“Nací en 1928 en Guanajuato, una ciudad de provincia que era entonces casi un fantasma”.
J. Ibargüengoitia
Al margen de momias, templos, Alhóndiga (con Pípila incluido) y minas, en la ciudad de Guanajuato se respira una paz que la envidiamos todos los que provenimos de la capirucha. Sus callejones empedrados son testigos de abrazos, besos, hilaridad y todas aquellas muestras de afecto que nacen en horas felices.
Sólo basta con aguzar la mirada para encontrarnos con cúpulas granate y edificios con fachadas de arte barroco novohispano. El esplendor de una ciudad cobijada por un intenso cielo azul, que a ratos se torna plomizo con presagios de lluvia inoportuna.
Sin duda, las caminatas por sus pendientes tienen la particularidad de sumergirnos en un gozo especial, que no hallaremos por las calles del monstruo defeño. Escucharás tu corazón acelerado y sentirás el alma ahíta de una misteriosa felicidad, cuyo origen es el reconocimiento de un placer nimio, pero duradero.
A un costado del Jardín de la Unión, se levanta el Teatro Juárez con sendos leones fundidos en bronce, los cuales resguardan las escalinatas de su entrada principal. Uno de tantos puntos de reunión de la “crema y nata” cuevanense (término del imaginario ibargüengoitiano), y claro está, de turistas nacionales y extranjeros.
Frente al Museo del Exconvento Dieguino se prepara una procesión con un santo enlistonado y un sonsonete de tambores. Para la mayoría es un acto de regocijo y fe, por mi parte, me despierta un bostezo y me obliga a acercarme al festín de guitarras, mandolinas, laúdes y panderetas.
Efectivamente, no faltan aquellas agrupaciones musicales conocidas como Estudiantinas. Ésta que miro, con integrantes enfundados en trajes negros, atacará los caminos y los oídos de quienes los encuentren a su paso, con el bullicio como premisa en esta laberíntica ciudad. Por supuesto, no faltan versos del oriundo de Dolores: No vale nada la vida/la vida no vale nada/comienza siempre llorando/y así, llorando se acaba.
Si usted pasa por quebrantos indecibles, cuitas que se acrecentan con cualquier bebida espirituosa, le aconsejo que visite esta ciudad, porque alguna maravilla le tocará el corazón y, quizá como dice Juan Villoro, observará la vida a partir del prisma de la ironía, del desparpajo, de la antisolemnidad… pa’ acabar pues, en “clave Ibargüengoitia”.