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Hombres también pueden ser dañados por el acoso sexual: Marta Lamas

·         La antropóloga señala que hoy el victimismo y el mujerismo articulan un discurso hegemónico sobre el acoso

 

 

‘Neoliberalismo y puritanismo. El caso del discurso hegemónico sobre el acoso sexual’
Segunda de dos partes

 

Las feministas de la dominación están convencidas de que las mujeres siempre son inocentes en casos de acoso sexual, sin advertir que también hay hombres inocentes, que además pueden ser dañados, consideró la antropóloga Marta Lamas Encabo.

 

Al presentar en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México su más reciente trabajo ‘Neoliberalismo y puritanismo. El caso del discurso hegemónico sobre el acoso sexual’, la doctora Lamas Encabo dijo que entre los efectos de poder que el teórico social francés Michel Foucault buscó en las creencias y en las prácticas sexuales, “yo vería hoy el victimismo y el mujerismo que articulan el discurso hegemónico sobre el acoso”.

 

Lamas mencionó que la abogada experta en género y sexualidad, Janet Halley, critica que la tendencia feminista de las dominant feminists dificulte hablar del daño que viven los hombres, que no reconozca la inmunidad de muchas mujeres y que argumente sus reclamos como si siempre las mujeres fueran inocentes.

 

Un campo donde las dominant feminists se han arraigado es en el de las universidades, cuando a mitad de los años 80 (del siglo XX) en Estados Unidos estalló el escándalo del acoso sexual en los campus universitarios, generado por dos fenómenos simultáneos: el empoderamiento de las estudiantes que se atrevieron a denunciar acoso, y lado por otra lado, la diseminación del pánico sexual; este último, una vertiente del pánico moral que implica un miedo desproporcionado ante el peligro real de que ocurra lo que se teme.

 

“Hubo y sigue habiendo exageraciones e inventos. La deplorable situación de que todo, una mirada insistente, una propuesta indecorosa, una palabra grosera o un gesto obsceno; todo es calificado de violencia sexual”, lo que “impulsó la búsqueda de mecanismos para controlar lo incontrolable”.

 

Para Lamas, hoy en día los campus universitarios se han vuelto espacios donde las subjetividades estallan, donde existen dificultades para un análisis racional de la problemática del acoso y donde ocurren linchamientos verbales. Y mencionó que en el año 2014 Janet Halley y otros siete profesores de derecho de Harvard Law School publicaron un cuestionamiento público a la política universitaria de Harvard sobre acoso, que calificaban de demasiado cargada en contra del acusado y sin debido proceso.

 

“Desde una perspectiva foucaultiana yo no trato de determinar si las actuales producciones discursivas sobre el acoso formulan la verdad sobre el acoso, o si por el contrario son mentiras destinadas a ocultar dicha verdad”, aclaró Lamas.

 

“Lo que me interesa es visualizar los efectos de poder que produce el discurso de las dominant feminists, que se ha encarnizado con los hombres como depredadores, como violadores, y ahora como acosadores. Y me interesa desmontar las creencias que le sirven de soporte y de instrumento, que son, el peligro y el miedo. Además, reconozco que la fuerza de este discurso deriva también de que está entretejido en esta trama cultural de la doble moral judeocristiana”.

 

La forma en que cada vez se habla más de acoso plantea un grave problema, pues confundir distintas prácticas machistas con una conducta que supuestamente tiene un origen sexual genera intentos de imponer cierto control a la conducta sexual de los ciudadanos. En ese sentido, Lamas pregunta: “quién debe definir qué es lo correcto sexualmente: el Estado, los diputados, los grupos religiosos, las feministas, los empresarios, los médicos, los psicoanalistas”.

 

El discurso social sobre el acoso

 

La antropóloga dijo que en la sociedad circula la idea de que la sexualidad de las mujeres es diferente de la de los hombres; “pero cuál es la especificidad de ese deseo femenino, cómo se manifiesta la represión sexual de los hombres, será que siempre son negativas las distintas formas y circunstancias en las que los seres humanos acceden a un intercambio discursivo o gestual de connotación sexual”.

 

“En el caso que me ocupa, el del discurso social sobre el acoso, la perspectiva de las dominant feminists funciona como un dispositivo que al estar centrado obsesivamente en la depravada heterosexualidad masculina olvida todo lo que ya se sabe acerca de las complejidades y ambigüedades presentes en las relaciones humanas, y eclipsa los demás elementos que juegan en los encuentros sexuales deseados o indeseados; hablo de la clase social, la condición étnica, la edad, lo orientación sexual”.

 

Al olvidar esas importantes distinciones se desplazan problemas del campo social al de la sexualidad, y esta grave equivocación analítica y política impide en muchas ocasiones reconocer que la diferencia sexual es menos determinante que otras diferencias sociales. “Lo que yo no veo en México es que se conceptualice cómo el abuso sexual y el acoso social estructuran relaciones entre mujeres y hombres que parecen no tener nada que ver con lo sexual; como son las jerarquías en el trabajo, la brecha salarial”.

 

Y aunque la reciente explosión de denuncias sobre acoso augura una transformación de proporciones insospechadas respecto a las relaciones entre mujeres y hombres, “habría que distinguir si esta nueva sensibilidad social ante el acoso proviene de un rechazo a la desigualdad sociopolítica entre mujeres u hombres, o si se trata más de la ola puritana que anhela una sexualidad domesticada”.

 

En la actualidad, el discurso hegemónico sobre acoso está hablando de una variedad de prácticas, significados y aberraciones machistas, pero “¿hasta dónde las denuncias y reclamos de carácter sexual que se formulan como acoso están evitando que se hable de la discriminación racista y de la desigualdad económica?”

 

Para Lamas, el tema de la precariedad en el trabajo, remunerado y en el hogar, es una cuestión crucial; toda vez que la política neoliberal que integra a las personas como mano de obra barata a un mercado voraz y que promueve su auto-explotación en el hogar, ha abonado a la reproducción de la desigualdad entre mujeres y hombres, con el discurso de que las mujeres son víctimas que deben de ser protegidas.

 

Pese a la desolación que se vive, la feminista cree que también convive el deseo de construir otro país y otras relaciones humanas. Y justo por eso la lucha contra el acoso sexual, el abuso sexual y el hostigamiento sexual no pueden desvincularse de la lucha por la legalidad, en la que con frecuencia las mujeres y otros quejosos de abusos sexuales no han logrado tener juicios justos o se quejan de no poder recurrir al sistema legal porque es muy ineficaz.

 

“Qué hacer hoy en nuestro contexto de crecimiento de la violencia y con nuestro deficiente sistema de justicia. Algunas feministas que anhelamos la posibilidad de una dimensión relacional distinta entre hombres y mujeres nos encontramos en un umbral incómodo, rechazamos los usos y costumbres machistas, pero no hemos logrado modificar el discurso punitivo que otras compañeras han ido fortaleciendo”.

 

Obviamente, Marta Lamas reconoce que hay tareas pendientes apremiantes, como la de dilucidar si toda forma de requerimiento sexual es acoso y si todo acoso es una violencia comparable a otras graves violencias.

Además habría que precisar jurídica y culturalmente el término de acoso, que hoy cobra una densidad de significados. “Tal vez habría que conceptualizar el discurso sobre el acoso desde una perspectiva que lo ubique en el mismo contexto de las causas estructurales que producen los desgarres del lazo social entre mujeres y hombres, que menoscaban la calidad de vida y erosionan la convivencia ciudadana”.

 

Por ejemplo, la doctora Lamas dice que podría pensarse en el discurso sobre acoso como parte de lo que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han llama las nuevas técnicas de poder del capitalismo neoliberal, que dan acceso a la esfera de la psique convirtiéndola en su mayor fuerza de producción.

 

Él desarrolla una teoría sobre la ‘psicopolítica’; ese poder inteligente, sutil y silencioso que penetra en la psique para explotarla y controlarla sin que la gente se dé cuenta, y sostiene que la emoción representa un medio muy eficaz para el control psicopolítico del ser humano.

 

“Me da la impresión que el discurso hegemónico sobre el acoso, tan cargado de emoción, funciona como Chul Han dice que lo hace la psicopolítica. Y además me aterra la forma en que este discurso alimenta el giro punitivo neoliberal”, dijo Lamas, de ahí que ella considere que en el vínculo entre el neoliberalismo y el puritanismo el discurso hegemónico sobre el acoso tiene un papel que hay que investigar y analizar más fondo.