Los logros alcanzados no son iguales para todas las subjetividades: Lu Ciccia, del CIEG; el Estado, responsable de eliminar la desigualdad: Rubén Hernández, de la CIGU
A lo largo de junio, la UNAM conmemora e impulsa 150 actividades en torno al Mes del Orgullo LGBTIQA+. El Instituto Nacional de Estadística y Geografía calcula que la población LGBTIQ+ en el país asciende a cinco millones de personas (5.1 % de la población de 15 años y más), lo que significa que una de cada 20 personas se identifica como parte de dicha comunidad.
A continuación, dos especialistas –del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) y de la Coordinación para la Igualdad de Género (CIGU) de esta casa de estudios– reflexionan sobre las conquistas en los primeros 25 años del siglo XXI, los retos que se han presentado (el Observatorio Nacional de Crímenes de Odio contra Personas LGBTIQ+ en México, ubica a nuestro país como el segundo con mayor número de crímenes de odio en el mundo) y las luchas que deberán impulsarse a futuro.
Avances en el marco legal
Una de las grandes conquistas de la comunidad LGBTIQ+ en el primer cuarto del siglo XXI está relacionada con el marco legal, que en países como México y Argentina, por ejemplo, ha permitido conseguir derechos y visibilidad.
Así lo considera Lu Ciccia, investigadora en el área de Género en la Ciencia, la Tecnología y la Innovación del CIEG, quien añadió: “Específicamente en México y también en Argentina, tenemos un marco legal en este siglo que refleja la lucha de movimientos sociales LGBTIQ+, que supone visibilizar que las identidades de género y las orientaciones sexuales no normativas no son patologías. Y esta visibilización supuso, en este sentido y en ciertos aspectos, problematizar la marginalización en la cual nos dejan los valores cisheteronormativos que guían tanto nuestra forma de ver el mundo como las maneras de reconocernos unes a otres”.
“El trabajo de los movimientos de base, en diálogo con el marco legal, supone cambiar poco a poco el imaginario que se tiene de la comunidad LGBTIQ+. Por ejemplo, hay más referentes públicos de la comunidad en comparación con décadas pasadas, sobre todo en lo que concierne a la diversidad sexual. Sin embargo, la población trans tiene más obstáculos, algo que se refleja en los actuales discursos transodiantes, reproducidos incluso por mujeres cisgénero lesbianas”, puntualizó.
Ese punto cobra relevancia por los ataques que la comunidad ha sufrido recientemente, impulsados por los grupos de derecha, señaló la autora de La invención de los sexos. Cómo la ciencia puso el binarismo en nuestros cerebros y cómo los feminismos pueden ayudarnos a salir de ahí.
Además, aunque hubo avances, estos no son universales. “Esta visibilidad que, podemos decir, tuvo la diversidad sexual en términos de que no es patológica, no es absoluta. Por ello todavía, hasta hoy, se discute si las terapias de conversión están bien o no, cuando son una tortura deliberada para las personas de la diversidad sexual. Cuando hablo lo hago en términos relativos y no absolutos, porque entendemos que los derechos nunca están ganados, siempre hay que actualizarlos. Es decir, no es que se ganen los derechos humanos de una vez y para siempre ni tampoco que el marco legal sea suficiente; es necesario, pero también necesitamos acompañarlo con políticas públicas orientadas a informar a la población sobre estos temas”.
El progreso de los discursos de ultraderecha y las políticas de ultraderecha a nivel global “nos están recordando que los derechos logrados nunca son derechos conquistados, sino que siempre tienen que actualizarse”, recalcó. “Es indispensable subrayar que los logros que alcanzamos en cuanto capital simbólico y estructural en términos relativos no son iguales para todas las subjetividades que somos parte de la comunidad LGBTIQ+. Me parece que hay una asimetría en estos logros, entre la visibilidad que han tenido las personas que son de la diversidad sexual en relación con las que pertenecen a la diversidad identitaria, que encarnan identidades no normativas”.
Para la universitaria esa distinción es de vital importancia, dado que aunque dichos dos ejes no son excluyentes, es decir, hay personas trans y de la diversidad sexual, “en el imaginario social está más aceptada la diversidad sexual que la población trans y no binaria. Hoy estamos viendo discursos completamente reaccionarios que siguen patologizando y marginalizando a esas dos poblaciones. Una vez más, esto nos recuerda que no perder nuestros derechos y bregar por una visibilidad fuera de lecturas patológicas es un trabajo que tenemos que hacer a diario”.
Nuevas generaciones
“Antes hablaba de un cambio en el imaginario popular, desde una dimensión simbólica, y que también se alimenta de nuevas referencias que pueden ser públicas, positivas, que somos parte de la comunidad LGBTIQ+. Lo anterior se refleja en las nuevas generaciones, cuyas subjetividades son diferentes en relación a cómo entienden elles mismes su sexualidad y su identidad”, subrayó Lu Ciccia.
“El lenguaje va de la mano con la posibilidad de cómo vivirnos. Este lenguaje que tenemos hoy para hablar de subjetividades no binarias, de la pansexualidad, de la asexualidad, refleja una visibilización de otras formas de poder existir en términos de identidad y sexualidad. Y creo que en las nuevas generaciones, de manera positiva, lo vemos como una exploración mucho más profunda y menos prescriptiva en comparación con nuestras generaciones”, argumentó.
A la par de estos avances, advirtió, “tenemos también nuevas generaciones, especialmente de chavas, que reproducen muchos esencialismos de los feminismos que hoy se llaman trans excluyentes y que niegan la subjetividad de las mujeres trans y de los varones trans, por ejemplo. Estos feminismos están muy alineados con los discursos de ultraderecha, que tienen lecturas biologicistas de la identidad”.
Para terminar, Lu Ciccia enfatizó que “no tenemos que volver a discutir si está bien o mal la diversidad sexual, ser trans o no binaries, si existimos o no existimos, porque esto es un retroceso”.
Los riesgos
La agenda de los activismos de las diversidades y disidencias sexogenéricas en nuestro país sigue siendo una agenda por la vida. “Es decir, una continua resistencia y lucha porque nuestras identidades y porque nuestras sexualidades no nos cuesten la vida”, afirmó Rubén Hernández Duarte, directore de Políticas de Igualdad y No Discriminación de la CIGU.
Desde estos activismos se persigue un proyecto que apuesta por la dignificación de la vida, que se preocupe por todos aquellos mecanismos que precarizan la existencia de las diversidades y disidencias sexogenéricas, por los obstáculos que impiden un acceso a condiciones dignas de ser y estar en el mundo.
Respecto a las condiciones dignas, Hernández Duarte explicó que estos pendientes son los asuntos vinculados con el acceso a una salud integral, a la educación, al trabajo y, en general, “a la transformación de todas aquellas estructuras que continúan afectando la oportunidad de que las personas integrantes de la población LGBTIQ+ nos podamos desarrollar en condiciones que promuevan nuestra autonomía, nuestro desarrollo integral como personas y la posibilidad libre de que podamos construir nuestros propios proyectos de vida”.
Modificar los imaginarios
Como resultado del activismo histórico de las poblaciones LGBTIQ+, dijo, ahora hay lo que se conoce como la agenda de derechos humanos de sus poblaciones, la cual “ha logrado el reconocimiento de que nuestra población ha sido históricamente discriminada, y esto ha creado obligaciones para los Estados, instituciones y para diferentes ámbitos de la vida pública”.
Lo anterior, precisó, ha derivado en la responsabilidad para el Estado mexicano y sus instituciones de diseñar mecanismos para eliminar y erradicar todo este sistema de desigualdad, “que es un sistema tanto cultural como material el cual se expresa en múltiples formas de discriminación y violencia a nuestras personas”.
En ese sentido, explicó Hernández Duarte, “se puede reconocer esa agenda y esos avances, pero justamente sin negar todas las contradicciones y contrastes que emergen por el hecho de que se trata de un proceso de construcción de políticas incipientes, que tienen sus limitaciones, ausencias y fallas”.
Al respecto, las políticas a favor de los derechos LGBTIQ+, en su sentido más profundo, tendrían que apostar por transformar los imaginarios que dan significado al género y a la sexualidad, y eso es profundamente complicado, añadió.
Las amenazas
Uno de los principios de los derechos humanos es la progresividad, y dentro de ese marco se ubican los derechos de las poblaciones LGBTIQ+. En ese sentido, el programa político o el proyecto de los derechos humanos sigue planteando que es una obligación de los Estados, de la vida pública, construir cada vez estándares más sólidos que apuesten por un mayor nivel de dignificación de la vida de todas las personas, reflexionó. Lo que está en riesgo son las políticas y los mecanismos para hacer efectivos esos derechos, señaló Rubén Hernández Duarte, “y esto es algo que nos tiene que quedar muy claro a las personas que hacemos trabajo académico, de análisis y activismo. Es una llamada de atención para entender que, si bien la agenda de derechos humanos tiene que ver con el reconocimiento, estamos viviendo un contexto que pone de relevancia el hecho de que el reconocimiento por sí mismo no es suficiente para garantizar ese marco de derechos”.