Genera escepticismo la afirmación de una “cuarta transformación” de la nación mexicana, tan importante como la independencia, la reforma o la revolución de 1910. Durante las campañas esta afirmación incluso provocaba burla, se la tomaba como indicio de mesianismo, muestra del delirio de un ego desorbitado. Ahora, después de las elecciones, ya no suena descabellado que la sociedad mexicana pueda estar en posibilidades de avanzar hacia cambios importantes.
Se ha convertido rápidamente en lugar común afirmar que el proceso electoral tiene dimensiones históricas, lo cual no es exageración, debido a la alta participación (63 % del padrón electoral), a su desarrollo con civilidad y, al parecer, con pocas irregularidades y enfrentamientos (lo que contrasta con la rispidez y violencia que en muchas zonas del país se vivieron durante las campañas), pero fundamentalmente por los resultados en las preferencias: 53 % a favor de Andrés Manuel López Obrador (ante la debacle de las otras dos candidaturas y los partidos que las sostuvieron en coalición), un triunfo a lo largo y ancho del país, mayoría en las elecciones de gobernadores, senadores, diputados, jefe de gobierno y alcaldías en la Ciudad de México. Algo por completo inédito en la historia del país.
En el triunfo intervinieron factores de buen juego político por parte de Andrés Manuel, su equipo y el partido político, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena): una propuesta de transformación sostenida desde hace muchos años, una extensa operación de alianzas, disminución del radicalismo de oposición, un inteligente manejo de las controversias con las otras candidaturas, así como un buen aprovechamiento de las redes sociales.
Por contraparte, el triunfo tan amplio es también claro resultado de la evaluación negativa de los mexicanos sobre la situación que ha prevalecido en nuestro país durante los últimos dos sexenios (escándalos de corrupción, inseguridad siempre a la alza, violencia del crimen organizado, etc.), de lo cual son directamente responsables los últimos gobiernos panistas y priísta.
Como ya dicen los analistas, se trata de un voto de castigo y un voto de esperanza.
En condiciones de amplia y plena legitimidad democrática, el mensaje explícito del candidato electo es de reconciliación y unidad. Se esperaría entonces, en el tiempo que se abre de aquí a la toma de posesión de la presidencia de la república en diciembre, una mayor definición las propuestas de gobierno, de los procesos para llevarlas adelante, así como de las personas que colaborarán en primera línea con López Obrador.
Seguirán siendo temas de controversia asuntos como el TLC y la relación con el gobierno de los Estados Unidos, el nuevo Aeropuerto, el combate a la corrupción, la impunidad, el narcotráfico y el crimen organizado.
Por otro lado, otra de las líneas que mayores expectativas genera el próximo gobierno es recuperar rápidamente terreno en términos de justicia social. “Por el bien de todos, primero los pobres”, ha reafirmado Andrés Manuel la noche del primero de julio. Esto en un país en el que más de 53 millones de personas viven en la pobreza (cifras del Coneval), y en el que el 1 % de la población concentra un tercio de la riqueza nacional (según Oxfam y la CEPAL).
Podemos dejar de lado la exagerada sentencia sobre el inicio de la “cuarta transformación”; lo cierto es que las actuales circunstancias políticas y sociales pueden constituirse en condiciones históricas para un viraje en las formas en que se ha orientado el devenir de nuestro país desde hace décadas. Esto depende de López Obrador, de la actuación y recomposición de las distintas fuerzas políticas, pero de igual manera de la participación múltiple de la sociedad mexicana, pues a fin de cuentas esta ventana de oportunidades ha sido un triunfo de ella.
La sociedad mexicana se ha dado a sí misma un voto de confianza y de esperanza. La crítica, la vigilancia y el reclamo, siempre que sean necesarios, deben ser una obligación de los ciudadanos, grupos y sectores sociales. Las elecciones generales del primero de julio han sido una demostración de fuerza social; la exigencia de la sociedad mexicana hacia el próximo gobierno debe ser igualmente fuerte y constante.
* Dr. en Ciencias Políticas y Sociales, UNAM
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