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Maestras que luchan contra la violencia de género

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En sus 47 años como docente, Hortensia Moreno asegura jamás haber visto a un grupo de jóvenes generar tantas transformaciones al interior de la Universidad como ahora. “En el último lustro la UNAM se ha visto sacudida por un movimiento estudiantil que ha representado un parteaguas respecto a los anteriores: hoy, el movimiento estudiantil es feminista”.

Para la investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) es evidente que en las facultades e institutos de esta casa de estudios se están dando una serie de modificaciones en respuesta a la escalada de la violencia de género en México (entre 10 y 11 mujeres son asesinadas al día, según datos del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio) y, en ese camino, el profesorado está llamado a ser un agente de cambio.

ONU Mujeres establece que “la violencia contra mujeres y niñas es una de las violaciones de los derechos humanos más graves, extendidas, arraigadas y toleradas del mundo”. Para Hortensia Moreno lo que distingue a este movimiento estudiantil es que mientras los anteriores ni siquiera consideraban dicho escenario en sus pliegos, el actual tiene por objetivo frenar, desarraigar y hacer que nunca más se tolere una violencia así.

Un primer paso para acercarnos a dicho horizonte es aceptar que en la UNAM se dan agresiones contra mujeres y personas con identidades sexodiversas, como muestra el que, desde la implementación del Protocolo para la Atención de Casos de Violencia de Género, las denuncias se incrementaran en un mil 300 por ciento, aunque aclara que ello no significa que éste sea un asunto exclusivo de los universitarios. “Esto es un problema de Estado que afecta a todos los estratos sociales, y la Universidad no está fuera de la sociedad”.

Es dentro de este marco que, en 2020, surge la Coordinación para la Igualdad de Género UNAM (CIGU), entidad responsable del programa Educación para la Igualdad, que busca que tanto las prácticas docentes como los planes y programas de estudio universitarios tengan perspectiva de género, algo que, a decir de Moreno, era un pendiente por mucho tiempo pospuesto, pues durante la mayor parte de su historia el espacio educativo ha excluido sistemáticamente a las mujeres.

Basta recordar que cuando Porfirio Díaz inauguró la Universidad Nacional, en 1910, no había mujeres en las aulas, y que a partir de ahí su ingreso fue lento. Tendríamos que esperar hasta el año 2000 para que la UNAM alcanzara una matrícula mitad femenina, mitad masculina; y, sin embargo, ni así se vislumbra un asomo de paridad en ciertas licenciaturas, como la de Ingeniería Mecánica Eléctrica, donde por cada 11 hombres hay una mujer, o la de Enfermería, donde ellas representan 80 por ciento.

En opinión de Moreno, hemos interiorizado tantos prejuicios que nos parece natural creer que unas carreras son masculinas y otras femeninas, sin detenernos a considerar que eso no resiste ni el análisis más superficial, pues, ¿por qué las ingenierías no serían para las mujeres si, proporcionalmente, ellas salen del bachillerato con calificaciones más altas en matemáticas y ciencias?, ¿o por qué la enfermería no sería para hombres si muchas de sus labores son muy demandantes en cuanto a fuerza física?

Que esta visión persista se debe en gran parte a que los profesores siguen reproduciendo eso que los teóricos llaman el “currículo oculto”, es decir, una suerte de código no escrito que les hace impartir una educación diferenciada entre hombres y mujeres, reforzando con ello un sinfín de creencias tradicionales sobre cómo deben ser y comportarse
los unos y las otras.

A fin de romper con este círculo vicioso –en ocasiones avalado por la propia academia–, la CIGU ha impartido cursos y talleres a mil 500 profesores para que se familiaricen con la perspectiva de género y la apliquen en su vida personal y profesional. El propósito es que en el corto o mediano plazo se pueda dar esta capacitación a toda la planta docente de la UNAM.

Sobre este punto, Hortensia Moreno pide reconocimiento para las y los alumnos que, con sus protestas, han impulsado estos cambios tan necesarios, pues gran parte de lo logrado más que venir de las autoridades se debe al movimiento estudiantil feminista gestado en la Universidad.

“Estamos ante jóvenes que han tenido la sabiduría de entender que no podemos resolver la violencia de género si antes no comprendemos qué es el género, los prejuicios, los estereotipos, la división sexual del trabajo y la segregación. Corren tiempos muy interesantes donde nuestras y nuestros estudiantes nos están dando una lección a los profesores, y ser un buen maestro también implica eso: abrir oídos y tener voluntad de aprender”.

Desmontando mitos Leah Muñoz es una joven mujer trans que hace un año comenzó a impartir la materia La Universidad como Espacio Libre de Violencia de Género en la Facultad de Química. Se trata de un proyecto nuevo que, desde el principio, le entusiasmó pues “algo así hubiera sido impensable cuando yo era estudiante. Poner a las nuevas generaciones en contacto con estos temas, y desde los primeros semestres, es dar un paso en la dirección correcta”.
Como doctorante de la carrera Filosofía de la Ciencia, esta aventura docente –así la describe, ya que para ella implica sumarse a algo inédito– le ha permitido explorar con sus alumnos un tema que le apasiona: cómo el conocimiento, supuestamente imparcial y objetivo, con frecuencia responde a intereses y presenta sesgos debido a que sus autores son varones.

La asignatura impartida por Leah es de reciente creación y ya ha sido incluida en los planes de estudios de las facultades de Química y Filosofía y Letras, así como en algunos CCH, aunque el objetivo es que en breve la cursen todos los alumnos de nuevo ingreso en la Universidad. Esto a fin de desmontar, desde temprano, violencias y mitos que se han convertido en un lastre y evitar que prejuicios e intolerancias se perpetúen en el tiempo.

“Aplicar la docencia con perspectiva de género me ha permitido tocar temas no abordados antes en las aulas, como los riesgos de que la ciencia haga del varón la norma”. Un ejemplo es el infarto de miocardio, tan estudiado en hombres. Como la literatura relacionada no considera a la mujer ni sus particularidades, a los médicos se les complica detectar cuando ellas tienen un ataque, y la mortalidad femenina por dicha causa es más elevada, añade.

En junio de 2010 el artículo
“Putting gender in the agenda” (publicado en la revista Nature) advertía cómo en las investigaciones biomédicas se suele preferir a pacientes varones o a animales machos, y se descarta a las hembras, sin que nadie advierta falla metodológica alguna en esto. “Si no se contempla el cuerpo de las mujeres en estos trabajos realizados con criterios científicos, ¿qué esperanzas hay de que se incluyan los cuerpos de quienes pertenecemos a las diversidades sexogenéricas”, apunta la bióloga.

Y el temario no se detiene ahí, en la asignatura también se discuten temas como el aborto, los feminismos, prácticas sexuales y todo un caleidoscopio de asuntos afines. “El acento está en la pluralidad y eso nos lleva a entablar diálogos muy necesarios que, además, no terminan”.

Para Leah Muñoz hay mucho trabajo por hacer desde la docencia con el objetivo de avanzar hacia una sociedad más justa, pues aunque concede que la educación no es la respuesta a todo, sí nos permite ver el mundo con otros ojos, identificar problemas, señalar errores y perder el miedo a lo distinto.

“La violencia de género es compleja. No sólo afecta a las mujeres sino a los hombres gays, a las personas trans y a tantas otras identidades sexogenéricas. Esta crisis no se solucionará de la noche a la mañana, pero sí mejorará si los jóvenes aprenden a ver el mundo con otros ojos y a comprender que lo humano es, en esencia, diverso. Ignoro qué pasará, pero sí sé que yo, desde mi lugar, trataré de impulsar un cambio desde el aula”.