontraba junto a la gasolinera de avenida Universidad. Ahora hay una librería ahí.

También destruyeron los linotipos que en aquella época se usaban. El director de la imprenta, el profesor Moreno, no quiso dejar su puesto, quien para Sergio Zermeño era un tipo maravilloso.

Posteriormente, escondieron cinco mil pesos atrás de unas columnas, en unos registros eléctricos de la facultad y después nunca aparecieron. No sabe quién fue, “si un amigo (por decirlo así) o el Ejército que esculcó por todas partes”.

El profesor les dijo, “vámonos por detrás”. Era por donde sacaban la basura de la imprenta, que daba hacia la Facultad de Filosofía y Letras. Ahí los tomó el pelotón, y de acuerdo con Zermeño, fue una fortuna que no los arrestaran dentro de la imprenta pues los hubieran llevado a Lecumberri, donde hubieran pasado tres años como estuvieron muchos de sus compañeros. “Nos salvamos de ésa pero no de Tlaxcoaque”.

Mientras el Ejército entraba, el Consejo Nacional de Huelga sesionaba en la Facultad de Medicina y todos salieron caminando entre los tanques y soldados. Hasta un cierto momento cerraron, pero antes, evoca el investigador, mucha gente salió tranquilamente.

“Nosotros por estúpidos no, pero bueno no fue tan grave porque no hubo violencia.” Arrestaron aproximadamente a 200 personas, los subieron a unidades de transportes del Ejército y luego los pasaron a unos camiones urbanos para llevarlos por la ciudad, hasta llegar al nacimiento de la calle 20 de noviembre donde están los sótanos de la prisión de Tlaxcoaque.

De hecho, iban varios académicos, directores de algunas facultades y varios estudiantes. De acuerdo con el entrevistado, se trataba de una situación horrenda, porque eran demasiados. “Estuvimos como 10 días encerrados en celdas pequeñas con 30 personas aproximadamente”.

Cuando el joven Sergio salió de las celdas estaba muy deprimido y decidió no acudir al mitin del 2 de octubre. Una decisión que probablemente le salvó la vida.

El inicio  

Cuando todo empezó, Sergio Zermeño decidió participar a través de la redacción de folletos informativos. Así, él y otros jóvenes llegaron violentamente con tubos y piedras para tomar la imprenta de la facultad.

Invadieron las instalaciones de la imprenta. El profesor Moreno, quien era encargado del lugar, les dijo: “¿Qué quieren?”, los jóvenes respondieron agresivamente, “redactar un periódico”. Y el académico respondió: “¿Y necesitan los tubos y piedras para hacerlo? Ni sus piedras ni tubos les sirven para hacer un periódico conmigo, porque no creo que sean capaces”. Todos se miraron y soltaron lo que traían en las manos.

El periódico era un encargo del primer órgano dirigente del movimiento, quienes buscaban hacer propaganda a través de su propio periódico. Zermeño recuerda que tenía una ortografía de la “pedrada” pero aprendió muchísimo haciendo la Gaceta del Consejo Nacional de Huelga, que sólo tuvo siete números.

Así comenzaron su labor, apoyados por el profesor Moreno, a quien Zermeño recuerda con cariño y admiración. Había estudiantes de Arquitectura encargados del diseño, de Economía y de Ciencias Políticas, para lo que se ofreciera.

El último número de la gaceta fue muy exitoso, pues tuvo 30 mil ejemplares. Iban brigadas a la imprenta y les entregaban paquetes de 50 números para distribuirlas, con la condición de que las vendieran a peso. “Todo el mundo las compraba”.

Para recoger el paquete del siguiente número les entregaban la mitad que eran 50 centavos. “Con ello hacíamos desplegados, comíamos y lo que se ofreciera, relativamente éramos muy ricos, y la gaceta se vendía excelentemente”. Fue así hasta el 18 de septiembre cuando entró el Ejército a la UNAM.