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Megaofrenda 2016, un espacio donde el recuerdo trae de vuelta a los muertos

La Ciudad de México tiene memoria y aún le dice “Santo Domingo” a aquella explanada rebautizada por mandato oficial como “Jardín de la Corregidora” y “Plaza 23 de mayo”, pues siglos de tradición no se borran a fuerza de decretos. Por lo mismo, esta urbe tan renuente a olvidar, cada 1 y 2 de noviembre recuerda a sus muertos y para ello prestó a la UNAM la mismísima Plaza de Santo Domingo, a fin de montar ahí la Megaofrenda 2016, ahora dedicada a Rufino Tamayo.

Sin saber qué esperar de la iniciativa, los vecinos del lugar —e incluso el comercio ambulante que cedió sus espacios para este evento— presenciaron lo imposible, pues gracias al esfuerzo de cientos de universitarios la plancha gris del lugar se transformó en un campo de cempasúchil y flores terciopelo, el suelo se recubrió de arena multicolores —al estilo de las mandalas budistas— y de entre el asfalto brotaron gigantescas sandías rojas de cáscara verde, eso sí, la mayoría de cartonería.

Don Manuel, quien ofrece boletos de lotería en la zona, se dijo sorprendido de lo rápido que se realizó todo: “Pasé al mediodía y vi a mucha gente trabajando y ya para la noche, antes de ir a casa, todo estaba listo”. El hombre no conoce muy bien la obra de Tamayo, pero le gusta cómo los jóvenes recrearon su obra, “en especial ésa donde un jaguar boxea con una serpiente. ¿A quién se le ocurriría eso?”.

En esta edición se erigieron 113 ofrendas, la mayoría con forma de pirámide a fin de optimizar el área y no abarrotar la plazuela, aunque algunos guías de turistas argumentan que en realidad es un guiño porque ahí —antes de que los españoles levantaran la Iglesia de Santo Domingo— estaba la casa de Cuauhtémoc; “al menos eso me dijeron; sería bueno que así fuera, ¿no?”, dice uno de ellos desde el Portal de los Escribanos, corredor donde ahora abundan locales dedicados a la impresión de invitaciones y tesis.

Montada fuera de CU, la Megaofrenda es un imán para miles de visitantes que llegan al lugar formando riadas, lo que por un par de días ha revertido el orden habitual de las cosas y logrado un anhelo largamente acariciado por ambientalistas y urbanistas: desterrar de las calles del Centro a los automóviles y hacer de éstas un espacio de convivencia para peatones y ciclistas.

Algo notorio para quienes han asistido a ediciones anteriores es que en la de 2016 pululan los niños disfrazados y con alcancía en mano, siempre prestos a pedir “su calaverita”, así como mujeres vestidas al estilo de La Catrina, lo que por momentos hace que uno olvide que la Megaofrenda de este año está dedicada a Tamayo y parezca en realidad un homenaje a José Guadalupe Posada.

César Augusto es un fotógrafo que todos los días ha ido a Santo Domingo para captar con su lente distintos aspectos de este evento y para participar en las actividades culturales ofrecidas tanto ahí como en la Alameda y el Zócalo.

“La Megaofrenda concentra a muchísima gente, lo que es un arma de dos filos, pues miles se han acercado y conocido más de Tamayo, pero también algunas instalaciones han sido saqueadas —dice mientras señala hacia una pirámide en cuya base hay cráneos desperdigados— y muchos tapetes de arena exhiben huellas de zapato sobre ellas”.

Sobre este deterioro, el egresado de la FES Aragón añade que esto es normal. “Ha pasado con casi todas las exposiciones montadas al aire libre en el Centro Histórico, aunque en esta ocasión se justifica, pues más que para no olvidar a los fallecidos, ponemos ofrendas en nuestras casas —y ahora aquí, en Santo Domingo— para recordarnos que todo es efímero, que dura muy poco”.